Capítulo 8

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La miré dormir en mis brazos con una expresión tranquila. Después de lo que paso anoche ella merecía descansar. Ruth me había enviado un mensaje en la madrugada pidiéndome que fuera a su casa porque la habían echado, me dijo que no tenía a donde ir y a nadie a quién llamar entonces me marcó a mí. Sin dudarlo ni un segundo me la traje a casa junto a Paloma, quién dormía en mi cama mientras yo dormía en el sillón con Ruth. En realidad ella iba a dormir con su hija, pero después de que miráramos una película nos quedamos dormidos.

—¿Qué tanto me miras? —me pregunto Ruth, abriendo los ojos.

—Es que sos muy hermosa.

—¿Te funciona con las demás minas decir eso?

—No.

Ella se rió. Me gustaba su risa.

—No hay otras, Ruth.

—¿En serio?

—No le parezco tan lindo a las minas.

—No te creo.

—No viste lo que era yo en el secundario.

—Seguro que eras hermoso como ahora.

—¿Te parezco hermoso?

—Te lo digo como una amiga.

—Sí, claro —ella rodo los ojos y me sonrió. —Si me hubieras visto en el secundario seguro ni me dabas la hora.

—Tenés un poco de razón. No te hubiera visto sin importar tu apariencia.

Le acomodé un mechón de su cabello hacía atrás de su oreja.

—Seguro que vos eras la típica morocha linda.

—¿De que sirve ser linda si soy una mala mina?

—No pienso que seas mala mina.

—No me conoces lo suficiente.

—El tiempo en que estuve con vos nunca me demostraste ser una mala mina, Ruth.

—Dicen que la gente no cambia.

—La gente puede cambiar.

—Aunque lo hagan no pueden cambiar el pasado.

—Siempre se puede seguir adelante.

—Sos muy bueno conmigo.

—¿Y eso es malo?

—No, pero no estoy acostumbrada a que me traten bien y siempre pensé que merecía que me trataran mal.

—Nadie se merece que lo traten mal.

—Nadie hubiera hecho por mí lo que hiciste vos.

—¿Y por qué te echaron?

—Mi ex pensó que lo estaba engañando.

—¿Tu ex?

—Termino conmigo cuando me echo a la calle.

Entonces todo este tiempo tenía novio, bueno, ahora por suerte su ex. Estaba seguro que ese infeliz eran quién le pegaba a Ruth.

—¿Pensó que lo engañabas conmigo?

—Sí, pero no es tu culpa.

—No me importaría tenerla.

—¿Que?

—Estoy seguro que él te lastimo.

—No...

—No lo niegues, Ruth. El hijo de re mil te echo a la madrugada con tu hija entonces no lo niegues.

Ella cerró los ojos y suspiro.

—Sí, fue él quién me golpeo.

—¿Se lo dijiste a alguien?

—No tengo a nadie, Germán. Por eso aguante todo el tiempo porque él era lo único que tenía cuando me quedé sin nada.

—Me tenés a mí ahora y no tenés que volver nunca más con él.

—Esta bien que me dejaras quedarme una noche, pero no puedo hacerlo por más tiempo.

—No seas orgullosa y quédate conmigo.

—¿Y cuando querés que me vaya?

—Nunca.

—No puedo quedarme para siempre.

—No tengo problema en que lo hagas.

—No pierdas tu tiempo conmigo porque te vas a perder a una buena mina que te ame sin importar nada ni nadie.

—No estoy perdiendo mi tiempo con vos.

—No tengo con que pagarte todo lo que hiciste por nosotras.

—No quiero que me pagues nada.

Ella se levanto del sillón.

—Tengo que ver a Paloma. Espero que no se haya enfermado por estar debajo de la lluvia anoche.

—Te acompaño.

Entramos a mi habitación y observamos mi cama donde estaba Paloma despierta, abrazando a su peluche y con los ojos llorosos.

—¿Qué te paso mi amor? —le pregunto Ruth, preocupada.

—Me duele.

—¿Que te duele?

—El corazón.

—Tenemos que llevarla rápido al hospital, Germán.

Rosa Marchita ; German Usinger, UnicornioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora