XVIII

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La cantidad de tiempo que pasa mirando sus ojos castaños sin decir nada empieza a resultar incómoda. Supone que ella espera una respuesta, pero nada sale de su garganta, que se ha cerrado de golpe.

—¿Y bien? —Susana golpetea su muslo con un dedo—. ¿Piensas decir algo?

—¿Cómo... cómo es posible? —Agita la cabeza y se levanta con la cara de susto plasmada en la cara—. No es por ofender, pero tienes casi cincuenta años.

—Lo sé, cuando me empezó a faltar la regla pensé que era el ansiado momento de la menopausia. —Se cruza de brazos—. Pero algunas náuseas y mareos después... ya no lo tuve tan claro.

—¿Cómo ha pasado esto?

—¿Te lo tengo que explicar? Me parece que fuiste tan participativo como yo.

—Dios mío... —Se lleva las manos a la cara, estirándosela con el horror clavándose en sus facciones—. ¿Y qué se supone que vamos a hacer?

—No sería seguro tener un hijo así —empieza con cuidado—, pero por otro lado... me gustaría tener esa oportunidad. Quiero decir, solo tuvimos un hijo.

—Al que traumatizamos un poco con nuestro divorcio.

—Oh, vamos, Raoul siempre ha sido mucho más maduro que eso...

Se quedan en silencio un segundo. Por muy maduro que sea siempre, hay un punto de diferencia entre eso y tener que explicarle que van a tener un segundo hijo veintisiete años después.

—Contárselo sí que va a ser una aventura —murmura, y se lleva un manotazo de su exmujer.

Esa noche, con el rubio ya de nuevo en su vida, el inspector de policía se pone manos a la obra con un caso que le está volviendo loco. Pasó el resto del turno recopilando grabaciones y pidiendo a cada compañero del equipo que se encargue de un trozo de metraje, para intentar abarcar la mayor cantidad posible.

La única conclusión a la que llegó en comisaría es que la niña sí salió antes de que alguien llamara a los bomberos, corriendo por delante de una de las cámaras con un objetivo claro, que no aparece en ninguna imagen, a pesar de que las han revisado todas a conciencia.

—Estamos empezando a valorar que la cría creara el incendio —comentó Esperanza, una de sus nuevas compañeras en el equipo que lidera—. Aunque los motivos son un misterio.

—Puede que alguien de fuera la incentivara. —La invitó a acercarse y repitió para ella esos segundos de vídeo en los que se puede ver a Lucía—. ¿Ves cómo corre?

—Sí, como si acabara de hacer su primer trabajo de pirómana infantil y no quisiera que la pillaran.

—No —corrigió, con una sonrisilla—, corre hacia alguien a quien conoce. Se nota muchísima en su postura, como aumenta la velocidad...

—Pero no se ve a nadie en ninguna cámara —murmuró— y llevamos horas revisándolas.

—Creo que esa persona sabía lo que hacía. Probablemente conoce el barrio y sabe cómo esquivar cámaras. No hay suficientes para cubrir todo, hay cientos de puntos ciegos. Está claro que no ha dejado nada al azar.

—Vale, supongamos que tienes razón y alguien a quien conoce la ha obligado a quemar su piso... ¿Cómo piensas demostrar eso?

Lo último que hizo en su turno, antes de encontrarse con Raoul, fue volver al piso a visitar a la familia. Habían quedado allí para recoger todo lo que aún fuera útil, para llevárselo al hotel donde pasarían el tiempo mientras decidían qué hacer con ese lugar.

Tras una breve conversación con la madre, que seguía conmocionada, se paseó por la habitación de Lucía con ojos de gato. Y estos no tardaron en clavarse en el peluche que presidía la estancia. No era muy grande, pero estaba orientado hacia la cama de la niña y, lo que de verdad le llamó la atención, la cámara que tenía en la frente.

En el improbable caso de una emergencia-RAGONEYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora