El reino de Hyrule (parte I)

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Sonnia volvió tarde de la ceremonia con las demás sacerdotisas. Sus rituales ya no eran tan frecuentes, aunque ella seguía siendo la líder espiritual, sus obligaciones no le permitían estar tan presente como hacía años, antes de conocer a Rauru.

Dio un rodeo por los jardines. Hacía una noche plácida y veraniega. Los grillos cantaban ocultos en la hierba alta, había luciérnagas ente los árboles de alrededor y las estrellas brillaban en el reflejo de las fuentes y los estanques.

—Majestad, ¿necesitáis algo?

Sonnia dio un respingo, no esperaba encontrar a nadie por allí a esa hora.

—Niren, es tarde para deambular por aquí, ¿no crees?

La joven doncella de cámara enrojeció y se miró las manos, como si hubiera hecho algo mal.

—Tranquila —sonrió Sonnia —no pasa nada, pero debes descansar, no es conveniente estar aquí afuera tan tarde.

—Sí, majestad.

—Espera un momento —Sonnia la detuvo al ver su reverencia torpe y su intención de salir de allí lo antes posible —quería preguntarte...

—¿Sí?

—¿Está Zelda bien? Sé que últimamente sois bastante cercanas.

Niren agachó la cabeza de manera instintiva, y esto sólo sirvió para avivar las sospechas de Sonnia.

—Lleva un par de días sin salir demasiado de sus aposentos —confesó Niren —no puedo decir que se encuentre mal, pero...

—Echa de menos su hogar.

—Así es, majestad.

Sonnia suspiró y se quedó sopesando una idea.

—Me gustaría poder reunirme mañana con ella. ¿Crees que será posible?

—Por supuesto. Sé que eso la animará —sonrió Niren.

—¿Podrías organizarlo?

—Desde luego.

Sonnia se despidió de Niren y caminó pensativa hacia el palacio, donde estaba segura de encontrar a Rauru aún despierto. Él jamás se iba a dormir sin esperarla, por mucho que ella le dijese que no tenía sentido la espera. Los rituales podían alargarse a veces y durar hasta el amanecer, que se mantuviese insomne hasta que ella llegase sólo le hacía parecer aún más cabezota.

Zelda había sido como una especie de pequeño rayo de luz desde su llegada al reino de Hyrule. Sonnia sintió una inmediata ternura hacia ella en el momento en que la vio: vestida con esas ropas tan extrañas, tendida inconsciente en la hierba. Era una ternura más allá de ese raro sentimiento familiar que ella desprendía, era otra cosa. Era ese tipo de ternura que se tiene por las cosas rotas. Rauru siempre la estaba acusando de sentirse atraída por su deseo irrefrenable de sanar a los demás, de restaurar las grietas, como hacía a veces gracias a su don. Y sí, puede que hubiera mucho de eso en sus sentimientos hacia Zelda, una muchacha muy joven envuelta en el halo de alguien que ha sufrido demasiado. Sonnia podía ver esas cosas, y lo vio en ella desde el principio. Joven y radiante, con un poder misterioso, pues no había nadie en Hyrule que tuviese en su mano más de un don, como sucedía con Zelda. Y, aun así, era sensible, quebradiza y tímida, escondía su corazón para impedir que otros llegasen a él con facilidad. La primera reacción de Zelda siempre era parecer inmune a las muestras de cariño. Eso sólo podía tener una explicación: "ha perdido demasiado y no quiere seguir perdiendo aún más", pensaba Sonnia.

En cualquier caso, la curiosidad de Zelda, su inocencia y su deseo innato de ayudar habían conseguido conquistar el corazón de Sonnia y... aunque él intentase disimularlo, también había cautivado al gruñón cabezota de Rauru. Pero... con el paso de los días, Zelda se estaba apagando y esto preocupaba a Sonnia.

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