Capítulo diez

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Todo lo que se hace por amor, se hace más allá del bien y del mal.

Friedrich Nietzsche (1844-1900) Filósofo alemán.

"Los días pasaron de manera algo inusual. Era casi como si estuviese viviendo en sobresaltos, apenas dormía y comía con regularidad. Del enojo de la otra vez, poco quedó luego de que él se disculpara... si soy una idiota. A veces me encerraba escuchando música deprimente, para luego andar caminando casi como si flotase en una nube. Una especie de extraño hechizo el cual ignoraba si era bueno o malo.

Hablar con Antonio era un suplicio, aunque no me alejaba de él, y buscaba pretextos como idiota para hablarle. Él ya no hablaba conmigo como antes y eso me exasperaba, y me deprimía demasiado."

El lápiz se detuvo demasiado rápido, los dedos se negaban a seguir escribiendo y mi cerebro se negaba a soltar más oraciones. Pero yo quería escribir más. Quería escribir, escribir, escribir y no detenerme nunca. Quería que la noche no terminase nunca para no tener que volver a clases a batallar contra mis sentimientos, quería escribir todo lo que se arremolinaba en mi pecho para que tuviese un destino donde morir, quería vomitar lo que sentía por Antonio y despertar a la mañana siguiente sin mis sentimientos. Pero no podía.

Por primera vez en mi vida no podía definir con palabras lo que me pasaba.

Y eso me aterró.

Entonces el teléfono sonó en la planta baja, fui velozmente pensando que era Katte. Nada de eso, era la misma Alejandra quien me llamaba.

—¿Aló? —respondió ella.

Mierda. Los recuerdos de los días pasados se aglutinaron en mi mente. No quería contestarle había evitado este momento tanto tiempo, pero ella fue la que decidió dar el primer paso llamándome. Era demasiado doloroso... y hablarle solo hacía que la culpa recayera nuevamente en mi conciencia. Tragué saliva y tan solo respondí.

—Hola Alejandra... ¿qué tal? —musité nerviosa tratando de controlar mi voz.

Eres una cobarde Angelica farfulló la voz de mi conciencia. Al otro lado de la línea se escuchaba el silencio como si ella quisiera darme la oportunidad de explicarle lo sucedido. Y yo no quise entonces un suspiro se escuchó y me preguntó.

—Seré directa... ¿te gusta Antonio?

¿Gustarme Antonio? ¿Acaso lo quiero? ¿Me gusta? Por supuesto que sí. Eso he descubierto en estas noches de insomnio mientras cuento los clavos del techo. Lo quiero más de lo que soy capaz de decirme, lo necesito muchísimo más de lo que alguna vez soñé y extraño tanto tenerlo cerca que siento que me duele el cuerpo. ¿Será necesario decirle todo esto? Podría mentirle, pero ¿no sería peor? Ahora tampoco era necesario abrirle mi alma y contarle todo lo que sentía... entonces contesté:

—Si —contesté con la garganta entrecortada mientras las lagrimas comenzaban a brotar de mis ojos.

Quise pedirle perdón. Quise derramarme en excusas frente a su dolor. Quise decirle que jamás pensé que esto pasaría. Quise decirle que aún la quería con toda mi alma. Quise decirle que ojalá esto se terminase pronto... pero no pude, las palabras murieron en mi garganta aún antes de poder pronunciarlas. Pude sentir que ella también lloraba al otro lado de la línea.

—Ya veo...

Luego el sonido de quien ha cortado el teléfono llegó a mis oídos.

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—Y eso fue lo que pasó —finalicé mi relato.

Mi mejor amiga se quedó en silencio, mirando mi rostro y jugando con sus manos nerviosa. Nunca supe si ella estaba juzgando, pensando en algún consejo o sintiendo que solo estaba hablando de tonterías, su cara era indescifrable.

Formas Idiotas Para AmarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora