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No ha sido una buena noche, no. Las pocas horas que he conseguido dormir he soñado con mi capitán y con la sarta de deliciosas guarradas que hacía con él. Las que he permanecido en vela, he pensado en mi capitán y en una larga lista de prácticas sexuales igual de guarras que quiero probar con su cuerpo y el mío. El resultado: las sábanas han amanecido para lavarlas.

Eso ha hecho que me incorpore de inmediato en la cama a pesar de que todo está oscuro y aún no es hora de levantarse: ¡El saco de dormir!

Nos hemos corrido un par de veces cada uno dentro de ese saco de dormir y ambos compartimos una característica: somos de leche abundante.

Eso quiere decir que tendrá tantas manchas de semen reseco como para ser una prueba convincente de que el apuesto capitán Min ha sido infiel.

De inmediato me siento incómodo, pero me doy cuenta de que es la única solución. Tengo que quitarme a Yoongi como sea de la cabeza si quiero volver a tener una vida como me gusta, y eso encaja a la perfección en mi idea de venganza.

Con las ideas claras, me levanto cuando lo hacen mis compañeros.

Jungkook se me acerca de manera discreta y me pide disculpas si ayer se pasó con sus comentarios. No parece molesto y yo le aseguro que tampoco lo estoy. Nos rezagamos mientras los otros soldados pasan volando por el aseo, se duchan, o se cepillan los dientes, o hacen gárgaras mientras gastan bromas o bostezan. Nos rezagamos lo justo como para entrar disimuladamente en una cabina y comernos las pollas. La tiene deliciosa,

porque hay un regusto de semen que me pone cafre mientras se la mamo.

Esta vez me corro yo en su boca mientras el se pajea de rodillas. Es tan intenso el lefazo, tengo tantas ganas atrasadas, que cuando se aparta tiene que toser para desprenderse del semen que le ha llegado hasta el estómago.

—Cabrón —me dice con una sonrisa—, sí que tenías ganas. Yo le guiño un ojo.

—No solo yo voy a tragar lefa.

El día pasa entre formaciones y entrenamientos, una comida que hoy está decente, y una hora de descanso a mi unidad a media tarde. Ese es el momento que aprovecho para llevar a cabo mi plan, y me escabullo cuando sé que nadie me presta atención.

Caminar por la zona donde residen los oficiales sin una justificación me expone a un castigo disciplinario, pero me ato los machos y tomo la precaución de ajustarme el gorro de lana y subirme el cuello del anorak, por si debo salir corriendo.

Conozco los horarios de los Min y sé que Yoongi estará en su despacho hasta bien entrada la tarde y su mujer hoy se queda en casa.

Cuando llego a la puerta de la vivienda llamo y me quito el gorro, para ser reconocible. Estoy nervioso, pero confío en mis dotes interpretativas para que salga bien. No tardan en abrir, y la hermosa esposa de mi capitán me mira desde el otro lado de la puerta, con cara de curiosidad.

—¿Eres...?

—El soldado Jung, señora. El que se ha ocupado de su jardín, señora.

Sus ojos me indican que me recuerda, y muestran una expresión amable.

—¿Y en qué puedo ayudarte?

—La platanera —indico una hoja raquítica en una de las esquinas más protegidas. ¿A quién se le ocurre plantar una planta tropical en este clima?—. No dejo de pensar en que no va a resistir la nevada. Habría que hacerle un lecho de grava y virutas de madera. He visto que tienen un par de sacos en el trastero del garaje y he pensado...

Ella me sonríe. Mi papel de chico bueno está dando resultado. Si supiera de qué manera me he tirado a su marido, de qué forma se la he comido, cómo me he dejado follar por él, y cómo lo ha disfrutado...

—Qué amable por tu parte —parece encantada, y yo el soldado más angelical del planeta—. Pero no quiero que trabajes más de lo que debes. No estaría bien.

—Lo hago por la planta más que otra cosa. —Miento de miedo.

—Te lo pagaré, si te parece. Así yo me quedo tranquila y la platanera podrá sobrevivir.

Intercambiamos sonrisas y comentarios de viejas amigas, y al final me permite acceder al trastero, ya que hay que entrar por su casa. Cuando paso junto a la mesa ante la que le comí la polla a Yoongi por primera vez me entra un escozor en los huevos. Cuando dejo atrás la puerta del dormitorio donde le vi el carajo tras los cristales, me relamo sin darme cuenta.

Me acompaña hasta un cuartucho donde se almacenan los productos de limpieza, las herramientas de trabajo y se hace la colada. Un espacio que conozco bien porque lo he vigilado mientras arreglaba el jardín, y donde veo, nada más entrar, el saco de dormir hecho un nudo dentro de la cesta de ropa sucia.

—¿Te importa salir por esa puerta y cerrarla cuando termines? —me dice ella—. Empiezo una videollamada de trabajo en cinco minutos.

Yo asiento y me quedo solo.

Trago saliva y espero hasta que oigo cómo se alejan sus pasos hasta desaparecer al otro lado de la casa.

Entonces, con dedos un tanto temblorosos, tomo el saco y lo despliego.

Yoongi ha tenido cuidado de darle la vuelta para que las manchas queden en el interior. Pensaba que ya había entregado el mío, pero no, están aún los dos juntos, el suyo y el mío, porque hay que entregarlos y hacerlo así daría pie a que alguien sacara conjeturas. Solo tengo que extenderlo para ver los lamparones amarillentos de semen reseco estampados en varios lugares de la tela.

Mi idea es dejarlo bien visible. No tiene servicio así que será ella quien haga la colada. Encontrar dos sacos juntos empapados de lefa debe hacer que la mujer de mi capitán se haga muchas preguntas y cuando se entere de quién estuvo acompañando a su esposo aquella noche...

Lo doblo para que parezca casual, pero exponiendo claramente el manchurrón más grande, que por la posición supongo que es de Yoongi. Miro alrededor y, antes de dejarlo, me lo llevo a la nariz.

¡Joder! Este olor a semen, a sudor y a hombre me vuelve loco. ¿Te pasa a ti? ¿Has olido la mancha de tus calzoncillos donde se ha escapado un poco de precum?

Aspiro otra bocanada, más profunda, intentando atesorar aquel aroma sensual, repleto de feromonas, que me la pone dura al instante.

Con la boca hecha agua, me masajeo el paquete mientras no lo separo de mis labios, de mi cara, impregnándome de su esencia masculina.

Vuelvo a atisbar alrededor. No se oye nada, así que me siento seguro para abrirme el pantalón y sacarme el nabo. Está gordo, repleto de sangre, henchido de ganas.

Me la cojo con una mano, y golpeo con el nabo aquella mancha, teniendo especial cuidado de que el precum que ya me humedece la punta, empape aún más sobre la lefa seca.

La sensación es deliciosamente sucia, y me encanta. Trago saliva porque la excitación me atraviesa de la misma manera que me atravesó Yoongi dentro de ese saco.

Me lo vuelvo a llevar a la nariz y a los labios, mientras empiezo a pajearme, despacio, conteniendo los gemidos, llenándome de los efluvios de mi capitán, que permanecen indelebles en la tela.

Sé que voy a durar poco, que voy a correrme, pero no llego al clímax, porque una voz me detiene.

—Hoseok —dice mi capitán—, ¿qué mierda haces aquí?

Y cuando miro hacia la puerta, me lo encuentro allí, con las manos en las caderas, la frente fruncida, y la ira estampada en sus ojos.

Capitán (YOONSEOK)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora