Cómo organizar una boda y no matar a tu padre en el intento

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Raoul entreabre los ojos, recreándose en la bonita sensación de no tener ningún lugar al que ir, al menos hasta que empiece su turno. Tampoco quiere darle muchas vueltas a la hora, por si tuvieran que llegar a su cita con su padre, para los dichosos preparativos de boda.

Desde que se enteró de la fecha y de que todavía no se habían puesto en serio a nada que no fueran las invitaciones, su padre se estaba volviendo algo insoportable y no tiene ganas de lidiar con él, al menos por un buen rato más.

Se da la vuelta para contemplar su imagen favorita, que sigue dormida. Acaricia su mejilla, contemplando sus pestañas infinitas hasta que los párpados del policía se mueven, y escucha el primer suspiro.

—Buenos días, guapo.

Agoney le sonríe, perezoso, y pasa la mano que no tiene bajo sus cuerpos por su espalda, para acercarlos un poco más.

—Buenos días... —Bosteza, volviendo a cerrar los ojos—. ¿Cómo vamos de tiempo?

—Para los turnos vamos genial... —Aprieta los labios, pero la risa se le escapa—. Para lo de mi padre no sé, pero tampoco tengo mucha prisa por verle manejarlo todo.

—Yo tampoco...

Sube su mano hasta la nuca del rubio, apretándolo con él en un beso que se vuelve apresurado por segundos. Suspiran en la boca contraria, mientras se deshacen de las mantas y el más pequeño se encarama sobre su cuerpo.

Por un momento, los besos de Raoul bajan hasta su cuello, pero su prometido no tarda en demandar un beso en los labios que no duda en darle como se merece. Una vez lo tiene donde quería, Agoney baja las manos por su espalda, por un momento para recorrer su piel por debajo de la camiseta, pero no tarda en detenerse en su culo, que amasa sin miedo alguno.

Deja caer gemidos sobre su boca, mientras se restriega contra su entrepierna como mejor puede. Sin haberse quitado partes de ropa, ya son un amasijo de jadeos y gemidos que los van a llevar no muy lejos si siguen frotándose sin más.

Pero, antes de que puedan quitarse las camisetas el uno al otro, la puerta de la habitación se abre.

—¿Quién está listo para hablar de bodas? ¡Vamos, novatos, será... ejem!

—¡Papá! —chilla a media voz, apartándose de encima—. ¿Qué mierdas haces sin llamar al timbre?

—¿Y para qué me habéis dado llave? Por cierto, no hay nada de lo que avergonzarse, explorar los cuerpos es algo normal, pero... ¿tenía que ser cuando habíais quedado conmigo?

—¿Le has dado llave? —masculla Agoney a media voz, completamente rojo.

—No pensé que fuera a hacer esto, precisamente —susurra.

—Ugh, veinteañeros... —Le quita importancia con la mano—. Venga, vestíos que tenemos que hablar del traje.

Y cierra la puerta tras él, como si nada.

La pareja comparte una mirada agotada, antes de volver a tumbarse sobre la cama, de golpe y a la vez.

—Lo voy a matar. —Raoul se pone la almohada sobre la cara.

—Puedo ayudarte para que parezca un accidente. —Suspira, mientras esconde también la cabeza—. Raoul, ¿te das cuenta de que a estas alturas tus dos padres me han pillado metiéndote mano? —Le entra la risa—. No te rías, no es gracioso, me voy a morir de vergüenza.

—Un poco sí, dos veces, wow, debe ser un récord.

—Pues que me den un premio. —Se aparta para levantarse, dejando caer parte de las sábanas al suelo—. Anda, vamos a ponernos los trajes para que al menos la interrupción valga para algo.

En el improbable caso de una emergencia-RAGONEYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora