Prólogo

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Christian


—¿Has terminado?

Un capítulo más. Un párrafo más. Una palabra más.

Le doy una mirada furtiva al hombre parado en el umbral. Con su brazo apoyado en la pared y sus lentes descansando en la punta de su nariz. Su expresión es suave y amigable y tiene un pequeño destello de orgullo en sus ojos marrones. No se mueve, observa embelesado para luego dar la vuelta y volver a su estudio.

Mia ha guardado todos sus peluches y Elliot ha revisado por décima vez que todo esté en orden. Le obsesiona el orden. Sus antiguos cuidadores dicen que es normal y que estará bien en cuanto no cambien sus rutinas. No habla, pero al menos es un niño tranquilo.

Cuido de él.

Siempre cuido de él.

Me agrada.

Elliot es bueno conmigo.

Todos son buenos conmigo.

Camina frente a mí y va por su puzzle. Lo deja caer sobre la mesa y una a una coloca todas la piezas al revés. Todas la veces lo pone así.

Es increíble que pueda armarlo de esa manera. Papá dice que es un genio. Yo pienso lo mismo.

—¿Puedo ayudarte?

Elliot sonríe, a continuación niega con sutileza. Es siete años menor que yo, pero intenta nunca pedir mi ayuda.

Antes de la seis dejo el libro en el estante y voy a cambiarme de ropa. Cuando regreso Elliot ha terminado el puzzle. Una sonrisa en su rostro se plasma una vez más.

Las piezas vuelven a su caja y luego al cajón de juegos de mesa. Va a su habitación y después de unos minutos regresa listo para la cena.

—¿Están listos, niños?

Mia y yo asentimos, pero Elliot niega y con su índice señala mi camisa.

—Tu camisa tiene una arruga, Christian—papá se acerca y muestra el punto que señala Elliot.

—Es muy pequeña.

—Tiene una arruga—puntualiza con una sonrisa—. El abuelo vendrá y no querrás enojarlo.

Nunca lo he visto enojado, pero dicen que cuando lo está no es nada agradable.

Nunca pasa nada bueno cuando lo está.

Es lo que dicen todos. En casa, en el bufete, en cualquier lugar donde él haya estado. Mamá también lo dice.

—Está bien.

En mi habitación todo está en silencio hasta que el sonido del auto del abuelo me hace salir corriendo e ir a la sala.

Los pasos firmen de Terrence Grey resuenan sobre el piso de madera, su sola presencia cambia el ambiente del lugar y su sonrisa inigualable abarca su rostro.

Le dirige un sutil gesto a Mia y Elliot y tan pronto como se separada de ellos se acerca a mí.

—¿Cómo está mi chico favorito?

Su mano grande y áspera pasa por mi cabeza, alborotando mi cabello cobrizo.

—Hola, abuelo.

—Papá, por favor—interviene Carrick—. No hagas distinciones frente a los niños.

Al abuelo parece no importarle y caminamos al comedor. Durante la cena su voz es la única que llena el espacio. Papá se ve incómodo al igual que Mia y Elliot... Bueno, él de nuevo se ha perdido en su propio mundo. Con su vista clavada en la pared se ha olvidado del resto que conforman la mesa.

Quédate a mi LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora