1. Una pantera en el Club 13

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Las luces son de un rojo tenue.

Como ha ocurrido cada noche que subimos a la habitación desde nuestro primer encuentro, Leo me acaricia los hombros con los pulgares para luego aferrar sus masculinos dedos a mi piel y empujarme. Caigo de espaldas sobre el colchón cubierto por una sábana satinada y exhalo un jadeo previo al placer que sé que lograré alcanzar con él. Es increíble en la cama, el mejor que he probado en Club 13. Leo se tumba sobre mí a horcajadas para descorrer la cremallera de mi traje de cuero mientras cierro los ojos deseándolo de nuevo, con todo mi cuerpo y lo que la imaginación me permita. Sus manos, sus labios, su lengua o lo que sea que pretenda utilizar hoy, cualquiera me basta. Me desnuda ágil y el envoltorio del preservativo con la máscara del logo del Club 13 cae a mi lado antes de que él entre en mí.

Me reafirmo en que es el mejor.

Juntos hacemos retumbar las paredes de toda la habitación, que huele a perfume intenso y a feromonas. Aferro los dedos al cabecero acolchado de la cama y elevo la barbilla para que la voz ahogada me escale la garganta a su antojo. Una de las cosas que adoro es gemir, alto y sin contención, porque me excita y sé que eso los excita a ellos también. Otra de las cosas que adoro es ver a un hombre excitado. Eso me derrite, por eso Leo me encanta. Abro los ojos y hago un recorrido visual desde sus hombros contorneados, su cuello que me permite adivinar que debe de tener una atractiva barba incipiente bajo la máscara, hasta sus abdominales marcados y el triángulo de lunares en su pelvis. Eso último es lo único personal que conozco de él.

Leo acelera el ritmo y, cuando se percata de que mis gemidos se están volviendo precipitados, sofocados por el placer, detiene el movimiento de su pelvis para dirigir su boca a mis partes íntimas.

—No hablaré —me indica con su encantador acento italiano y se despoja de la parte inferior de la máscara que tiene el modulador de voz incorporado.

Acerca los labios a los míos vaginales y hace su magia hundiendo la lengua, primero de forma superficial para extender mi propia humedad y luego en profundidad penetrándome con ella.

Lo normal, lo común, es disfrutar mucho del sexo en una relación larga de pareja que permita que ambas personas se conozcan casi a la perfección, donde la comunicación los lleve a saber sus gustos y preferencias en el sexo, en la vida. He vivido eso, tuve una pareja que duró años. Desde el principio, el sexo con él fue exquisito, le entregué mi virginidad y él me enseñó muchas cosas; una de ellas, que me encanta el sexo. Luego, cuando conocí el Club13, seguí sumando nuevas experiencias y distintos tipos de orgasmos a mi rutina.

Sin embargo, Leo transforma el sexo en algo absolutamente indescriptible.

Lo que no es normal ni común es repetir persona en el Club 13, Leo es mi primera excepción desde que ingresé al club hace un par de años con el alias «Lisa». Lo conocí en la barra de la sala común del Club 13, donde todos los miembros nos reunimos a pasar el rato tomando copas y observando los excéntricos stripteases hasta que decidimos con quién nos apetece tener sexo, si es que esa noche nos apetece. Mi figura siempre ha resaltado por el traje de cuero ceñido al cuerpo y la máscara que elegí al firmar el contrato: el rostro de un gato con orejas y ojos rasgados, y un mullido hocico que me modula la voz a una más aguda y menos dulce que la mía. Ese día tenía claro que, al igual que cada fin de semana, quería despojarme del estrés teniendo sexo, pero nunca me había acercado a Leo. Ni siquiera lo había notado entre tantas personas.

Podría haber sido una noche más de las típicas. Una común y ordinaria, sin nada nuevo que no fuera conocer el pene y los gustos sexuales de otro chico. Leo se sentó en la misma barra, a unos cuantos taburetes de mí, con unos pantalones de cuero parecidos a los míos y una camiseta de cuero que le cubría la parte superior del torso y los brazos. Tenía los abdominales apretados bajo cinturones negros que se unían al conjunto y una máscara que parecía la de una pantera. Nuestras vestimentas se complementaban a la perfección. Me saludó llevándose dos dedos a la frente como si simulase un disparo y supe lo que quería: ser mi víctima.

Eso me provocó, para qué negarlo, y empecé a preguntarme si nos complementaríamos tan bien en la cama como en la vestimenta. La pantera no tardó en pedirle al camarero la misma copa que yo estaba acabándome, la deslizó sobre la barra en mi dirección y la atrapé sobresaltada creyendo que se tumbaría antes de llegar a mis manos. Alzó la suya en el aire, le correspondí con el mismo gesto y bebimos juntos desde la lejanía, entre miradas de curiosidad y lujuria. Luego, se acercó demandando mi mano y formuló la pregunta clave: «¿Me acompañas?».

Sonreí bajo la máscara, por supuesto que lo acompañaría. Estaba deseando convertirlo en mi víctima esa noche. Lo que no sabía es que, tras varios fines de semana de encuentros seguidos, repitiéndonos el uno al otro, me volvería adicta al sexo entre nosotros. A la compenetración tan especial que teníamos a pesar de no compartir ningún vínculo afectivo ni tener que comunicarnos demasiado. Lo que sí compartíamos era el mismo lenguaje del sexo.

Leo me introduce los dedos y exhalo un gemido de placer que me excita incluso a mí. Estoy a punto de llegar al orgasmo, pero ayer le dejé hacer las cosas a su antojo, tomar el control, y hoy es mi turno. Aprovecho cuando aparta la cara de entre mis piernas, ruedo por el colchón para zafarme de su presencia, rodeo la cama controlando el temblor que se ha instalado en mis rodillas y Leo se tumba de espaldas entendiendo mis intenciones. Estira los brazos a ambos lados de la cama y no sabe cuánto me apetece quitarle la camiseta de cuero, besarle esa piel secreta, aunque ya me hizo entender que eso no ocurrirá jamás porque es una medida para mantener la privacidad de su identidad y en el club eso prevalece por encima de cualquier cosa. Gateo por el colchón y enfrentamos nuestras miradas, chispeantes, ensombrecidas por la leve luz que ilumina esta habitación.

Aquí somos libres, nadie nos conoce, nadie nos juzga y todos disfrutamos cada fin de semana con quien nos apetece. No existen los tabúes porque dejamos de ser nosotros para convertirnos en un mero personaje listo para sentir única y exclusivamente placer.

Le bajo los pantalones, no lleva bóxer y la erección sale a flote enseguida. Su tamaño es perfecto, incluso la forma es bonita. Me muerdo el labio inferior en medio de una sonrisa; adoro sentirme deseada, adoro oír a los hombres gemir por lo locos que se vuelven cuando comparten una noche conmigo.

Hoy tengo demasiado estrés concentrado por la llamada que he recibido hace unos días, la misma que me complicará la vida a partir de la semana que viene. Quiero transformar todo este estrés en sudor, sexo y más sexo. Quiero ser testigo de la desesperación de Leo al esforzarse por contenerse. Notar sus piernas temblar. Memorizar los gemidos de su voz grave, aunque no sea la real.

—No hablaré —advierto y me despojo del hocico de la máscara.

Paseo mis labios por la piel desnuda, muerdo y tiro suave de los cinturones sobre los abdominales, que al soltarlos colisionan contra su vientre arrebatándole un sutil gruñido de placer. Desciendo a su pelvis rasurada, le beso el triángulo de lunares y sigo hasta el interior de los muslos mientras le acaricio su miembro provocándole esas cosquillas que sé que lo hacen gemir. Leo ya sabe lo que se viene, enreda los dedos en mi cabello cobrizo para controlar el movimiento y me humedezco la boca lista para disfrutar de su respiración grave y entrecortada suplicándome que me detenga y que siga a partes iguales. Estoy deseando comérmelo entero.

©La jugada perfecta (JUPER) (COMPLETA) #wattys2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora