Capítulo nueve

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La envidia y los celos son hermanos... procura no ofender al primero porque el segundo puede matarte.

—¿Pecados capitales? —pregunté sin entender por qué Felipe estaba recopilando dicha información.

Mi compañero tan solo chasqueó la lengua para continuar leyendo el diccionario para buscar el significado de esas palabras. Continué elevando la ceja demandando una respuesta a mi pregunta.

—¿Me estás...? —comencé a reclamar porque me sentía ignorada por él.

—Angélica de no estar en la luna todo el tiempo, te hubieses enterado de que tenemos que hacer esto para filosofía —respondió Felipe con sorna.

Tragué saliva sintiéndome miserable. Yo no me caracterizo por mi responsabilidad y habilidades en el área científica, pero destaco muchísimo en lo humanista. Y esta era la primera vez que fallaba en mi área...

—Discúlpame... es que tengo la cabeza en otro lado últimamente. —le respondí apenada. Luego de unos minutos en silencio Felipe arqueó una ceja y preguntó muy serio.

—¿Alguno con el cual te sientas identificada? —consultó para romper el hielo insaturado entre los dos. Contenta porque no me gustaba estar enfadada con él comencé a revisar la lista de los siete pecados capitales, mi dedo se concentró en uno.

—Pereza... ¿O gula? —me reí con entusiasmo —soy muy básica.

—¿Estás segura? —dijo algo incrédulo —pensé que elegirías este.

Con su dedo señaló una sola palabra. Envidia.

—¿Y eso por? —me extrañaba esa observación porque casi nunca experimenté envidia. Para ser honestos admiraba a las chicas bonitas más que envidiarlas. Detrás de sus cuerpos y caras bonitas hay trabajo duro, aprender a maquillarse y combinar ropa, además de ¡hacer dieta! Obviamente yo nunca sería como ellas porque no estaba dispuesta a sacrificarme tanto. Sin embargo, eso no significaba que las odiase o algo parecido.

—¿Acaso no sentiste algo parecido cuando vislumbraste a Armando con la otra chica? —Felipe se extrañó de que no recordase ese suceso.

¿La verdad? la sola mención de ese suceso no ocasionaba el caos que yo esperaba. Me dolió por algunos días, pero había logrado soltarlo por completo. De tanto en tanto aún podía verlo a través de la ventana, pero mi corazón no saltaba al verlo, ni mi cara se ponía roja ni mis manos temblaban.

El hechizo se rompió pero ¿a qué precio?

—Es complicado envidiar algo que jamás tuviste —comenté sin dejo de pena alguno.

—Entiendo. Por si estás curiosa, ese sería el mío.

Enarqué mis cejas, dudosa de sus palabras.

—Felipe... ¿Qué tendrías que envidiar?. Eres un buen estudiante, tienes el futuro asegurado ¿sigo?

—La capacidad de amar. Tú sabes, nunca lo he hecho, y sería lindo saber cómo se siente.

—¿Te digo como se siente? Asqueroso— comenté con algo de furia— de repente eres un ser dependiente del otro, sin capacidad de ver más allá de lo que él observa. Y te sientes patéticamente feliz por eso.

Él estalló en una carcajada algo triste.

—Aun así, te envidio un poco —puntualizó —y de ser completamente sincero, lo más cercano a eso, es lo que siento por ti. Eres como una segunda copia mía, casi mi gemela.

Muchas veces habíamos tocado ese delicado tema. Era como si algo, pequeño y fino, nos separase y siempre quedábamos en lo mismo. Podíamos estar abrazado horas completas, después pelearnos por cualquier tontería y hablar incansablemente, sin embargo, la línea de la amistada estaba tan bien trazada que jamás se nos ocurrió llevar ese sentimiento más allá. Simplemente éramos amigos.

Formas Idiotas Para AmarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora