Capítulo 10

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"El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, también nos resucitará a nosotros mediante su poder.

¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo? ¿Tomaré, acaso, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? ¡De ningún modo!

¿O no saben que el que se une a una ramera es un cuerpo con ella? Porque Él dice: «Los dos vendrán en una sola carne». Pero el que se une al Señor, es un espíritu con Él.

Huid de la fornicación. Todos los demás pecados que un hombre comete están fuera de su cuerpo, pero el fornicario peca contra su propio cuerpo.

¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en ustedes, el cual tienen de Dios, y que ustedes no se pertenecen a sí mismos? Porque habéis sido comprados por precio; por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo y espíritu, los cuales pertenecen a Dios".

Corintios 6:13-20.

Gabriel le pidió a V1 cinco días de estar lejos, el límite de su tanque lleno, para aclarar su mente convulsa. La máquina lo obedeció. Habían pasado cuatro días desde entonces y él no podía sentirse más deprimido por eso. No tenía la convicción natural para salir a explorar por su cuenta, o para hacer algo más que no fuera hundirse en la lectura y mirar su nueva planta, que había colocado en una ventana, dónde pudiera recibir sol.

Nunca, en toda su existencia, tuvo la capacidad de elegir, de tomar sus propias decisiones. Ahora que podía, que era libre, la infinidad de posibilidades lucía tan abrumadora que prefería sentarse en su jaula a no hacer nada, solo a meditar, a pensar durante horas y horas en sus justificaciones, en sus traumas, en sus prejuicios y cicatrices.

Se enredó en una bola, en un amasijo de nervios sin cordura. Su mente decía no saber qué le sucedió, pretendía ser completamente ignorante y ajeno a lo que hizo, pero su cuerpo lo contradecía, le gritaba, sobre esa voz que lo llamaba a la razón, que era perfectamente consciente de sus acciones y que su respuesta era clara, que eligió, desde hace mucho tiempo, en la privacidad de su soledad, que eso era exactamente lo que quería. Si no hubiese sido así, V1 hubiera muerto en el Infierno, o un poco más tarde, por inanición.

El sentimiento de abandono que lo abrumaba no era algo nuevo. Con la desaparición del Padre, los ángeles estuvieron más cerca los unos de los otros que nunca. Se unían en grupos para conspirar, para discutir, pero él permaneció solo, sintiendo que estar cerca de otros era incorrecto y pecaminoso. Y aun cuando busco la compañía en pequeños y puntuales momentos, la mayoría se apartaba de su camino, viendo en él una figura de autoridad, un arcángel, un superior entre ellos, un ser difícil de entender que, escondido en su rincón, era místico e incomprensible.

Pero él no se sentía a la altura de esas expectativas, sufría al tenerlas sobre los hombros. Conocía su potencial, sus habilidades superiores al Consejo, pero acudía siempre con la cola entre las patas, como un animal domado. Sin Dios, sin cordura, sin razón. Libre pero amenazado, doblegado, destrozado en cientos de pequeños pedazos.

Cuando el mando llegó a manos de ángeles, fueron días convulsos. Los arcángeles se sometieron ante el deseo popular, obedecieron, porque darle el poder de la voluntad de Dios a un solo individuo sonaba incorrecto, como una prepotencia y una comparación con la autoridad del Padre. Gabriel, en un inicio, se sintió capaz de servir a las masas igual que sirvió al Creador, con honradez. Pero la indiferencia total de un ser divino, resultó ser más reconfortante que el trato a puntapié que recibió de los miembros del Consejo.

Unveiled Divinity |Gabriel/V1| | Ultrakill Donde viven las historias. Descúbrelo ahora