Una historia más: La costumbre deja arraigo.

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Diego pasó varias horas afuera de la casa de Anie, llorando dentro de su carro. No entendía qué le pasaba, pero le dolía perder a esa chica. Sabía que esta vez ella no lo perdonaría y no podía evitar sentir ese dolor. Era ilógico sentirse de esa manera porque él creía seguir amando a María y ni ese amor le generaba esa sensación de desesperación por recuperar lo perdido. Cuando vio que era demasiado tarde, empezó a conducir rumbo a su casa y al llegar decidió dejar el auto en la calle.

Entró al patio de su casa, iba distraído pensando en las palabras de Carlos, pero las que más le dolían y le habían marcado esa noche fueron las de Anie, las cuales no podía sacarlas de su cabeza. Al avanzar entre la oscuridad del jardín y llegar a la segunda puerta para entrar, se dio cuenta de que había una mujer parada; su cabello, su figura y su aroma le eran familiares. Se trataba de María, quien esperaba su llegada. Al verla, Diego no sintió sorpresa, enojo y mucho menos logró sentir felicidad. Había esperado meses para verla y había planeado diálogos imaginarios para ese momento. Pero jamás imaginó que ella regresaría ese día, y él simplemente no tenía ganas de discutir más.

María: He intentado abrir, pero dice que has cambiado la clave. Incluso intenté abrir con mi llave, pero ya no me dio acceso. —Dijo la chica mientras sacaba de su abrigo unas llaves.

Diego: Sí, cambié la chapa de la puerta.

María: ¿Por qué hiciste eso? Mírame, estoy aquí en plena madrugada sin poder entrar a mi casa porque decidiste cambiar la clave y la chapa.

Diego: María, estuve esperando por meses saber algo de ti, que aparecieras, pero este no es un buen momento. No quiero discutir.

María: ¿Eso qué quiere decir, amor? ¿Que ya no me dejarás entrar a nuestra casa?

Diego, al oír esas palabras, no sabía qué hacer; la costumbre y los recuerdos comenzaban a apoderarse de la situación, pero, por otra parte, estaba furioso. Ella se había marchado sin dar explicaciones y aparecía como si nada hubiera pasado, como si el dolor de Diego por su pérdida no fuera relevante. Era como si ella se hubiera ido a quedar una noche con una amiga para tomar unos tragos y regresara al día siguiente con su marido, como si nada hubiera pasado, como si la relación estuviera perfecta. Ella había roto el compromiso, ella había decidido que esa casa ya no era su hogar, y ahora venía a hacerse pasar por la víctima para reclamar derechos que ella rechazó. Diego quería que se largara, que lo dejara solo, como lo hizo hace meses. Pero se contuvo de correrla, sabía los riesgos que había en la ciudad y ya había expuesto a una chica esa noche, y no quería ser el responsable de enviar a otra mujer a vagar en la noche sin encontrar refugio.

María: Amor, mira tu mano, ¿qué te pasó? Abre para que te cure. - María lo abraza y él no responde al acto de cariño. - No sabes cuánto te extrañé.

Diego abre la puerta y al entrar se sienta en el sillón sin decir nada, mientras que la chica va por agua oxigenada y algodón para limpiarle la sangre. La herida era pequeña; la sangre que se veía era la de Carlos, que al recibir el golpe comenzó a sangrar al instante.

María: Dime, ¿qué te ha pasado? Ya te volviste un chico malo. Diego seguía sin contestar. - Te has vuelto más callado y reservado en este tiempo. Recuerdo cuando no parabas de contarme sobre tus planes y ahora no me dices nada. ¿Hay acaso algo que me quieras contar?

Diego: No, dijo serio y con tono de molestia.

María: Bueno, si tú no quieres contarme, lo haré yo. Me han firmado para ser modelo de uno de los diseñadores más importantes del país, y estoy fascinada. Decía mientras caminaba por la cocina, tomaba un poco de agua mineral y se servía comida en un plato. - ¿Quieres que te sirva un poco de agua, amor?

Diego: Por favor, no vuelvas a decirme amor.

María: Cariño, dijo ella con sorpresa. Es por lo de la noticia de los LOVERS que andas así. Tranquilo, por eso vine porque yo sabía que mi amorcito seguramente la estaba pasando fatal. Yo siempre voy a estar aquí para ti, y en cuanto vi que alguien filtró información y como la prensa enloqueció, yo sabía que debía estar a tu lado apoyándote. María lo jaló del brazo hasta la habitación. Ven, vamos a la cama, amor, te extrañé muchísimo, le dijo en el oído, para después empezar a besarle el cuello e intentar quitarle la ropa.

Diego: No, María. La chica seguía besándolo y queriendo tener intimidad con él. -Te he dicho que no, que pares- y la aleja de su cuerpo para no sentir deseo por ella.

María: ¿Qué tienes, carajo? - gritó la chica molesta, y al notar que no estaba en condiciones de reclamar algo, se volvió a calmar.

Diego: ¡Que no quiero estar contigo! Tampoco quiero dormir a tu lado y sacó su pijama del cuarto, luego se fue a la habitación de huéspedes donde cerró la puerta para estar en soledad. Estando ahí, se dejó caer en la cama y se desabrochó la camisa con la intención de cambiarse, pero no pudo porque empezó a sentir cómo un aroma lo envolvía. 

Era un fragante, conocido y dulce aroma que pertenecía a Anie, quien había dormido en ese mismo lugar algunas noches atrás. La empezó a extrañar y deseaba que esa mujer estuviera con él en esa cama para hacerle el amor, que el olor de su cabello lo abrazara mientras él le mostraba todo su cariño, pero se encontraba ahí solo, envuelto por el aroma de esas sábanas que contenían la esencia de una chica a la cual había despreciado por meses. Quería cambiar las cosas, pero era muy tarde. Envuelto en su culpa, no lograba dormir, pero poco a poco fue encontrando paz y consuelo en el aroma de la almohada hasta que logró conciliar el sueño, sabiendo que sería lo único que tendría de Anie ese peculiar momento a solas. Pues la había perdido para siempre.

Diego sabía que la ilusión en esa noche había logrado ser más fuerte que el arraigo y la costumbre del deseo que María pudiera provocarle.

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