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Me despierta el toque de diana y me tiro de la cama con los ojos aún cerrados por la falta de sueño.

Hemos pasado una buena tarde en casa del cabo Kim que, tras descansar fumando unos porros, nos ha invitado a que volviéramos a la cama, donde ha disfrutado a gusto y sin prisas de mi cuerpo, mientras Jungkook se masturbaba como único espectador, sentado en una butaca.

Cuando hemos vuelto a nuestras literas hacía mucho que había pasado la medianoche.

Miro el reloj. Son las cinco. ¿Por qué nos despiertan tan temprano? Entonces recuerdo las jodidas maniobras, y me arrepiento de haberme apuntado.

De mi barracón solo vamos dos. Me da tiempo a darme una ducha rápida, para no llevar encima el olor a lefa, y me visto deprisa. Apenas puedo hacer el macuto, y me maldigo por no haberlo dejado preparado ayer noche. Pero cuando recuerdo la razón, llego a la conclusión de que ha merecido la pena.

Formamos en el patio. El cielo aún está oscuro y puedo contar a unos quince soldados tan desgraciados como yo. La chica que ayer formaba a mi lado me saluda con un golpe en el hombro que casi me tira al suelo.

—Lo vamos a pasar bien —me anima, la mar de vital.

No estoy tan seguro, pero tengo un objetivo y espero que merezca la pena.

Busco a mi alrededor y encuentro a lo lejos a mi capitán, que inspecciona uno de los vehículos que llevará suministros, supongo. Está tan abrigado como los demás, con el anorak acolchado y el gorro de lana. Hace un frío glacial, de esos que no puedes entrar en calor ni con una buena paja.

No me da tiempo a más cuando nos ordenan que subamos a la parte trasera de dos camiones, dividiéndonos en grupos. Obedezco, encuentro un hueco, y cuando el traqueteo me indica que nos hemos puesto en marcha me quedo dormido como un angelito.

Me despierto cuando nos detenemos.

—Ni las piedras del camino han conseguido despertarte —me dice la soldado.

Ya es de día y no tengo ni idea de cuánto tiempo hemos tardado en llegar hasta aquí. Sea «aquí» donde sea.

El grito del sargento nos hace tirarnos del vehículo de dos en dos para ponernos a sus órdenes. Estamos en un valle, en el claro de un bosque, muy cerca de la pared de una montaña.

Y ha nevado.

Es mi primera visión de la nieve y me parece la cosa más fascinante del mundo, tanto que me quedo allí parado, observando cómo se sostiene sobre las ramas de los árboles, y deforma el contorno de las rocas, mientras mis compañeros se precipitan a descargar los camiones, montar tiendas de campaña y preparar un campamento.

—Soldado —escucho a mi espalda.

Me vuelvo y me pongo firme.

—A la orden, mi capitán —le digo a Yoongi, que me mira con curiosidad, como si hubiera estado observando mi fascinación por la nieve.

Tiene las mejillas rojas de frío, y una actitud huraña que me encanta. Me mira a los ojos, con las cejas fruncidas y una mueca en la boca que me dan ganas de comerme.

—Descansa y sígueme.

Reconozco que me entra un cosquilleo entre las piernas cuando escucho esto último. ¿Querrá que retomemos lo del otro día, en su casa? Nadie desobedece a un capitán. Y menos a uno tan guapo.

Me da la espalda y avanza hasta salir del campo de visión del resto del grupo, que ya están montando un perímetro donde colocar el material que vamos a necesitar, tan afanosos que parecen hormigas.

Se detiene detrás de uno de los camiones y se cruza de brazos.

—¿Cómo estás?

Que me haga esa pregunta me deja a cuadros.

—Bien... supongo.

No tengo muy claro qué debo contestar. Es algo que nadie se para a conocer de mí. Se supone que debo estar bien. Hoseok siempre está bien.

Él relaja la dura expresión de su rostro. Me mira con la cabeza gacha, desde abajo, como si sintiera pudor. Por alguna razón siento un ramalazo de ternura y eso me preocupa porque yo debería odiar a este tipo.

Una cosa es que lo desee, y lo desee de una manera salvaje, y otra muy distinta que me caiga bien.

—Quiero pedirte disculpas por lo del otro día —dice al fin—. Me cogiste un poco... bueno —sonríe. Y se arranca el gorro. Tiene una sonrisa preciosa—, estaba viendo porno y necesitaba desfogar. Es la primera vez que hago algo así.

No sé qué contestar. También es la primera vez que alguien se disculpa por haberme hecho pasar un buen rato. Porque comerme el rabo de mi capitán ha sido una de las cosas que más me ha gustado de los últimos tiempos.

—Es normal —se me ocurre—. Nos pasa a todos.

—Lo que suceda en los barracones no es cosa mía, mientras no se descomponga el orden.

La mayoría de los tíos que dormimos juntos en aquellas casas prefabricadas cumplimos dos condiciones: tenemos las hormonas revolucionadas por la edad y estamos faltos de sexo. Es una combinación que solo puede dar un resultado.

—No pasa nada que no queramos hacer, señor.

Se acerca un poco, pero se mantiene a una distancia prudente. Sus ojos analizan los míos, indagan, hasta el punto que sé que me estoy ruborizando.

—Quiero que sepas que te garantizo que no se va a repetir —afirma—. Entre tú y yo. Por muy caliente que esté, sé lo que tengo que hacer con una mano.

Su sonrisa se ensancha y me provoca un cosquilleo en el estómago. Yo también sonrío y tengo que apartar la mirada.

—A la orden, mi capitán —digo para calmarme.

—¿Te llamas Hoseok?

—Sí, señor.

—Tu cara me es familiar. ¿Has servido en Boston?

Vuelvo a mirarlo. Tiene una expresión de curiosidad que me asusta. Si descubre quién soy en verdad, mi venganza se puede venir abajo, porque entonces se mantendrá apartado de mí.

—Llevo poco en el ejército, señor —me apresuro a desmentir—. Y nunca he salido del Sur.

Permanecemos un rato así, mirándonos casi a hurtadillas, con cierto pudor, hasta que él vuelve a encasquetarse el gorro de lana.

—De acuerdo. Eso es todo —da una palmada que no suena a causa de los guantes—. Únete a los demás. Y gracias por comprenderlo.

Y, sin más, se marcha, dejándome solo.

Yo tengo que respirar profundamente para lograr calmarme.

No tengo muy claro qué ha pasado, pero no puedo permitir que esto acabe así.

Tengo que vengarme de él, tengo que acostarme con él y su mujer nos tiene que coger en la cama, para que sufra y sepa lo terrible que es el amor.

Se lo debo.

Se lo debo a mi pobre hermana.

Capitán (YOONSEOK)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora