Una historia más: Amistad

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Carlos: ¡Hey! ¿Qué esperas con el celular siempre en la mano? Hoy tampoco te llamará. Estamos a punto de iniciar el ensayo y te necesitamos concentrado. El productor está molesto porque últimamente en las funciones estás fallando. Yo te quiero, pero no puedo cubrirte siempre la espalda, y me preocupa que estés así.

Habían pasado tres meses, y Diego no había recibido ninguna noticia de María. Sabía que había abandonado el país, pero no sabía dónde ni cómo encontrarla. Había pasado del odio a la rabia, del perdón a la aceptación, pero esas emociones eran un círculo que se repetía. Por momentos creía poder avanzar, pero al final siempre caía en lo más profundo de su emoción. Pensaba todo el tiempo cosas sin sentido, ideas que jamás creía pasarían por su mente. Pensó varias veces que debió haber aceptado la dirección de la empresa que su padre le ofrecía, quizá así María lo amaría. Pero sabía que esa no era la solución, así que mejor empezó a vivir en automático, ensayos y depresión. Por las mañanas intentaba no salir de la cama, dormir lo más posible para calmar su dolor, se bañaba sin ganas, hacía una comida al día y asistía a ensayar. Durante la función, todo era paz, pero al salir de escena, las noches se volvían largas, no podía evitar dejar de pensar.

Contrario a lo que Diego vivía, al otro lado de la ciudad, una chica alegre se despertaba todos los días esperando iniciar una nueva aventura. Desayunaba, hacía ejercicio y se dirigía al trabajo. De vez en cuando, revisaba su celular para ver qué publicaba Diego en sus historias, pero todo lo que encontraba eran ensayos de la obra a la que había asistido meses atrás. Poco a poco, dejó de buscar esas historias; ese tal Diego era tan misterioso que no compartía nada personal en redes sociales, así que durante esos meses jamás pudo saber algo sobre la vida de ese chico. En cambio, ella compartía todo y un poco más de lo que realmente sucedía en su vida. Ambos eran tan distintos que pensar en ellos como un conjunto era ilógico.

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Ese día, Anie y Marcela fueron a un restaurante a desayunar y a ponerse al día con los chismes de sus vidas. La conversación se volvía lenta y aburrida, y Anie tomó su celular. Vio una foto que Diego había subido a sus historias, se trataba de él siendo abrazado por una chica bajita que lo sujetaba del cuello.

Marcela: Otra vez estás viendo a ese tal Diego, supéralo, olvídalo, ni está tan guapo. En cambio, su amigo ese sí está bien guapo, es un "papacito". Ayer subió una foto sin camisa y está deli. Además, tenías razón, jamás volveremos a ver a esos tipos. Su mundo y nuestro mundo son totalmente diferentes.

Anie: Lo sé.

Marcela: ¿Te vas a comer ese pan?

Anie: Sí, es mío. ¡Hey, déjalo, que es mío!

Marcela: Era, dice la amiga mientras lo chupa y se lo lleva a la boca.

Anie solamente ríe. En momentos como ese, no entiende por qué Marcela es su amiga, pero la quiere tanto que no le importa que se haya comido su pan, tampoco le importa ser su apoyo emocional; ni siquiera se cuestiona por qué, en las fiestas, la soporta, aun cuando Marcela siempre la mete en líos gratis. Pero al final, Anie sabe que su amistad es tan especial que esos defectos hacen que todo valga la pena.

Marcela: Mira, Anie, tu crush teatral subió una foto a su historia. Vamos a verla.

Anie: No, déjalo así. Tienes razón, me mal viajé por los likes de ese día, pero realmente no significaron nada para él. Es como cuando alguien le pone "me gusta" a fotos de perritos tiernos. Todos lo hacemos sin pensar, sin importar si conoces al dueño o al perro, simplemente reaccionamos a la foto porque se ven lindos.

Marcela toma el celular de su amiga y abre la historia de Diego Melendi.

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