21. Aviation y Manhattan saben mejor mezclados

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Por suerte, mi sentido común me recordó al girar la esquina del residencial que mi outfit, por cómodo que fuese, no era «adecuado». Lejos de ser adecuado, ni siquiera me habrían dejado acceder a la discoteca más emblemática de Madrid en leggins y camiseta de estar por casa. Di media vuelta, subí al piso de mis padres y descolgué uno de mis vestidos preferidos con olor a suavizante del armario, que justo había abandonado allí porque me recordaba a esa versión de mí a la que había renunciado. Amarillo con florecillas verdes y violetas, mangas caídas por los hombros, escote de barco y falda por encima de las rodillas. Un poco de rímel, un poco de gloss de cereza y lista.

Tengo un puñado de la falda estrujado entre mis dedos mientras veo el indicador del ascensor de Kapital ascendiendo de planta. Dos para la terraza. Resoplo, inquieta. Prefiero dejar de pensar qué hago aquí porque, de lo contrario, creo que saber la respuesta me haría salir huyendo por patas. Una planta. ¿Siempre me ha gustado tanto meterme en problemas?

Después de todo, parece que sí soy una chica problemática.

Las puertas se deslizan y el viento en la altura me sacude el cabello. Me quedo petrificada contemplando la multitud como si nunca hubiese pisado este sitio, las risas exaltadas de la gente que ya ha consumido las copas suficientes para que todo les parezca gracioso, los murmullos en voz alta y el humo que, a pesar de no haber techo aquí, se mantiene en la planta por la cantidad de fumadores que la ocupan.

No me acobardo. Doy un paso al frente, pido un Aviation en la barra y repaso mi alrededor mientras espero a que me la preparen. Hay tantos tíos enchaquetados en la planta que es casi imposible divisar a Gianni entre ellos. Pago la copa y me la llevo a la mejor parte de Kapital, la zona mirador con barandillas y algunas mesas altas. Me apoyo de espaldas a las vistas nocturnas porque mi prioridad es encontrarlo. Y lo hago.

Allí está, junto a una mesa y charlando con un par de chicas que tienen las mejillas sonrosadas y que parecen haber cumplido la mayoría de edad este mismo verano. Tampoco es que sepa la edad de Gianni, pero aparenta tener, como mínimo, un par de años más que yo. Se pasa los dedos por el cabello revuelto, sus anillos de acero lanzan pequeños destellos al reflejar el color de los neones que hay instalados en cada esquina de la terraza. Saca el móvil de sus tejanos negros, comprueba algo, tuerce la boca, se ajusta el cuello de la camisa, una casual del mismo tono que mi vestido, y sonrío. Creo que alguien está impaciente.

Le doy un sorbo al Aviation sin dejar de observarlo, en ese momento él bebe de su copa y nuestras miradas colisionan. Intensas, colmadas de secretos. No la retiro, él tampoco lo hace, mi sistema nervioso empieza a colapsar intentando serenarse en mitad de una guerra silenciosa y, al final, Gianni acepta su derrota al apartarse la copa del rostro y revelar la sonrisa que escondía tras el cristal. Dicen que el tiempo apremia, él tarda menos de diez segundos en despedirse de las chicas y avanzar en mi dirección.

Trago saliva.

Joder, cómo decir que está jodidamente irresistible sin decir que estoy irresistiblemente jodida.

—Te dije que no me molestaras —dice al llegar y apoyarse de lado en la barandilla, tan cerca de mí que nuestros brazos se rozan.

—Y no lo he hecho —contesto modulando la voz a una que no delata lo alterada que estoy.

—¿Por qué?

—¿Por qué qué?

—¿Por qué no me has molestado? —Nuestros ojos vuelven a estrellarse, se arremolinan entre ellos tratando de descifrar qué demonios piensa uno del otro—. Eres tú la desobediente.

—Me apetecía ver cómo se te agotaba la paciencia revisando el móvil —me burlo.

—Estaba temiendo la hora en que aparecieras.

©La jugada perfecta (JUPER) (COMPLETA) #wattys2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora