Capítulo 4

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Hace una semana que pensaba llamarla, pero cuando estaba a punto a marcar su número me arrepentía y no lo hacía. No sabía porque no podía. Al principio no lo hice para no ser tan pesado, pero si no lo hacía ahora se iba a olvidar de mí.

—Solo llámala —me contesto Tomás, después de contarle todo.

—No sé.

—Dame tu celular.

Se lo pase.

—¿Qué vas a hacer? —le pregunté.

—¿Cómo la agregaste?

—Ruth.

—Que original, eh.

—¿Y qué querías que pusiera?

Tomás no contesto. Se llevo mi celular al oído.

—Hola, ¿Hablo con Ruth? —pregunto a través de la llamada. Él me volteó a mirar con los ojos agrandados. —No, nada. Me equivoqué de número, chau.

—¿Que? ¿Qué hiciste? ¿Era Ruth? ¿Por que le colgaste?

—No era Ruth, Germán.

—¿Y quien era?

—Su hija.

Lo miré esperando que sea una broma, pero no lo era. No podía creerlo, ¿Ruth tenía una hija?

—¿Ella no te dijo que no te ilusionaras? Tiene familia, Germán.

—No.

—¿No qué?

—Ruth no me lo dijo.

—¿Y por qué te lo diría si no te conoce?

—Pensé que...no sé.

—Germán, olvídate de ella. Existen miles de minas.

—No puedo.

Le quité mi celular para marcar el número. Si tenía una hija me importaba más que antes. Le marqué y a los minutos contesto ella.

—¿Ruth?

—¿Germán?

—¿Tenés una hija?

—¿Cómo lo sabes?

—Ella atendió la llamada recién.

—Si, tengo una hija.

—¿Y por qué no me lo dijiste?

—¿Y por qué te lo tendría que decir?

—Porque quiero conocer todo de vos.

Miré de reojo como Tomás negaba con la cabeza.

—¿Nos podemos ver, Ruth?

—No sé si puedo.

—Quiero verte, por favor y también quiero conocer a tu hija, ¿Cómo se llama?

—Paloma.

—Es un lindo nombre como el tuyo.

—¿En serio me querés ver?

—Sí.

—¿Aun con la cara así te intereso?

—Sí.

—¿Por qué?

—Me pareces una chica muy linda.

—No se si sea buena idea vernos.

—¿Por qué no?

—Si él se entera... —ella susurro.

—¿Él? —repetí, pensando en el tono con el que lo dijo. Miedo.

—¿Quién?

—¿Quién qué?

—¿Dijiste él?

—Dijiste "si él se entera".

—Olvídate de eso.

—¿Cómo querés que me olvide de eso?

—Si querés verme tenés que olvidarte de eso.

No lo iba a olvidar.

—¿Entonces nos vamos a ver?

—¿Te parece mañana en la plaza?

—Sí querés te puedo pasar a buscar a tu casa.

—No es necesario. Puedo ir sola.

—Si, se que podes ir sola, pero te puedo ir a buscar en auto. No seas orgullosa.

—No estoy siendo orgullosa.

—¿Entonces te busco?

—Mañana te paso la ubicación.

—Nos vemos linda.

—¿Linda?

—Sos muy linda.

—Chau Germán.

—Chau Ruth.

—¿Que fue eso? —me pregunto Tomás, extrañado.

—Nos hablamos así.

—Si fuera una mina pensaría que sos un pesado intenso aunque siendo hombre pienso lo mismo.

—Si le pareciera un pesado intenso no me hubiera dado su número y me seguiría hablando.

—Bueno, puede ser que le gustes.

—¿Vos decís?

—Las minas solo te siguen hablando si les gustas, Ger.

Ruth no me había conocido lo suficiente para gustarle, pero admitía que a mí ella me parecía linda. Me atraía. La quería conocer, pero con lo poco que sabía me gustaba y estaba seguro que si nos seguíamos viendo me iba a gustar mucho más.

Rosa Marchita ; German Usinger, UnicornioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora