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Veinte tíos en fila mientras el capitán pasa revista de cada jodido detalle, acompañado por el sargento que es quien suele encargarse de estos asuntos, pero por ser el primer día...

En cualquier otra circunstancia yo estaría decidiendo con cuáles pretendo acostarme de aquí a que me manden a otro destino, pero hoy solo tengo ojos para Min Yoongi.

Así era como se llamaba cuando tenía veintipocos y estaba terminando la carrera de derecho en la escuela militar. De eso hace siete años y él era el novio de Rose, mi hermana. Vino pocas veces a casa y yo entonces era un crío larguirucho de catorce años, lleno de granos y complejos. Pero la primera vez que lo vi se me quedaron dos cosas claras: que era el tipo más sexy que había visto en mi vida y que me gustaban los hombres.

Esa noche me hice mi primera paja, sí, empecé tarde, y me la casqué pensando en él.

Recuerdo el calor que recorría mi cuerpo desnudo sobre las sábanas, el escozor cada vez que me tocaba, me mordía los labios, y hurgaba con mis dedos entre las nalgas, sin saber muy bien por qué mi cuerpo reaccionaba de aquella manera, mientras de mi cabeza no salía la imagen de aquel tipo. No es que fuera muy alto, pero los chicos de mi barrio y de esa edad no solían estar tan trabajados en el gimnasio. Recuerdo cómo la camiseta se

le pegaba a los músculos, cómo llenaba las pequeñas calzonas por delante y por detrás, cómo se marcaban sus fuertes piernas. Y, además, era guapo, de cabello rubio y rizado, luminosos ojos azules y una actitud chulesca, muy seguro de sí mismo, que descubrí entonces que me encantaba.

Apenas me miró, por supuesto. Solo tenía ojos y manos para Rose y, cuando creyeron quedarse solos en el salón, se dieron el lote y yo imaginé que me besaba a mí en vez de a mi hermana. La imagen de Yoongi acompañó cada uno de mis sueños húmedos hasta

el trágico desenlace, que aún soy incapaz de recordar sin que me atraviese una punzada de dolor.

Ahora está aquí, delante de mí, siete años más tarde, y yo ya no soy el niño enclenque e invisible de entonces. Tampoco soy alto, he de reconocerlo, no llego a los seis pies, pero he

aprendido a compensarlo con un buen cuerpo que trabajo a diario, y algo innato que me hace muy bueno en la cama.

Podría hacerme el modesto y decirte que soy pasable, pero no me va esa mierda. Soy guapo, y tú estarías de acuerdo. De una manera imperfecta quizá, porque mi nariz es un poco grande, como mis labios, pero un color de ojos muy particular, que pueden ser verdes o azules, hacen que necesites mirarme una segunda vez. Y yo lo aprovecho. Con esa segunda mirada te atrapo, me meto en tu cama y, si puedo, en tu cabeza.

Min Yoongi es ahora el capitán Min y la treintena recién cumplida, según mis cálculos, le ha sentado de maravilla. Sigue igual de guapo e igual de fuerte, pero todo es ahora más rotundo, más asentado, más sexy.

Nos está leyendo la cartilla, por supuesto. Dejándonos claro qué podemos y qué no podemos hacer, a una veintena de tíos firmes que miran al techo. No ha vuelto a fijarse en mí, pues pasea de arriba abajo, dándonos su particular bienvenida, y asegurándonos que seremos recompensados o castigados a nuestro gusto, según nos comportemos.

Ahora toca la inspección de cada uno. Al nuevo le obliga a hacer la cama por tercera vez. A un chulazo pelirrojo a quien también le he echado el ojo, a cortarse el pelo. Al morenazo al que le acabo de comer el rabo le dice que lo vigilará de cerca.

Se acaba de plantar delante de mí y me observa de arriba abajo. Yo no debo cruzar la mirada con un mando, sería un error, pero lo hago. Un solo instante, y me topo con los ojos de mi capitán clavados en mí. ¿Me habrá reconocido? No es posible. En primer lugar, porque apenas nos vimos un par de veces. En segundo, porque quien escribe y aquel chaval no tienen nada que ver.

—¿Jung? —pregunta.

No, no es un apellido original. Esa es la tercera razón por la que es poco probable que sepa quién soy.

—Sí, señor.

—No te quiero ver cerca de aquel —se refiere a mi amante de hace un rato, del que aún tengo el regusto del semen en la boca.

Yo no contesto, y por segunda vez bajo los ojos y lo miro de frente. Me mantiene la mirada, y un escalofrío me recorre la espalda.

Mi memoria ha jugado estos años a olvidarlo. Lo recordaba guapo, pero no tanto, sexy pero no tanto, y recordaba aquel paquete apretado dentro de las minúsculas calzonas, pero no este volumen que se parapeta en el interior de los pantalones militares.

Él frunce ligeramente la frente, como si se estuviera preguntando de qué le sueno. También como si meditara qué castigo imponer a un soldado tan indisciplinado. Pero es solo eso, un instante, porque de nuevo pasea por el pasillo que forman las cinco filas de literas.

—En una semana saldremos de maniobras —nos informa—. Son obligatorias. Hoy mismo quiero que os apuntéis a las listas de trabajo. Hay mucho que hacer. ¿Alguien tiene conocimientos de jardinería?

El nuevo levanta la mano muy tímidamente.

—Hay que arreglar los jardines que bordean las casas de los oficiales. Eso te libraría de otros trabajos.

Se me enciende una luz en la cabeza y hablo sin pedir permiso.

—Yo también señor —aunque sigo firme y con la mirada al techo—. Estoy a sus órdenes, señor.

Creo que gruñe, pero le dice al sargento que nos reclute a ambos. Hay que preparar los parterres antes de las primeras nevadas. Por supuesto no tengo ni la más remota idea de jardines ni de nevadas. Soy de Nuevo México y lo más al norte que he llegado ha sido a Florida. Pero eso me permitirá estar cerca de su casa. Cerca de él.

Se marcha y el sargento nos da orden de descansar. Me da tiempo de mirarle el culo a nuestro capitán antes de que abandone el pabellón. Por como llena los pantalones debe tener buenos glúteos, y un buen glúteo es sinónimo de saber acometer, ¿me entiendes? Se

me hace la boca agua y tengo que apartar la mirada.

Es hora de que deshaga mi petate y me prepare para pasar aquí los próximos meses.

Mientras saco la ropa y los enseres de aseo, mi compañero de litera y de cabina de inodoro, se me acerca.

—¿Cómo te puede gustar esa mierda del jardín? Hace frío para estar en la calle, y hará más según avance el invierno.

No le contesto, y él insiste.

—Vente conmigo a las cocinas. Seguro que encontramos algo entretenido que hacer entre plato y plato.

Veo que se ha quedado con ganas y eso me gusta. Cuando lo miro, me doy cuenta de lo guapo que es y de la sonrisa tan fresca y seductora que luce.

Me entran ganas de besarlo de nuevo, y de llevármelo al baño, pero mis compañeros ya están dispersos y la intimidad de hace unos minutos es ahora impensable.

—Encontraremos un hueco para entretenernos, no te preocupes —y le guiño un ojo.

Él sonríe y se pone a deshacer su equipaje.

Todo indica que va a ser un buen servicio porque, no solo tendré un amante que me gusta, sino que el jodido universo me ha escuchado por primera vez en mi vida, y me ofrece la posibilidad de vengarme por la muerte de mi hermana.

Capitán (YOONSEOK)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora