54. No lo permitas

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Nos cambiamos en los vestuarios. Vamos al parking. El trayecto en coche más largo de mi vida. El sonido de mi corazón golpeándome los oídos. Sigo su coche con el mío. Atisbo su zona. Aparcamos. Gianni me coge la mano de camino a su piso. Casi ni nos miramos y es entendible, un cruce de miradas entre nosotros podría desatar un huracán en medio de la calle ahora mismo. Las llaves se le caen al suelo cuando intenta abrir la puerta de su piso. Nos reímos como críos, nerviosos, exaltados, hasta que la cerradura cruje y entramos. Los dedos de Gianni tantean mi rostro en medio de la oscuridad del pasillo. Sujeta mi barbilla y me besa vehemente. Mi espalda choca con la pared que hace esquina mientras enredo mis dedos en su cabello oscuro y él se desvía hacia mi cuello. Puedo ver la luz de la luna reflejada en el verde de sus ojos cuando me desnuda el torso y me besa los pechos sin dejar de mirarme. Gimo flojito.

Qué es esto.

—Mucho mejor así —masculla.

Me alza los brazos con una mano y me apresa las muñecas en alto mientras la otra se cuela por debajo de mi falda vaquera. Nuestras lenguas se funden en un beso exigente. Gianni jadea al notar mi humedad. Presiona los dedos contra mis braguitas de encaje, los introduce y empieza a moverlos en círculos robándome cada gemido con su boca.

—Te quiero dentro —le susurro, impaciente.

No duda ni un segundo. Me libera las muñecas, aunque sus labios siguen deslizándose sobre los míos cuando me levanta llevándome consigo con las piernas enredadas en torno a sus caderas. Sonreímos y gemimos, todo a la vez, al chocarnos con la puerta del dormitorio. Me tumba en la cama y me quita la falda y las braguitas. Me muerdo el labio inferior viendo cómo se desabrocha la camisa, el pantalón y se pone un preservativo enfrente de mí. Se acerca gateando sobre la cama, me acaricia las rodillas, las besa. Luego, las piernas abiertas. Expuesta a él. Está jodidamente guapo con el cabello revuelto entre mis piernas y sus manos grandes rodeándome los muslos. Besa cada centímetro de mis piernas, recorre los lunares de mi tripa hasta la clavícula y me besa las comisuras al tumbarse encima y entrar en mí lento, muy lento e intenso. Pero no se detiene en mi boca, sino en mis ojos. Nos dedicamos una mirada llena de deseo. Le acaricio la mandíbula y lo atraigo para besarlo al ritmo del movimiento de sus caderas.

¿Y si te dijese que me gustas?

Le rodeo la cintura con las piernas, hundiéndolo más profundo en mí. Su respiración se vuelve agitada. Me recoge el pelo entre sus manos con fuerza y susurra mi nombre. Yo susurro el suyo. Cierro los ojos en un gemido y me deshago en cada beso, en cada roce de nuestras lenguas y en la mezcla de nuestras salivas. En la explosión de mi corazón en mil pedazos que ha dejado de intentar comprender qué está ocurriendo y solo quiere que ocurra. Que siga ocurriendo y no deje de ocurrir jamás. Las embestidas se tornan más rápidas, impetuosas, así como nuestras respiraciones y la forma en que nos besamos como si apartar nuestros labios fuese un pecado capital.

¿Y si te dijese que creo que me estoy enamorando?

Los músculos de su espalda se contraen, lo araño suave y emite un gruñido que acaba en gemidos roncos mientras se corre. Verlo en medio de un orgasmo me resulta tan erótico que la siguiente en llegar al clímax soy yo. Le acaricio los hombros contorneados y le rodeo el cuello atrayéndolo a mí antes de que se retire porque necesito abrazarlo, tenerlo pegado, sentir que esto es real. Gianni me corresponde el gesto metiendo las manos tras mi espalda y estrechándome contra él. Su nariz me hace cosquillas en el pelo. Nuestros escandalosos corazones van al compás. Sonrío, pero en el fondo me apetece llorar. ¿Puede algo tan bonito hacerte romper en llanto? Lo apretujo fuerte, no quiero separarme. Gianni inspira hondo y luego suspira. No de cansancio ni frustración, sino de algo mucho más intenso. Se separa unos centímetros. Le brilla la mirada mientras dirige una mano a mi mejilla y traza un caminito invisible a través de mis pecas.

—No quiero que nadie más te toque. Ni que te bese. Ni que tenga la misma jodida suerte que tengo yo de ver lo preciosa que eres.

—No lo permitas —logro musitar.

Gianni sonríe a duras penas. No lo permitas, pase lo que pase. ¿Es egoísta pedir algo así? Me besa la frente y va a limpiarse al baño. El caudal del grifo suena fuerte. Me levanto rápida y no lo pienso demasiado al meterme bajo el agua caliente de la ducha y abrazarlo desde atrás. Me mata pensar que con él no pueda existir un plural. Un nosotros. Así que no pienso. Quiero exprimir al máximo estos momentos. Recordarlos como la historia platónica que me encantaría repetir. Nos enjabonamos, nos reímos al mancharnos la cara de espuma, grito cuando me apresa para hacerme cosquillas por haberle girado la manivela del agua hacia el lado frío a propósito y me dejo llevar cuando decidimos que hemos pasado demasiado tiempo sin besarnos y me arrincona en la esquina de la ducha con sus labios.

Al salir, me olvido del mundo. De la hora, del lugar. Me seco el pelo y Gianni protesta cuando le apunto con el aire ardiente del secador. Visto un pijama largo de franela que me presta, se ríe de lo enorme que me queda. Me acurruco entre sus brazos bajo el edredón. Apoyo la mejilla en su pecho. Vamos a dormir juntos por primera vez. Disfruto sintiendo los dedos de Gianni acariciándome el pelo y, en algún momento, cierro los ojos y me olvido de todo más allá de la melodía de sus latidos.

©La jugada perfecta (JUPER) (COMPLETA) #wattys2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora