Haciendo trampas

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Desde que han dejado Kakariko, no ha parado de llover. Y, además, están bordeando la región de los pantanos de Hyrule, lo que hace que el viaje sea pesado y embarrado. Y, además, a Link le han picado los mosquitos.

En su empeño por viajar sin usar la tableta, ella ha insistido en seguir trazando la ruta tal y como la habían planeado, a pesar de que la lluvia siempre vuelve a Link más gruñón. Se sumerge dentro de su caparazón de silencio y sólo cabalga, con la capucha echada por encima, olisqueando el viento húmedo como un cervatillo. Ella se lo ha explicado, "es sanador, Link", se lo ha dicho muchas veces, "me hace bien, lo necesito". Necesita el contacto con la tierra, con la realidad. Con la lluvia y con el paisaje conocido de Hyrule, con la belleza trágica que hay en sus ruinas, invadidas por el verde y por la naturaleza. Con sus gentes, con la esperanza renacida. Lo necesita porque sus ojos aún siguen ajustándose a la nueva distancia.

A veces, todo es confuso.

No pasó demasiado tiempo con los zonnan, pero sí fue un tiempo destacable y que al parecer tiene un hueco más importante en su corazón de lo que ella piensa. No llegó a visitar la región pantanosa con Rauru y Sonnia miles de años atrás, aunque le habría gustado mucho. Si eleva la cabeza, ve una pequeña isla flotando entre las nubes, sobre el pantano de Lanayru. Los zonnan elevaron fragmentos de tierra hasta el cielo para poner esas partes a salvo, porque sabían que podrían ayudar a salvar al reino en el futuro. Mientras Zelda cabalga mirando al cielo, unas gotas de lluvia fina le mojan la cara.

—¿Has estado en todas las islas celestes? —pregunta a Link.

—En casi todas.

Zelda piensa que, aunque pueda llegar a visitarlas, tampoco se parecerán a la imagen que ella guarda de esos lugares. Antaño eran templos y construcciones imponentes. Plazas, fuentes y estanques. Mercados y lugares en los que los zonnan habían establecido sus talleres con los golem ayudantes, unos seres artificiales diseñados para construir y facilitar la vida de los habitantes de Hyrule. Tal vez podrían acelerar la reconstrucción de Hyrule si los golem pudieran ayudarles de nuevo, pero se figuraba que casi todos estarían lejos, flotando en sus islas celestes.

—Me gustaría mucho verlas —dice de repente, es más bien un pensamiento formulado en voz alta.

—Ya has estado en la gran isla del centro de Hyrule.

—Sí, pero hay muchas más. Incluso aquí —dice ella, señalando con el dedo un punto en el cielo.

—Vamos a parar.

—¿Estás cansado?

—No, pero me duele un poco la espalda.

Zelda se muerde el labio lamentando no haber pasado un día entero descansando en la Posta del Pantano. Lo dejaron atrás, apenas pararon para comprar algunos víveres y para dejar que los caballos descansasen un poco, pero le apetecía mucho poder volver a acampar con Link a solas, así que estuvo insistiéndole para marcharse. Bastante rara había sido su estancia en la posada de Kakariko como para pasar por una situación similar en la posada de la Posta del Pantano. Sí, estaba feliz al ver que Link parecía empeñado en evidenciar su relación a fuerza de hacerla más y más obvia que nunca, pero eso no quitaba que no siguiera sintiendo timidez y que le resultase raro dormir en una cama con él a sabiendas de que todos los viajeros y los dueños de la posta cuchichearían al respecto. Incluso los sheikah habían cuchicheado sobre eso... ¡los sheikah! Los habitantes menos dados al cotilleo y los rumores de todo Hyrule.

Link ha encontrado un lugar resguardado para acampar. Hay algunos árboles altos, y una vieja caseta abandonada que apenas conserva un muro de madera enmohecida y unas tablas viejas en el techo. Es suficiente para poder montar ahí la tienda e intentar estar lo más secos y resguardados dentro de las circunstancias.

Misión SecundariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora