Capítulo 2

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Anastasia

Pasó media hora antes de que cayera en cuenta el desastre que se había convertido mi vida. Con los ojos rojos de tanto llorar y sintiendo aún el ardor en mi mejilla me hice un ovillo contra el rincón de la habitación.

Como si eso fuera a protegerme.

En cualquier momento podría volver a entrar y repetir lo mismo que juró no volver a hacer.

Sus pasos amortiguados sonaron suavemente por la alfombra que apenas hace unas semanas habíamos colocado con ilusión. Su silueta por debajo de la puerta se volvió una monstruosidad y el corazón me dio un vuelco.

La perilla giró lentamente y seguido la puerta soltó un rechinido.

—Anastasia, por favor.

—Aléjate de mí.

Instintivamente lleve mis manos al rostro, en un intento de protegerme de sus golpes.

Me había prometido que no lo haría de nuevo y tan solo dos días después lo había olvidado. Sus promesas se fueron cuando sus deseos se convirtieron en una obsesión.

—No sé que me paso.

Su voz se transformó en un débil sonido y cayó a mi lado. Se quedó a unos centímetros, con su mano alargada para tomar la mía.

Me alejé un poco más por temor a que de nuevo perdiera el control.

—No lo haré de nuevo—prometió.

Pero ya he escuchado esa promesa y no pensaba quedarme para ver como la rompía de nuevo.

—Mientes.

—Esta vez no.

—Ya no puedo creerte, José.

—Maldición—soltó y yo temble—. ¿Acaso ya no me amas, Anastasia?

—Te amo. Siempre lo haré, pero ya no puedo continuar a tu lado.

Si me quedo aquí jamás podré escapar. Lo amo y se que si cedo él lo seguirá haciendo.

—Podremos resolverlo cuando nos casemos.

Debe ser una cruel broma.

Faltaban solo tres semanas para nuestra boda y aquel hombre maravilloso y atento se ha convertido en un completo desconocido.

—No.

—¿Qué?

—No lo entiendes.

—¿Qué cosa?

Quería gritarle todo lo que nos había hecho, pero no tuve la suficiente valentía.

—Me iré—susurré entre lágrimas.

—Perdóname.

¿Podría perdonarle?

No.

No después de que me hiciera pedazos el corazón.

—Perdóname.

Esta vez se acerca más y me abraza. Pero ya no hay nada que me haga cambiar de parecer. El daño ya esta hecho.

Sus súplicas no pueden reparar lo que él mismo destruyó. Nadie puede reparar lo que él arruino.

—Por favor.

Levanta mi rosto y sus labios se unen a los míos. Me apartó de inmediato y niego. Ya no puedo más. Él asiente lentamente, y abatido se aparta de mí.

Quédate a mi LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora