Una historia más: La lluvia lo limpia todo

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Fuera del hotel, estaba lloviendo muy fuerte, y Anie pensó en pedir algún servicio de taxi para volver a casa. Sin embargo, en ese momento se dio cuenta de que no llevaba consigo su celular. Lo buscó por unos segundos en su mochila, pero no lo encontró. Recordó que lo había dejado en el automóvil de Diego.

Anie: Carajo, ¿qué voy a hacer? —se dijo en voz baja.

Caminó por una de las avenidas más grandes de la ciudad en busca de un taxi, pero todos estaban ocupados. Así que siguió andando bajo la lluvia. Aunque no se notaba, la chica venía llorando por la desilusión y la rabia de ser acusada de algo que no había hecho. Recordó que una vez leyó una frase que decía que una de las peores ofensas y dolores más profundos era ser culpado por algo que no se había cometido, y lo entendía claramente en ese momento.

No quería ser injusta consigo misma, pero se culpaba de estar esa noche mojándose y sintiendo que el mundo se le venía encima. Le dolía la posibilidad de que Diego dudara de ella y le molestaban las humillaciones que había tenido que vivir por culpa de ese hombre. No quería volver a saber de él; no le importaba lo que tuviera que perder, pero jamás en la vida volvería a verlo.

Durante más de una hora, la chica caminó buscando algún transporte que la llevara a casa. Durante ese tiempo, lloró y fue sanando el dolor que sentía. La lluvia era cómplice de limpiar sus heridas del alma. Fue una sensación catártica; llevaba la ropa empapada cuando logró ver una estación del metro. Compró un boleto y subió al primer tren que pasó. Su ropa escurría, dejando gotas en el piso. La chica pasó su saco por su rostro tratando de secarse, pero ella venía llena de agua y esa manga no era una excepción. Después de unos minutos, simplemente empezó a sentir el calor del vagón; era como un consuelo para el alma que le pedía que dejara de llorar. Poco a poco, su emoción se calmó, lo cual fue muy bueno para ella, ya que aún debía pasar por varios transbordos hasta llegar a la estación más cercana a su casa. Al llegar allí, empezó a sentir paz, protección y seguridad al saber que pronto estaría en casa y podría ser vulnerable estando consigo misma.

Caminó durante 15 minutos por una ciudad fría. Los charcos en el piso y la oscuridad de la noche generaban un contraste con las luces de los edificios y departamentos de la calle. Justo cuando llegó a su casa, vio a una persona parada en su puerta. Era Marcela.

Marcela: Gracias a Dios estás bien. ¿Ya viste la hora? Estaba preocupada por ti.

Anie: Perdón, no tengo conmigo mi celular —dijo Anie, desconcertada como si no tuviera ganas de hablar.

Marcela: Ya lo sé, por eso vine a ver si ya estabas en casa, pero llevo horas esperándote.

Anie: Lo siento.

Marcela: Dime, ¿por qué tardaste tanto? Diego me dijo.

Anie: No quiero saber nada de él.

Marcela: Pues Diego está preocupado de que estés en la calle tan noche y sin teléfono. ¿Por qué te saliste así del hotel? Esa zona no tiene transporte público, y los taxis pasan con muy poca frecuencia. Sabes el riesgo al que te expusiste.

Anie no dijo nada; era lo último que quería escuchar esa noche y abrió la puerta de su casa para entrar. Marcela la siguió hasta el interior y continuó con el sermón.

Marcela: Diego me pidió que viniera a buscarte. Él tuvo que quedarse en la rueda de prensa con LOVERS, pero ha estado escribiendo todo el tiempo. Mírate, vienes toda mojada. Vamos a cambiarte. No puedes estar así; debes tomar un baño con agua caliente para no enfermar.

Anie: Eso no sirve. Es un consejo tonto que se ha dicho por años, pero es mentira. De nada sirve bañarse con agua caliente.

Marcela: No importa si no sirve. Ve a darte un baño.

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