Culpa mía

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El porche delantero de casa es uno de esos sitios desde donde se pueden oír mil y un sonidos.

Desde allí, Zelda oye la corriente del arroyo. El de la fuente que nutre la charca de aguas transparentes que hay bajo la colina del manzano. Cierra los ojos. También oye los pájaros, revoloteando y piando en los árboles, disputándose algún gusano o pedazo de fruta madura. Si se concentra más, oye el viento meciendo las hojas y la hierba verde que crece en el jardín. Está muy alta, descuidada, lleva mucho tiempo sin cortarse. A lo lejos, una campana. No, no es una campana, es el cencerro de una vaca. Y el ladrido del perro de Clavia, ¿se llamaba Huesos?

Cuando insistió a Link para tener un perro como mascota, él había dicho que no era buena idea. No podían llevarlo de un lado a otro usando el teletransporte sheikah y tampoco podía meterse a explorar cuevas. Eran húmedas e inseguras y la mayor parte de las veces tenían que deslizarse con cuerdas y escalar. Y los abismos. Meter a un perro en el interior de uno de los abismos habría sido incluso cruel. No podrían haber arrastrado a una mascota a la pesadilla en la que se han visto atrapados y de la que apenas acaban de despertar.

Tras un rato absorta, despega los párpados con cuidado. El té que tiene entre las manos está frío. Aún se siente torpe, sus movimientos antes enérgicos y decididos ahora van a otro ritmo, a uno lento e irregular. Intenta disimularlo, pero tarda más de lo normal en ejecutar casi cualquier acción sencilla: desde abrir la cubierta de un libro a llenar de agua una tetera.

—Alteza...

No ha visto llegar a Prunia. Es como si sus ojos viesen cosas que aún están lejos, como si siguiesen ajustándose a la nueva distancia.

—¡Prunia! ¿Cuándo has llegado a Hatelia?

Zelda se incorpora para abrazarla. Se habían dado un largo y sentido abrazo en su reencuentro, días atrás, pero este no tiene nada que envidiar al primero.

—Hace un rato.

Zelda frunce el ceño y Prunia tira con suavidad de ella para que se siente otra vez en los peldaños de madera del porche de casa. Ella también toma asiento a su lado.

—Rotver ha arreglado el teletransportador del laboratorio, así que puedo venir desde Fuerte Vigía en un parpadeo.

—Creí que Link tenía la Tableta Sheikah.

—Me la dio. Bueno... más que dármela se desprendió de ella como si quemase —carcajea Prunia.

Zelda dibuja una sonrisa fugaz y eleva la vista a las nubes. El cielo se pinta de naranja, lleva un buen rato ahí sentada y ya anochece.

—¿Cómo estás? —Prunia muestra una diminuta arruga de preocupación entre las cejas.

—Aún es raro... pero bien.

—Raro pero bien, una descripción muy meticulosa —resopla Prunia.

—¡No sé cómo explicarlo! No me siento enferma ni nada de eso. Sólo algo torpe.

—He estado revisando de nuevo todos los resultados de los análisis que te hice. Todo está correcto, tu salud está muy bien. Al menos la física. La mental...

—No estoy mal, Prunia —insiste, intentando borrar toda sombra de duda —de verdad. No recuerdo nada, ya te lo dije. Lo último que recuerdo es tragarme la gema zonnan y que se iniciase la transformación. Sé que es raro, pero para mí es como si hubiera estado separada de vosotros el mismo tiempo que vosotros de mí.

—Eso facilita mucho las cosas —dice Prunia, mostrando una sonrisa algo tensa. Zelda sabe que ella siempre necesita asegurarse de todo al menos dos veces, así que tampoco le da importancia a su exceso de preocupación.

Misión SecundariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora