18 | Larry.

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18 | Larry.

Estábamos tan tranquilos Matías y yo comiendo y jugando con Garfield o cantando las canciones que Matías había puesto en la televisión de mi habitación.

– Dios, está canción mi mamá la ama. – dijo cuándo empezó a sonar la canción

Se puso de pie y empezó a cantar la canción como si fuera una señora dolida. La televisión decía que se llamaba "Rosa Pastel" y era de una cantante llamada Belanova. Yo no la conocía, pero Matías se la sabía de memoria.

Se podía decir que casi gritaba la canción por todo el sentimiento con la que la cantaba.

Él tomó mis manos y empezó a jugar con ellas mientas seguía cantando la canción.

Yo no podía parar de reír por todos los movimientos y gestos que hacía Matías. Cuándo se acabó la canción, fue que pude dejar de reír y tratar de dejar que mi estómago doliera por tanta risa.

Matías se sentó enfrente de mí y también río, haciendo que mi estómago volviera a doler de la risa, pero valía la pena.

Estar con Matías siempre valía la pena. Era de esos momentos únicos y mágicos que yo amaba.

– ¿Terminaste de leer el diario?. – preguntó cuándo dejamos de reír para poder respirar

Yo asentí con la cabeza y señale el diario encima de mi escritorio. Él lo tomó y lo guardó en su mochila.

– ¿Quién es Larry?. – pregunté

Matías dió un gran suspiro y habló:

– Larry es un chico australiano que conocí en el École Multiculturelle de Paris. Él siempre trato de ser mi amigo, aunque yo ya tenía a Nadee. Aún así me hice su amigo, a la fuerza, pero lo hice. Él era muy empalagoso conmigo. Cómo que tenía otras intensiones, ¿Sabes?. Jamás me agradó del todo. Y fue hasta que me dijeron que nos íbamos a vivir acá, que él se volvió loco y me empezó a acosar. Se obsesionó conmigo. Yo jamás le dije que me iba a mudar. Hasta que se dió cuenta y fue cuándo su locura se volvió más extrema. Y ahora, está más cerca de encontrarme. Y tengo miedo por eso.

A este punto, la voz de Matías ya estaba cortada. Sus ojos en cualquier momento liberarían la primera lágrima. Él tomó mis manos y entonces, volvió a hablar:

– Te prometo, que pase lo que pasé, no dejaré que Larry te haga daño. Te cuidare con mi vida, si es necesario.

– Matías, no...

– No me importa. Y lamento mucho haberte metido en todo esto.

– No. No digas eso. Todo estará bien.

– No, Daniela. Nada estará bien. Con Larry nada está bien. – sus lágrimas resbalaban rápidamente por sus mejillas hasta tocar mis manos

– Ven. – abrí mis brazos y él de inmediato me abrazó

Matías necesitaba este abrazo, lo sentía. Sabía que necesitaba que alguien estuviera ahí para que le hiciera ver que las cosas mejorará, y al parecer yo era la única que era capaz de que él viera eso.

– Ya. Tranquilo. – dije acariciando su cabello –. Todo va a estar bien, ya lo verás y de mí te vas a acordar. – dije como una mamá y él rió

– Si, mamá. – dijo él bromeando

Después de eso, mi mamá llegó a la casa. Saludó a Matías y comimos los tres juntos. Luego empezó a llover y Matías se tuvo que ir, no sin antes darme un tierno beso en la frente y revolver mi cabello.

– ¿Mañana tampoco irás a la escuela?. – preguntó y yo negué –. Okay, entonces, dime cómo se llama tu maestra y yo mañana irá a hablar con ella sobre lo que pasó y de paso le pido las actividades que te faltan. Yo tampoco voy a ir a la secundaria porque mi mamá va a inaugurar la boutique y quiere que esté ahí, así que... – dejó la oración en el aire y metió sus manos en los bolsillos de su pantalón

– No tienes porque hacerlo. – dije negando con la cabeza

– Lo sé, pero quiero hacerlo. No voy a dejar que pierdas el año por algo que paso y que a causa de eso no irás por un largo tiempo a la escuela.

– Está bien. Tú ganas. Es la maestra Léa de sexto C.

– Por favor dime que los salones tienen el grado en su puerta. – dijo y yo asentí

– Vas hacía atrás de la dirección y subes por las escaleras, es la primera puerta a la... – me quedé pensando

– ¿Izquierda?. – dijo él cuándo vió que señalaba con mi brazo izquierdo

– Sí, a la izquierda. – dije

– No sabes distinguir entre izquierda y derecha. ¿Cierto?. – yo bajé la cabeza y él rió levemente –. Es simple, 1, 2. Izquierda, Derecha. – dijo mostrándome sus manos –. No le pierdes.

– Bueno, ya. Vete o te mojarás.

– Okay, okay.

Él salió y yo me asomé hasta que la lluvia me impidiera verlo.

«Solo espero y que encuentre mi diario en su mochila». – pensé

Sí, había puesto mi diario en su mochila cuando él le estaba ayudando a mi mamá a poner los platos en el comedor.

Si él me dejó leer su diario, ¿Porque yo no dejaría que el leyera el mío?.

Miss YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora