Compromiso

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—¿Estás nerviosa?

—Para nada.

—Te suda la mano.

—No me sudaría si tu manaza no estuviese siempre ardiendo.

Link sabe perfectamente cuándo Zelda está nerviosa. Demasiado tiempo observándola como para no detectar todos esos pequeños detalles. Como lo de andar un poco rígida, o lo de estar misteriosamente silenciosa.

—Podemos dar la vuelta y-

—Link, por favor —resopla ella, obligándole a avanzar a zancadas colina abajo —ya estamos aquí, no empieces a pensar cosas raras.

—Vale.

Caminan unos cuantos pasos más en silencio, ella aún un poco airada. La aldea sheikah está más en calma de lo habitual, no se tropiezan con nadie en las calles. No hay nadie en los huertos, ni sale ruido del centro de investigación, ni de las tiendas.

—Yo se lo digo —murmura ella. Ya han acordado quién de los dos le dirá a Impa lo del compromiso, pero como Zelda está nerviosa aunque lo niegue, lo repite para reafirmarse.

—A mí me da igual, si quieres se lo digo yo, ya sabes que creo que lo sospechan desde hace mucho tiempo.

—No es lo mismo.

—¿Qué más da?

—Bueno, es importante anunciarlo de manera formal —insiste ella, bajo su ceño fruncido.

—¿Sabes? Mañana podríamos aparecer por aquí con un hijo nuestro debajo del brazo y a nadie le sorprendería.

—¡Link!

—Es verdad y lo sabes —carcajea él.

—No es buen momento para bromear.

—Vale, ya me callo.

Zelda vive en negación con su nerviosismo, si le dejase a él actuar en lugar de empeñarse en inventar protocolos que ya nadie sigue, lo del compromiso lo sabría ya hasta el último kolog de Hyrule.

—Bien, allá vamos —Zelda toma aire justo antes de golpear la madera de la puerta de casa de Impa.

—Es raro.

—Mierda, Link —dice ella, sus nudillos frenando a escasos milímetros de la puerta —¿quieres que me dé un infarto? ¿Por qué dices eso ahora?

—Porque es raro.

—Bueno, fue tu idea pedirle ayuda a Impa.

—No es eso. Es que ni siquiera anda por aquí Wakat, ni ninguno de los guardias que vigilan la casa de Impa.

—A lo mejor están descansando, alimentando a los cucos o metiéndose en sus propios asuntos —espeta ella, cada vez más inquieta.

—Mejor se lo digo yo —sugiere él, analizándola de reojo.

—¡No! No es buena idea cambiar el plan justo ahora.

—Será como si le pidiese la mano a tu padre, ese viejo, ¿te imaginas? Esto es lo más parecido a eso.

—Cambiar el plan así de repente sí me pone nerviosa. Si es lo que pretendías ya lo has conseguido —resopla, con resignación.

—Por eso mismo seguro que se lo dices de una manera incomprensible —defiende él.

—No sé a qué te refieres.

—Pues algo como lo de: "Impa, te comunico que hemos venido a formalizar la situación" o algo peor, incluso.

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