Capítulo 1

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«El Universo tiene una naturaleza femenina. La divinidad, en sí, es femenina», Gabriel pensó en esas palabras. Sus alas se extendieron bajo el sol, como un pájaro listo para acicalarse, y la luz lo bañó con su calor tibio. El Padre creador, más que dar vida, solo la había sembrado. Le fue obsequiado un campo fértil donde plantar, porque el Universo estaba ahí desde antes, listo para concebir; sólo necesitaba algo que la completara, una contraparte que la llenara. Esa era la razón por la cual los ángeles, seres primigenios, bendecidos por la luz del Padre y el Universo, eran duales. Él era un macho en apariencia, se identificaba como tal, pero en su interior, en pequeños detalles, como lo que se encontraba entre sus piernas, compartía la verdadera naturaleza de la creación. Un campo fértil para la vida, un útero, lleno de óvulos maduros que podían ser usados para dar pie a una existencia nueva.

Lamentablemente, todos los seres divinos compartían esa similitud. Ninguno de ellos, más que el Padre creador, era de naturaleza totalmente masculina. Tanto el Cielo como el Infierno dependían de los humanos para crecer sus números, porque eran incapaces de reproducirse. Además, ese don les fue prohibido. Se les negó el derecho de explorar la capacidad de dar a luz, o siquiera hablar de esa naturaleza antigua que no había venido de la bendición del Padre. Solo era algo primitivo, una herencia imposible de borrar y que, a diferencia de lo que se había hecho con la humanidad, no fue solucionada con una contraparte totalmente masculina. Quizás era un defecto imposible de corregir, porque los ángeles eran ambas cosas, dos partes irreconciliables e inseparables.

Gabriel había sido más androgino antes, sus pechos eran más suaves, con más tejido mamario capaz de crecer de ser necesario amamantar, pero le fue extirpado para dejarlo seco. Era una tradición hacerlo, un dogma que se seguía sin pensar, sin cuestionar y nunca había dudado de él, hasta ahora. «Es la voluntad del Padre» decían. Con su conocimiento actual, eso sonaba como una simple excusa, un acto desesperado de un Dios cobarde para que, aún si lograba engendrar, fuera incapaz de amamantar a sus crías.

¿Eso siquiera sería una posibilidad? ¿Por qué poner ese seguro, si era imposible de todos modos? Gabriel suspiró, sintiéndose desgastado hasta la médula. Después de lo sucedido con el Consejo, su mente no paró de girar, de pensar en los aspectos de su vida que antes parecían normales, pero que ahora eran completamente extraños. Se había cuestionado todo, después de digerir la masacre que había cometido en el Cielo y de semanas de introspección, solo le quedaba esto, uno de los aspectos más reprimidos de su naturaleza: su sexualidad, su castidad, el celibato que celosamente había defendido e impuesto a otros con mano de hierro. Después de todo, la Lujuria era una de las capas más prolíficas por algo, por ese placer primitivo que carcomía y condenaba a las almas y que el Cielo había repudiado con vehemencia. Él mató a Minos por defender a los pecadores de esa capa en específico, y en última instancia, por justificar la utilidad de esa aberración para la vida.

Gabriel lo veía como algo atroz, un pecado mortal. Recordaba a Minos diciéndole, con voz suave, que la mayoría de las almas de la Lujuria no eran ninfomaniacos que habían abusado de otros para saciar sus deseos, solo eran personas normales que cometieron el error de amarse en exceso. No era una mala idea darles un descanso digno, ahora que la humanidad estaba muerta y se les había negado el Cielo. No era una rebelión, ni desobediencia ante los deseos del Padre, eran mejoras. Pero sus oídos, completamente sordos, no escucharon. Sus ojos, aún abiertos, tampoco vieron. Se negaron a apreciar como la Lujuria ahora era una sociedad funcional, que tenía viviendas, empleos y grandes estructuras. Condenó a Minos al encierro eterno y a su cuerpo físico a destruir lo que había amado y creado, mancillado por dos repulsivos parásitos.

Se arrepentía. Era algo que solo podía admitirse a sí mismo. Se sentía tan culpable, que en ocasiones su dolor era corpóreo, palpable, lo ahogaba, le oprimía el pecho y lo dejaba cerca de la agonía y el llanto.

Unveiled Divinity |Gabriel/V1| | Ultrakill Donde viven las historias. Descúbrelo ahora