CAPITULO IX: LA DESGRACIA DE LOS VELARYON

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129 d.C. Isla de Rocadragón

ALYSANNE

Su corazón se movía con cada salto de Belleza Plateada. Estaba arriba del mástil mayor. La brisa de las Bahías Negras le golpeaba el rostro. Estaba cerca de casa. Después de tanto tiempo.

¿Once meses?

Casi un año.

Agarró una de las cuerdas y montándose en el pequeño cubículo, sonrió columpiandosé hasta lanzarse y caer con maestría con ambos pies en el suelo.

—Este ha sido el mejor viaje que hemos hecho, capitana—exclamó un marino alzando una cerveza ante su dirección con entusiasmo.

Alysanne sonrió emocionada.

—Asi es, Barthy.

Navegaron desde Marcaderiva a Volantis, Naath, Ghaes, Meeren, Astapor y Yunkai, lugares donde la cantidad de oro igualaba a la cantidad de esclavos que servían a sus amos. Incluso, pudo escuchar las almas que acechaban en la perdición de Valyria desde Belleza Plateada.

No obstante, está vez cargaba consigo un tesoro más importante que todo el oro, joya y especias que había adquirido.

La primera arma valyria que se convertiría en uno de los grandes legados de los Velaryon.
Durante años, después de la caída de la Antigua Valyria, los Velaryon no poseían ningún arma de acero valyrio. Las dagas que le había obsequiado a Tormoh Antaryon no eran más que imitaciones bien hechas. Estaban hechas de acero de las Islas del Verano, era casi igual de fuerte que el acero valyrio, pero no mejor que el. Por supuesto, Antaryon
no iba a enterarse de ello nunca.

Viajó hasta la Gran Moraq, era una enorme isla ubicada en el Mar del Verano gobernada por el soberano del Imperio Dorado de Yi Ti. Desembarcó en Puerto Moraq frente al Estrecho de Canela. La ciudad era maravillosa, llena de colores y edificaciones que ni siquiera Harrenhal podría competirle. Ahí, entre sus habitantes, descubrió acero valyrio que provenía de las tierras que habitaban al este del Mar Jade, y pagando con diamantes y rubís, ordenó que forjaran a " El dragón marino" La espada era brillante, con mandoble de oro, un diamante tan azul como el mar lo decoraba en su centro, haciéndolo resplandecer. Le encantaba lucirla en el cinturón de su pantalón.

—Alcen bien esas velas—escuchó gritar a Lyssandro desde el timón. Solo el segundo al mando podía tocar el timón además de ella, y Lyssandro desempeñaba perfecto ese papel.

Alysanne se acercó a varios marinos y junto a ellos amarro con fuerzas las cuerdas de la vela del tridente, mientras sonreía con gusto.

—¿Capitana? ¿Por qué no iremos directamente a Marcaderiva?—preguntó el confuso marino.

Se llamaba Paul. Era un hombre de tierras extranjeras. Sus rasgos valyrios provenían de las tierras de Myr.

—Tengo cosas por resolver con mi hermano. Cuando arribemos a Rocadragón, ustedes podrán volver con Lyssandro—dijo suavemente Alysanne—¿Cómo está su esposa?

El navegante le brillaron los ojos.

—En buena salud, mí lady. Tuvo una hermosa niña, la llamamos Lyanadrha.

Alysanne sonrió y con calidez apretó el hombro del navegante.

—Felicidades, Paul. Lyssandro os dará varias joyas, es mí regalo para tu primer hija.

—Gracias, capitán.

Alysanne suspiro. Ojalá hubiese tenido buenas noticias de tierra también. Hace algunos días estaba en altamar y un cuervo se poso en su cubierta. Era una carta de su hermano. Rhaenyra había tenido un hijo. Y ese hijo no era suyo. La última vez que estuvo en Desembarco del Rey fue en el día del nombre de Lucerys, cumplía su noveno día del nombre.

THE LAST TARGARYENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora