XXVI

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confiad en mí <3

En un acto de crueldad bastante innecesario, en su opinión, no le permiten dejar su turno inmediatamente para quedarse en el hospital haciendo guardia. No. Mamen, bastante afectada porque tenía cariño al chico (pero no lo suficiente para ayudarlo), le pide que cene, que duerma en la estación y que, en definitiva, haga su trabajo.

Pero él no duerme, no come ni desayuna, y tampoco habla, ni siquiera cuando su padre lo intenta. Lo único que hace es mirar a la zona donde se activaría una alarma de inmediato de haber una emergencia sanitaria. Si la hay, podrá ir al hospital y escaquearse para ver a su chico. Pero eso nunca sucede. No, en todo el resto del turno no hay ni una sola emergencia, más allá de las dos que han tenido seguidas y que se han cobrado una vida, de momento.

No quiere plantearse que ese turno se le muera alguien más.

Lo único que ha podido hacer es estar en contacto con los padres de Agoney, que llegaron al hospital un buen rato después de que él se marchara, dejándolo en manos de los mejores cirujanos posibles.

A las dos de la tarde del día después de que le dispararan, él ya está vestido con ropa de calle. Saca un café de la máquina de la estación y se va con ella en la mano. Cruza el río y suspira con alivio al ver el hospital Reina Sofía. Nunca se había sentido tan aliviado de tenerlo tan cerca.

Se acerca a la recepcionista, que parece algo cansada de lidiar con familiares de pacientes. Aun así, le pregunta por lo que necesita.

—¿Sabe dónde puedo encontrar a Agoney Hernández? Ingresó ayer por la tarde, tuvieron que operarlo. Sus padres no me han dicho dónde está.

—Con un nombre así no debe ser muy difícil... Aquí está. —Entonces levanta la cabeza del ordenador y frunce el ceño—. ¿Quién has dicho que eres?

—Soy su pareja... de hecho —añade en el último momento. Vivir juntos por una vez sería una ventaja.

—Vale, muy bien, está en la tercera planta. De momento no estamos dejando entrar a mucha gente a la habitación, pero tienes un par de amigos del chico esperando en el pasillo.

Asiente con energía y busca el ascensor con la mirada antes de dirigirse a él. El tiempo que tarda en llegar se le hace eterno, pero se consuela pensando que sus amigos están allí.

Sonríe con alivio al ver a Kibo. Al contrario que él, sí puede moldear sus turnos a su gusto, así que supone que se ha tomado el día para hacer guardia.

—Raoul. —Se levanta para recibir un abrazo que el menor necesita, sin ninguna duda—. Sus padres se fueron hace horas, pero no quería dejarlo solo, aunque no me dejan entrar...

—Tranquilo, muchas gracias por estar. ¿Te han dicho algo?

—Está sedado, pero si quisiera despertar, podría.

—¿Si quisiera? Es Agoney, por supuesto que quiere.

—Bueno, hay que prepararse para lo peor, que no tenga fuerzas.

—Él siempre las tiene. —Su tono seco mata la conversación.

Consigue presentarse al médico que está cuidándolo tras la operación. Entran juntos a la sala mientras el hombre le cuenta detalles de la operación que, si entiende, no se empeña en demostrarlo. Tiene mejores cosas en las que interesarse, como, por ejemplo, en su novio tumbado en una camilla, con los pitidos demostrando que su corazón sigue latiendo.

Se le escapa un jadeo tembloroso. Nunca lo había visto tan apagado, ni siquiera las mil noches que han dormido juntos.

—Ahora mismo no hay mucho más que podamos hacer —le comenta el doctor—. Ha respondido bien a la operación, no debería correr peligro, pero la pérdida de sangre, los daños internos y todo lo que ha supuesto...

En el improbable caso de una emergencia-RAGONEYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora