CAPITULO VIII: LA GUERRA DE LOS CINCO REYES (01)

215 32 1
                                    


LYANNA

A su alrededor lo único que se divisaba era un desierto de hielo. La oscuridad y el frio tenían un matiz que le erizaba el vello de la nuca. Soplaba el viento gélido del norte. El terreno era seco y duro, plagado de nieve blanca.

Las venticas de nieve se le clavaban en los huesos. El miedo le atenazaba las entrañas con vigor. Entrecerró los ojos al divisar unas sombras claras que se deslizaban entre los fríos bloques de hielo. Un ejército. El ejército más grande que había visto en su vida. Lyanna tomó aliento para lanzar un grito de advertencia.

Hacía mucho frío. Eran altos, y flacos como huesos viejos, con carne pálida y podrida como la leche. Sus armaduras parecían cambiar de color cada vez que se movían; en un simple movimiento eran blancos como la nieve recién caída, al siguiente negros como sombras. Había una criatura en especial que le causaba más terror. Tenía la piel hecha de hielo y ojos azules brillantes y desafiantes. Era el Rey de aquellas escalofriantes criaturas. Giro su cabeza y pudo ver a lo lejos una cabellera blanca y ojos morados, un guerrero que alzaba una espada hecha de fuego en dirección a los muertos. Estaba en medio de una legendaria batalla. Espadas hechas de hielos y acero se alzaron en protestas. Seguían con vigor al guerrero.

Lyanna se despertó al instante. Con dolor en las costillas hizo una mueca al levantarse de la pequeña cama hecha de paja. Trono su cuello y cerró los ojos. Había pasado más de un mes y todavía seguía encerrada. Miró a su alrededor, la oscuridad reinaba en aquella celda. Desde su encierro sus noches estaban plagadas de sueños con los caminantes blancos y la reencarnación de Azor Ahai. En cada noche sentía el miedo y la desesperación cernerse en su cuerpo al ver a las horripilantes y reales criaturas. Sin embargo, cada vez que despertaba a pesar de tener la imagen de los caminantes tan vivida en su mente, la imagen del guerrero Targaryen abandonaba su mente.

No podía recordar su rostro con claridad.

Cuando viajaba en sus barcos escuchaba decir a los norteños sobre historias terroríficas de los caminantes. Historias que le contaban a los niños antes de dormir.

Ahora, tenía medio de las bestias que vivían más allá del muro en el norte.

Durante su encierro, los recuerdos de Rhaenyra con respecto al príncipe prometido también le carcomían la memoria.

Me case con Daemon, porque necesito a alguien fuerte que me ayude a reclamar el trono de hierro. Alicent y los señores de Westeros jamás me aceptaran, no con Aegon vivo.

Alysanne sonrió incrédula.

¿A solo dos semanas de la muerte de mis hermanos decidiste esto? Dioses— se alejó de Rhaenyra y paso una mano por su cabello exasperada—Cuando mi madre me dijo esto, creí que era una mentira, que no podrías haberte casado con Daemon. Pero era cierto. Todo era cierto

Esto va más allá de mis manos, el trono de hierro

¡No estoy hablando del maldito trono de hierro, Rhaenyra!

Dioses, ¿A quién demonios engañaba? Lo sabía, había visto las miradas, los tocamientos que se daban en el funeral de Laena. Las risas de Daemon.

La estaban matando. Rhaenyra le había mentido una vez más.

<<He visto a Rhaenyra y Daemon en la playa, Alyss. Pasaron la noche juntos>> le había dicho Lyssandro.

Los Velaryon son del Mar. Tienen sal en sus venas. Los Targaryen provienen de los dragones, hay fuego en su sangre—dijo suavemente Rhaenyra—Aegon el conquistador unió su sangre con sus hermanas. Daemon y yo provenimos de su descendencia directa. Somos fuego. Debemos unir fuerzas juntas y vencer a los verdes—Rhaenyra tomo sus manos y las beso delicadamente—Aun así, también os necesito a mi lado, AlyssAlysanne le observó confundida—La canción de hielo y fuego será nuestro fin algún día.

THE LAST TARGARYENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora