CAPÍTULO 16 | YLANRET

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El rubio la miró fijamente mientras ella se recostaba en la cama, la sonrisa de la chica le hizo creer que tal vez hacer aquello era una mala idea ¿Qué diría la madre de la menor si se enterara del verdadero motivo por el cual su hija se había ido con él?

La castaña se removió entre las sábanas sedosas y le miró con picardía, a lo que él desvió sus ojos violáceos a un lado al mismo tiempo que reflexionaba sobre la mala decisión que había tomado por, irónicamente, dejarse convencer por los ojos oscuros que brillaban suplicándole su ayuda ¿Pero como iba a negarse? si el entusiasmo de la diosa lo había conmovido y más aún cuando le contaba su plan con tanta alegría, que a palabras de la misma, sería perfecto y ni siquiera su quisquillosa madre los descubriría.

—¿Qué pasa, Hermes? ¿Te has arrepentido de ayudarme?— musitó la chica en un puchero. El contrario cerró los ojos para evitar que descubra su sentir y suspiró con pesadez —Tu cara de sufrimiento me dice que sí.

Claro que lo veía muy pensativo, más de lo normal y de lo que estaba acostumbrada, el semblante que tenía solo resaltaba lo absorto que estaba en sus paranoicas ideas al punto de quedarse mirando hacia el piso de piedra caliza rosada decorada con lo que a imaginación de la fémina eran hojas de acanto en forma de caireles en cada esquina de los bloques.

Él se sentó al borde de la amplia cama de su habitación, apoyó las palmas sobre sus piernas cubiertas por la tela guinda de su propio quitón y frunció el ceño —Ni siquiera sé por qué accedí en primer lugar ¿Pero qué importa? Igual ya lo he hecho; además, no creo que quieras regresar al templo de tu madre ¿O si?— formuló al final esperando obtener una respuesta, pero en cambio la pelinegra solo se encogió de hombros —Claro, tampoco es como que esto vaya a meterme en problemas… o al menos no muy graves.

Perséfone lo vió e intentó hacer una mirada tierna para apaciguar los nervios notables de su superior —¡Oh, Vamos! Tu no quieres que vuelva a mi prisión y necesitas mi ayuda, ambos nos necesitamos el uno al otro, así que no puedes retractarte a último minuto ¿Tienes idea de que van a decir las ninfas o los otros dioses de tí?— exclamó la joven con tono burlón y siguió hablando —El maravilloso, elocuente, sabio, inteligente, extraordinario, fantástico, fabuloso y magistral dios mensajero asistió solo a la fiesta de la inmortalidad nuevamente— tiró para atrás su cuerpo, fingiendo un desmayo, y luego posicionó su brazo sobre sus ojos en forma de exageración. Y tan solo unos segundos después lo levantó para clavar sus profundos iris sobre los de él con la vileza de quién sabe que ganará —¿Estás dispuesto a que Ares se burle de ti?

Por un momento eso sonó muy lógico, no quería ir solo al Ylanret y por supuesto que tampoco deseaba ver la sonrisita socarrona del que había mencionado Persefone. No obstante, fugarse a una celebración que no estaba permitida para su intrépida amiga le hacía replantearse qué tanto valoraba su puesto en el consejo olímpico.

—No sé si Ares asistirá...— fue lo único que pudo decir ante la insistencia y halagos, muy intencionados, por parte de la del vestido de matices durazno.

—¿Y si lo hace?— cuestionó forzando en sus labios una sonrisa de lado que tenía la función de plantar la duda en la mente del dios. Ella se levantó de la cama y caminó alrededor de esta pensativa —Pero esta bien si no quieres ir. Después de todo, no es como que ya me lo hayas prometido con anterioridad— una punzada en el pecho del de ojos vino se hizo presente, era como una espada fría y punzante que penetraba en el centro de su joven corazón sensible.

—Ni pienses que no sé lo que haces, Perse, por algo soy el dios de los embaucadores. Aunque te lo dejaré pasar solo porque soy un amigo que cumple su palabra— dijo él mientras la veía caminar con una sonrisa juguetona en sus labios muy típica del astuto chico.

YOURS EVER ✔ | THE LOST CANVASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora