[POV: Ánchel]

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Imaginad no ser nadie. Puede que vosotros podáis hacerlo, podáis incluso identificaros. Pero a pesar de que vosotros seáis como yo, un cero al inicio en la sociedad, nada me quitará eso.

He vivido sola desde que acabé el bachillerato. No he tenido casi contacto con personas. Me sumergía en historias románticas, fantásticas, en las que yo me sentía la protagonista y con las que sustituía mi miserable vida.

La gente se olvidaba de mí y yo también lo hacía. Quién se supone que era? Nadie sabía de dónde había salido, nadie me lo quiso decir.

Ameki y César discutían en mitad de la plaza

—Ameki, por qué mierdas te conozco desde hace casi medio año y nunca supe que tenías un poder? También es que ibas contra nosotros, no te lo voy a negar.

—No tiene que ver... Simplemente me da dolor de cabeza utilizarlo. Mucho dolor de cabeza.

—La verdadera pendeja no dura nada!

Fue la primera vez que hablaron, César parecía querer mantener el silencio pero en el fondo tenía una insaciable curiosidad.

Hacía poco que habíamos dejado el subsuelo, menos de 5 minutos.

La plaza seguía llena de agujeros en algunas paredes, las baldosas seguían levantadas en algunos lugares, nada había cambiado desde la batalla entre Emma e Inéz.

Hablando de ellos, no sabía dónde estaba Emma y posiblemente César y Ameki tampoco lo sabían.

César dejó a Puerro en el suelo, apoyado contra una pared. Él seguía inconsciente, por no decir muerto.

No sabía exactamente que hacía allí arriba. Por qué estaba siguiendo a aquellas dos personas. Suponía que me habían despedido así que ya no tenía que seguir viviendo en el subsuelo.

Las calles empezaron a temblar, para mí era obvio que alguien estaba cruzando la frontera que separaba mi tierra de la superficie.

No era solo una persona, eran muchas. Venían a por nosotros, estaba segura.

Tenía que avisar a César y a Ameki para salir de allí, nos iban a rodear.

Poco a poco, las embocaduras se iban llenando de polisetas que iban entrando a la plaza y formando un círculo incompleto a nuestro alrededor.

César se dio cuenta al instante y empezó a prender llamas por todo su cuerpo.

Ameki preparó su pistola por si acaso, aunque no podría hacer mucho.

Las setas no parecían atacar aún.

Había setas de tamaño medio, con su uniforme. Había setas grandes, también con su uniforme y pequeñas y alargadas con otro uniforme. Todas las setas de mi ejército estaban ahí.

No teníamos apenas opción, a pesar de que César podría prender fuego a la zona, las setas grandes podían generar escudos con facilidad.

—Las voy a desintegrar a todas, y luego iré a por su rey.—Dijo César.

Pero las setas seguían sin atacar y poco a poco empezaron a arrodillarse ante nosotros. No quedaban setas de pie.

Según su biología no podían hablar pero ese simple gesto me hacía darme la idea de que me juraban lealtad. De que a pesar de todo querían seguir sirviéndome, y no al espantaviejas egoísta del subsuelo.

No me lo podía creer, no quería, mi cerebro no quería asimilarlo

Las setas me apreciaban a pesar de no corresponderles. Me consideraban su líder porque después de tantos años, yo sí que me preocupé por ellas.

Los PibesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora