La tragedia de las flores

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Aquella noche una luna roja, como una gota de sangre suspendida en la oscuridad, se elevaba en el horizonte.

Flauryn sabía lo que significaba. Las Lunas Carmesí eran muy temidas en la aldea. Papá, Jorgen y otros hacían empalizadas y se preparaban con horcas y antorchas para defenderse de lo que pudiese traer la noche. Él era pequeño, cuando veía la luna roja sólo sentía miedo y solía esconderse debajo de la cama, con sus dos gatas, que lo seguían para hacerse una bola a su lado.

En una de esas noches, la pequeña aldea no resistió. Una horda de monstruos entró por el sudeste, cerca del río, y pudo romper las defensas. Él oyó los gritos, a mamá diciéndole que tenía que correr hacia el pozo, que se metiese dentro, que no saliese de allí. Ella se quedó para ayudar a papá. Desde el interior del pozo, él y los otros niños oían los chillidos y los gritos de los monstruos. Hubo golpes y sonidos de metales chocando. En su escondite todo estaba oscuro, ellos se acurrucaron contra una pared húmeda, sólo un rayo de luna rojo sangre iluminaba un poco la boca del pozo. Haite se agarraba a su camisa y no paraba de llorar. "Me da mucho miedo que esté oscuro". Flauryn aún recordaba esas palabras como si las estuviera oyendo en ese momento. Después de esa noche de terror, todo fue confuso.

Eran demasiado pequeños para entender lo que significa ser huérfanos. Él sólo había conocido la vida a través de los ojos de su padre y su madre, y de repente esos ojos se habían cerrado para siempre.

Batulio se hizo cargo de él, era un comerciante que había pasado a veces por la aldea. Flauryn se negó, no quería separarse de Haite, era su mejor amiga, pero los adultos que acudieron al rescate dijeron que eran demasiados niños para deambular por ahí juntos, así que todos los niños fueron separados y enviados a distintos rincones de Hyrule. La mayoría podrían trabajar en las posadas de las postas de caballos. Ahí siempre hacían falta un buen par de manos, porque había que hacerse cargo no sólo de los caballos, sino también de las ovejas, los cucos y otros animales. Los viajeros cansados llegaban pidiendo comida caliente y cama, y por lo general, las postas conseguían sobrevivir con más éxito que las pequeñas aldeas como la suya, que eran mucho más apetitosas a los ojos de los monstruos. Además, no había postas cerca del centro de Hyrule ni del castillo, donde los guardianes mecánicos impedían que nadie se acercase, siempre custodiando. Flauryn se preguntaba qué podía haber tan importante dentro del castillo para que unos artilugios tan fieros lo guardasen de esa manera.

Batulio y él se mudaron muy lejos de casa, al norte, a la posta de la Estepa. Allí hacía tanto frío que los monstruos dormían casi todo el tiempo, y las lunas de sangre solían estar cubiertas por las nubes de ventisca. Eso suponía un alivio, pues cada vez que Flauryn veía el brillo rojo asomando sobre las cimas de las montañas de Hebra, recordaba la noche en la que los monstruos mataron a sus padres y a toda su aldea. Sin embargo, había un ser muy peligroso patrullando la estepa: el centaleón. Flauryn nunca había visto centaleones en la aldea. Hasta allí sólo llegaban los moblin, los bokoblin y los hinox, pestilentes y estúpidos a partes iguales. Pero Batulio se lo había advertido: "es un ser listo y sibilino, no se parece a ningún monstruo que conozcas. Pueden ver a gran distancia, de noche. Pueden oler tu miedo con tanta claridad que no sirve de nada esconderse. Así que ya sabes, nada de arrastrar el trineo hasta la colina."

Y tras dos años escondiéndose y viviendo atemorizados, todo cambió. Ya no había monstruos, alguien había dado caza a los centaleones y, lo más importante, las Lunas Carmesí habían desaparecido. Las noticias no tardaron en llegar hasta ellos, lo bueno de vivir en las postas era que siempre se enteraban de todo antes que en ningún sitio. "La princesa de Hyrule ha vuelto, y junto al Héroe de la Espada Legendaria han acabado con el Cataclismo. Para siempre."

Ese día, el del final del Cataclismo, hubo una enorme fiesta en la posta de la Estepa. Parecía como si ya nadie tuviera miedo de quedarse sin provisiones, la carne de buey que habían racionado como si de diamantes se tratase, fue asada en una enorme hoguera y repartida gratis entre todos los presentes. Y Batulio se puso a cantar. Confesó que era músico, su padre le había enseñado, y su abuelo había sido el director de cámara del mismo rey de Hyrule. Todo cambió desde entonces, la gente estaba feliz, festejaban sin miedo, planeaban levantar aldeas, hacer viajes, visitar a familiares. Él quería ir a ver a Haite, quería saber si estaba bien, si era feliz al ver que ya nunca más habría Lunas Carmesí. Ella había vivido un tiempo en el sur, pero Batulio le había dicho que la habían trasladado a la Posta de Farone. "Iremos, ya nunca estaremos parados en el mismo sitio."

Misión SecundariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora