Una historia más: Creando arte

42 22 26
                                    

Era el primer día de trabajo de Anie, y ella estaba muy nerviosa por volver a ver a Diego. Sin embargo, esta vez era diferente a las otras ocasiones en que lo había visto; en esta ocasión, no quería fallarle. Había sido una semana difícil para ella. Marcela estaba molesta porque, según ella, Anie le había quitado el trabajo. Además, Anie tenía que estar al pendiente de su emprendimiento para evitar que este se viniera abajo al mismo tiempo que apoyaba a Diego. Había movido toda su vida, y estaba dividida entre sus responsabilidades y el nuevo trabajo que ahora adquiría.

Por otra parte, sabía que lo que estaba haciendo era un error. Dejar todo por ayudar a un desconocido, cambiar el rumbo de su vida para apoyar a alguien que ni siquiera recordaba el día en que se vieron por primera vez, ni los likes que le dio a sus fotos. Anie era consciente de que esos argumentos eran caprichos, ya que realmente deseaba tener ese trabajo para estar cerca de él. También creía que al pasar mucho tiempo junto a él, su enamoramiento podría llevarla a encapricharse aún más. Sin embargo, también entendía que al convertirse Diego en su jefe, su percepción de él podría cambiar, y esa ilusión inicial podría desvanecerse.

*****

Anie se encontraba parada afuera del edificio donde ese día se entrevistó con Diego, pensando en todos los pros y contras de ese trabajo. Estaba tan inmersa en sus pensamientos que no prestaba atención a lo que la rodeaba, pero de repente una voz varonil interrumpió sus pensamientos.

Diego: Asistente, me alegra saber que estás comprometida y llegas puntual. Excelente comienzo de labores, dijo Diego acercándose a Anie.

Ella solo sonrió; era tonto, pero cuando estaba junto a él, se volvía más callada de lo habitual. Finalmente, reunió el valor para decir un simple "gracias".

Diego: Bueno, el día de hoy será de prueba. Tengo ensayo en el teatro, y quiero que conozcas mi rutina, lo que hago y cómo lo hago. Ven, sube al carro.

Ambos subieron al auto, y mientras Diego conducía, cantaba las canciones que sonaban por la radio.

Diego: Esa canción es preciosa, ¿no lo crees? dijo casi gritando para ser escuchado, ya que el sonido de la música era muy fuerte, y ni siquiera había escuchado la respuesta de Anie.

La chica se encogió de hombros y sonrió.

Diego: ¿Sabes qué me gusta de la música? continuó el chico. Me gusta cuando la música te lleva a un lugar específico, cuando la historia que te cuenta te hace recordar algo o a alguien. Entonces, justo en ese momento, la música hace toda su magia.

Al terminar de decir esas palabras, la música se perdió entre el bullicio de la ciudad y el tráfico de la avenida. Ambos se quedaron mirándose a los ojos, tratando de descifrar cada uno al otro con esa pequeña charla.

Anie: Y esa canción, ¿a dónde te lleva?

Diego: Esa canción fue la que bailé en mi boda. Me lleva a ese momento. Veo a mi familia, mis amigos y a ella, dijo el muchacho con un tono melancólico y dolido.

Anie desvió la mirada nerviosa; no sabía qué decir. Sus latidos se aceleraban, sus manos estaban nerviosas, la cabeza le hervía, le dolía el corazón y todo su cuerpo. Estaba tan impactada que era como si en segundos le hubieran arrojado dos cubos de agua; uno lleno de agua hirviendo y otro con agua helada, y no sabía explicar cuál de los dos cubos le dolía más. Pero seguramente era el cubo de la desilusión, de haber cambiado todo en su vida para ayudar a un desconocido que estaba felizmente casado y que, por obvias razones, jamás se fijaría en ella.

Diego: ¿Y tú eres casada? le preguntó el chico, sacándola de su momento de ansiedad.

Anie: No, yo no soy casada ni nunca lo he estado.

Una historia MásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora