"Hermosa tú, yo altivo; acostumbrados una a arrollar, el otro a no ceder; la senda estrecha, inevitable el choque."
—¡Maldición! ¡Me quedé dormida!
Raudamente volé al baño y encendí la regadera para sacarme la modorra del cuerpo. Por alguna extraña razón me sentía inquieta, como si algo muy importante hubiese pasado. Mientras me enjuagaba el cabello unos molestos recuerdos comenzaron a colarse por mi cerebro.
—¡Mierda! —grité en la ducha.
El día anterior las cosas pasaron demasiado rápidas como para asimilarlas por completo. Para que decirlo, no tenía ganas de ir a mi escuela. Pero, si existe algo que he aprendido en esta corta vida, es que el mundo no se detiene solo porque tú lo deseas.
Lamentable el planeta siempre gira, aunque tú tengas ganas de morir.
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—¡Te gusta!
—¡Qué no!
—¡Admítelo!
Luego de salir corriendo de donde Antonio, llegué a la sala de Katte. Unas ganas inmensas de llorar me embargaban, sentías las piernas cansadas, el cuerpo cortado y la mente totalmente en blanco. Ella miró mi rostro, quién sabe que gesto tenía en la cara que procedió a arreglar sus cosas, cancelar todas sus clases extras y arrastrarme hasta su casa. Allí estuve durante un largo rato sin hablar. Katte me dejó tranquila, retirándose a la cocina a preparar el almuerzo.
—¿Aún algo shockeada? —preguntó desde allí.
No quise responder a su pregunta porque me parecía obvia a estas alturas del día. Recorrí el living – comedor que tan bien conocía, era casi como mi segunda casa. Las fotos de la infancia, los maceteros y el antiguo reloj de color rojo continuaba ahí. Fue en ese momento que me percaté de cuanto tiempo nosotras éramos amigas. Quizás esto saltó a mi mente solo para distraerme del desastre inevitable que sucedería al día siguiente pero no pude menos que sentirme agradecida por tenerla a ella de mi lado.
Pero el problema persistía porque los recuerdos no querían dejarme en paz. La culpa tampoco (¿por qué mierda me siento tan confundida?). Hundí mi barbilla entre mis dedos, pasando hacia la cocina para sacar los utensilios para comer. Katte seguía revolviendo la olla y esperando mi respuesta.
—Supongo —exclamé solo por decir algo.
—Entiendo. —Me quitó los cubiertos, los dispuso en la mesa y con un gesto de sus manos me invitó a sentarme a su lado. —Debe ser una fuerte impresión, darte cuenta de que te gusta Antonio justamente el día que se te declaró.
Nuevamente el carmesí inundó mis mejillas.
—¡Mentira! ¡Como osas decir semejante tontería! —La tomé de los hombros con decisión. —¡Ni se te ocurra decirlo otra vez!
—Aún no te veo —respondió ella bastante tranquila tomando mis manos para alejarlas de su cuerpo.
—¡Veo qué!
—Niégamelo, dime que no sientes nada por él.
Desvié la mirada molesta. ¿Acaso no era esa la pregunta que me tenía carcomiendo la conciencia desde hace rato? ¿No debí quitarle las esperanzas apenas me soltó su confesión? ¿Por qué no lo rechacé? ¿Por qué su mirada se veía tan cálida?
—¡Eso! ¡Eso no significa nada! —fue todo lo que pude mascullar de vuelta.
—Como digas. —Katte tomó un poco de agua, tranquilamente mientras yo me revolvía. —Te escucho.
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Formas Idiotas Para Amar
RomanceFormas Idiotas Para Amar: Una brevísima y ligera novela juvenil donde los chicos se enamoran, pelean y lloran mucho ¿No es la adolescencia siempre problemática? Así Angélica descubrirá que crecer es siempre doloroso aunque tenga su pequeña recompe...