Capítulo 11

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Christian

El sonido severo de mis pasos sobre el campo me distraen del sabor amargo de las pesadillas y de la última crisis que sufrí mientras dormía. El aire es frío a estás horas de la mañana en Cornwall y el espacio abierto y discreto de las ochocientas hectáreas de terreno me brindan un poco de paz. Alejado de las miradas curiosas de los lugareños y del estrés de las últimas semanas.

Me deshago de la ropa y voy directo a la ducha cuando regreso de correr. Bajo el agua caliente intento lavar toda la culpa, todo lo que me repugnante de mí. Sin embargo nada es suficiente.

Frente al espejo empañado sigue estando el reflejo de ese ser manchado, sucio y repugnante que dejaron tirado en medio de la noche hace años atrás. Desnudo y ensangrentado.

—Buenos días, señor.

Gail entra a la habitación con el tensiómetro en las manos. No oculto lo desconcertante que es para mí, pero ella insiste en cumplir las recomendaciones del doctor Shine.

—¿Y bien?

Gail resopla con disgusto.

—Su presión sigue elevada.

Maldita sea.

Si no controlo las arritmias mi jodida presión arterial seguirá por las nubes. Estoy seguro que ella tiene un par de cosas que decirme, sin embargo guarda silencio cuando Elliot irrumpe en la habitación con su oso de peluche.

Sus ojos azules se instalan en la banda que rodea mi brazo derecho y la preocupación lo empieza a poner inquieto. Se apresura a tomar mi mano y pregunta:

—¿Estás enfermo?

—No, campeón—le tranquilizo, poniéndome de pie y quitándome el tensiómetro del brazo—. El tensiómetro de papá estaba averiado. Lo revisamos y ya está perfecto. ¿Cierto, Gail?

—Ya funciona a la perfección—concuerda, tomando el jodido aparato.

Ella me dedica una mirada de advertencia antes de dejarnos solos y Elliot lo nota.

—Estoy bien—le aseguro y lo tomo de la mano—. Vamos a desayunar.

Después de comer tomamos nuestras chaquetas enceradas y salimos a dar un pequeño paseo junto al viejo labrador de la finca. Elliot lleva la correa mientras el perro fielmente lo sigue.

Llegamos hasta los establos donde están quince de mis ochenta sementales. Los más jóvenes son llevados al circuito de entretenimiento para darnos una demostración. Entre ellos está Grey Eye.

—Ha ganado las últimas diez competencias, señor—informa Taylor.

—¿Crees que esté listo para el Derby de Kentucky?

—Está listo para ganar.

Elliot se emociona viendo a los animales  y cuando termina el entrenamiento ordeno que ensillen nuestros caballos. Ambos son descendientes de War Admiral, uno de los mejores caballos de carreras en ganar la triple corona estadounidense.

Cabalgamos por toda la propiedad, admirando el extenso campo que nos rodea y por un segundo me imagino a Anastasia andando por toda la finca.

Ama la literatura inglesa y estoy convencido que amaría este lugar si lo viera. Las historias que lee se desarrollan en paisajes idílicos como esté.

Podría invitarla.

Aunque dudo mucho que acepte venir a Inglaterra conmigo.

Le sigo provocando temor incluso bajo los efectos de los sedantes. Lo noté esa noche en el hospital, la forma cautelosa que tuvo al entrar a la habitación y la inseguridad que irradiaba cuando se acercó a la cama. Se aseguró que estuviese del todo incapacitado para no dañarla antes de aceptar quedarse toda la noche.

Quédate a mi LadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora