4. El peligro atrae el peligro

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Ser asesora no significa mentir, sino decorar la verdad.

Eso es lo que hice con mi curriculum cuando me inscribí online para cubrir la vacante en la oficina de Digihogar que controla la misma zona de edificios que mi empresa. O que mi «antigua» empresa, porque ahora formo parte de la competencia. Como era de esperar, valoraron mi físico por delante de la experiencia, que la describí como «nula» en la casilla correspondiente, porque jamás me habrían contratado de saber que hasta hace una semana yo era contra quien competían.

Me dirijo a la boca del lobo.

Está a tres calles de la oficina de Blupiso, cruzando la avenida y atravesando unas zonas verdes con un diminuto parque en el centro. El primer paso que doy frente a Digihogar me obliga a reprimir varios insultos. La oficina resulta ser incluso mejor que en las fotografías que he visto en Internet. El interior en sí es realmente de ensueño. El suelo de imitación a parquet gris combinado con las paredes blancas o acristaladas en algunas partes y el mobiliario lujoso le dan un aspecto entre moderno y minimalista. Las puertas de cristal de la entrada se deslizan a cada lado, me abofetea una ola de ambientador y trago saliva mientras hago un rápido repaso antes de acercarme a la administrativa que teclea sin parar en un escritorio esquinero más adelante, a la izquierda.

Hay múltiples estanterías con carpetas y cajas al fondo de la oficina, mesas y ordenadores de última generación para los asesores, plantas por todos lados. También hay una sala para el personal a la derecha, supongo que destinada al descanso y desayuno de los trabajadores, pero lo que más llama mi atención es la gran escalera de cristal que conduce a la segunda planta, donde parece haber varios despachos con paredes acristaladas. Todo en blanco y rojo, los colores típicos de esta empresa.

Camino decidida hasta el escritorio de la administrativa, que levanta la vista para atenderme. Se ajusta las gafas redondas, me examina rápida de arriba abajo y frunce el ceño sacando varios documentos de un cajón sin expresar ningún tipo de emoción.

—Buenos días, soy... —me intento presentar, pero suena el teléfono y ella levanta una mano deteniendo mi discurso.

—Sí, está aquí —contesta al teléfono inalámbrico de su escritorio—. Sí, de acuerdo.

El cabello castaño y liso le cae por ambos lados enmarcándole el rostro pálido y sin maquillar. Cuando finaliza la llamada, se recoge los mechones tras las orejas, me enfrenta con sus ojos celestes y se incorpora tendiendo una mano en mi dirección.

—Soy Ellie —se presenta. Con el cabello apartado, su cara se ve redonda e inocente a pesar de su semblante serio—. Perdona la interrupción.

A mí nadie me manda a callar de esa manera, es lo que le habría dicho. En cambio, le estrecho la mano y asiento extendiendo los labios en una sonrisa forzada. Sé que debo ganarme la confianza de todos en primer lugar. Usualmente los tíos no son una gran complicación porque se me da bien coquetear con ellos, pero las chicas que parecen distantes como Ellie son... un incordio.

—Yo Anna —respondo acomodándome la falda por encima de las rodillas—, la nueva asesora.

—¡La nueva asesora! —vocifera una voz masculina desde lo alto de las escaleras de cristal—. Bienvenida, bienvenida.

Es un hombre de mediana edad, pelo canoso y atractivo en su traje de chaqueta gris, que baja los escalones de la única manera que podría hacerlo un jefe de Digihogar, a pasos calmados y elegantes.

—Annalysse Holloway, ¿verdad? —inquiere ofreciéndome su mano, le correspondo el gesto—. Mi nombre es Gerardo.

—Encantada, Gerardo.

©La jugada perfecta (JUPER) (COMPLETA) #wattys2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora