55. Lo que tanto he buscado

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Los rayos de sol inciden en la ventana y me golpean los párpados. He soñado que me tiraba en paracaídas, que tocaba las nubes, que me reía a carcajadas con mi compañero de aventuras. Luego todo empezaba a vibrar. Abro los ojos lentamente, deleitándome de la paz que me corretea el cuerpo. Es el móvil lo que está vibrando. Una llamada entrante de Rosadito, la ignoro. La textura suave de la funda de la almohada y la calidez del edredón hacen que desee quedarme aquí todo el día. Escondida de cualquier cosa mundana que pretenda romper mi burbuja. Estiro el brazo y parpadeo confundida al notar la ausencia de Gianni en la cama. Todo está en silencio. Bostezo y me incorporo. Entonces, la veo. Una notita en la mesita.

«Anoche soñé que me asfixiaba un pulpo con los tentáculos. Resulta que eras tú con las piernas enredadas en mi cuerpo y tu cara preciosa respirando contra mi cuello.

Hay café hecho y tortitas de avena en el microondas.

PD: He ido a la oficina. La mujer de ayer me llamó temprano porque está interesada en comprar el piso».

Me sube un vértigo desde estómago hacia arriba. Se me revuelve la tripa. Y el corazón. Y la sonrisa genuina que me provoca leer la notita, su letra. El móvil vibra de nuevo. Mi jefe de Blupiso otra vez. Descuelgo la llamada y sujeto el móvil entre el moflete y mi hombro mientras me visto.

—Buenos días, Roberto. ¿Qué ocurre?

—No lo sé, te llamo para que me lo expliques. Nos han vuelto a robar, Annalysse.

—¿Cómo dices? Si yo...

—Una señora que estaba a punto de comprarnos un piso ha decidido echarse atrás porque su amigo le recomendó buscar su futura casa con Digihogar y no con Blupiso.

—Pero eso no es un robo —intervengo.

Oigo su gruñido de desesperación. Un golpe al otro lado de la línea. El cuerpo me da un respingo y casi se me cae el móvil.

—¡Me da igual! Date prisa, te necesitamos aquí. Desde que te fuiste, la oficina se está yendo a pique. Estos desgraciados no saben trabajar sin ti. Firmaste un contrato privado conmigo y aún no he visto ni un mísero resultado.

—Estoy en ello —respondo algo cohibida.

—Además, ¿qué es eso de irte en el coche de un compañero de Digihogar?

—No sé de qué me hablas, yo... —me apresuro a excusarme.

—Teo me lo contó, te vio mientras rondaba la zona —interviene. El calor me sube a las mejillas y no me deja pensar con claridad. Maldito chivato, lo voy a matar—. Espero que te estés comportando, Anna. Que cumplas tu palabra y no alargues más de lo necesario esta situación. Recuerda lo que te prometí. El ascenso y el resto de las condiciones te esperan aquí, en Blupiso, así que ponte las pilas y acaba con lo que empezaste. No me decepciones.

Y me cuelga. En los años que llevo trabajando en Blupiso jamás me había hablado de esa manera. Aprieto los labios, furiosa e impotente. La burbuja se ha roto. Suelto un resoplido al ponerme de cuclillas. La cabeza me da vueltas. Compruebo las notificaciones, tengo llamadas perdidas de Gianni. Ver su nombre me duele. Me aclaro la garganta y le devuelvo la llamada mientras me asomo al espejo del baño para peinarme.

—Buenos días, dormilona. Necesito que me hagas un favor. Ve al salón y comprueba si hay una carpeta azul sobre la mesa, por favor.

—Dame un segundo —contesto apática.

Piso con fuerza de camino al salón. Al pasar por el despacho de Gianni, me cercioro de que el despacho está cerrado girando el pomo y sigo adelante con la energía justa para mantenerme en pie. Hay una carpeta gruesa de un azul marino en la esquina de la mesa.

—Sí, está aquí.

—¿Puedes decirme los datos catastrales del piso de Pedro?

Me aproximo y leo la etiqueta: «Giovanni Leone. Ventas Digihogar». Acaricio la textura lisa de su nombre impreso. Hurgo en los apartados, encuentro el de Pedro y saco los documentos que albergan los datos que necesita. Se los recito mientras él los apunta y se despide con un «nos vemos ahora» que no va a poder ser. El silencio. La realidad. De repente, lo que tanto he buscado está frente a mis narices. Sonrío, desganada. El universo y sus bromas macabras.

Dentro localizo los documentos archivados de muchas ventas pasadas. Todo en Blupiso se torció hace tan solo unos meses, así que comienzo a revisar el papeleo desde esa fecha y la mandíbula se me va desencajando cada vez más al descubrir que todos los robos que corresponden a nuestras zonas de Blupiso los cometió Gianni. Aquí están las pruebas de cada uno de esos pisos, a nombre de una sola persona. ¿Y si Digihogar no tiene ni idea de esto? Sacudo la cabeza, Gerardo debe saberlo. Entonces, ¿por qué...? No entiendo nada.

Lo que hay en el interior de esta carpeta es el punto final de la historia.

Me veo al borde de un ataque de nervios corriendo a la habitación para guardarme en el bolso los documentos de nuestros pisos robados. Me lo cuelgo al hombro y me pongo los zapatos en el recibidor. Necesito un cigarro. No, Anna, lo has dejado. Al abrir la puerta, tropiezo con una joven que estaba a punto de pulsar el timbre y ahogo un grito de susto. Ella levanta las manos en señal de inocencia y retrocede.

Non posso crederci —canturrea ampliando los labios rojos y subiéndose las gafas de sol a la cabeza a modo de diadema para analizarme mejor.

Tiene el pelo a la altura de la barbilla teñido de un rubio platino, la piel bronceada y el cuerpo delgado ajustado por un elegante vestido verde lima. Me paralizo. El espesor de sus pestañas le realza la mirada del mismo color que su vestido. Abre los ojos, emocionada, y me coge las manos entre las suyas. Entonces, da un saltito de alegría y vocifera:

—¿¡Eres la novia de mi hermano!?

©La jugada perfecta (JUPER) (COMPLETA) #wattys2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora