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Ha sido tan rápido, para escapar del frío, que apenas me ha dado tiempo a verlo desnudo.

He apreciado unos glúteos redondos y fuertes, unos muslos poderosos, aunque ya lo suponía por cómo rellenan el pantalón. Tiene el pecho cubierto de vello, que también he adivinado porque se le escapa por el cuello de la camisa. Pero ha guardado toda su ropa en una bolsa impermeable y ya está dentro del saco.

Descubro que estoy nervioso y no le encuentro una explicación.

Me quito el anorak y lo guardo en mi bolsa, las botas y el gorro, y entonces descubro que me observa.

Estoy helado, pero nunca pierdo la oportunidad de lucirme. Así que me saco despacio el grueso jersey de lana verde, y me deshago de los pantalones. Sé que una camiseta y unos calzones térmicos no son el culmen de la sensualidad, pero conozco cómo volverlos sexy.

Me doy la vuelta para mostrarle la espalda, aparentando que es un movimiento casual, y me quito las largas mallas apretadas.

A pesar del frío helador, me entretengo doblándolas, antes de inclinarme para meterlas en la bolsa. Para esto último también me tomo mi tiempo, porque le estoy ofreciendo la mejor imagen de lo que puede ser suyo solo con desearlo. Aun de espaldas a él me quito la camiseta, quedando completamente desnudo sobre la nieve. Estoy helado, erizado y

tiritante, pero empieza a no importarme.

Cuando me giro, lo encuentro observándome, aunque aparta la vista de inmediato, lo que indica que ha estado degustando mi culo abierto para él.

—Déjame un hueco o me moriré congelado —le digo aparentando un humor que el frío ha entumecido, pero él ya lo ha hecho, levantando el saco para que yo entre.

—Pégate a mí —me indica.

No hubiera hecho falta, porque ajusto mi espalda a la suya y mi culo a su ingle tan apretado que podría meterme en su piel.

—¿Podrías abrazarme? —casi gimo—. Necesito entrar en calor.

Él lo hace, me rodea con sus fuertes y cálidos brazos, y me siento tan bien, tan jodidamente bien, que casi se me olvida que pretendo follármelo, y hacerlo infeliz.

No tardo en sentir cómo el contacto de mi cuerpo adherido al suyo lo hace reaccionar. El punto más caliente de su anatomía está pegado a mis nalgas, y poco a poco va tomando consistencia, se va haciendo más grande, tanto que tiene la habilidad de separar ambos cachetes y alojarse allí.

Se me escapa un gemido y él pega su boca a mi nuca.

Sentir su respiración contra mi piel mientras aprieta su cuerpo contra el mío me pone burro. Tanto que bajo la mano, y cuando encuentro su nabo, duro y ligeramente lubricado en el glande, lo dirijo estratégicamente contra el lugar donde quiero que penetre.

Gime de nuevo y me abraza más fuerte, a la vez que siento el mordisco suave en el hombro. Poco a poco empieza a apretar entre mis nalgas, que yo abro empujando hacia fuera, hasta que, con un suspiro, entra la cabeza y él se queda quieto.

Me ha dolido, pero sé que habrá una recompensa, así que soy yo el que insiste, el que mueve las caderas y presiona, hasta que, a pelo, todo el carajo de mi capitán entra dentro de mí, ensartándome hasta que solo le quedan fuera los huevos.

Me giro levemente, buscando su boca. Me la encuentro al instante, su lengua, sus labios, los gemidos que se le escapan cuando empieza a moverse, a follarme, lentamente, por detrás.

Es una sensación deliciosa cuando el dolor da paso al placer y con cada embestida una corriente eléctrica recorre mi cuerpo y el frío desaparece, y la nieve, y el árbol que nos cubre.

Solo queda este placer, y la sensación dulce de tener a mi capitán dentro de mí, moviendo expertamente las caderas, follándome poco a poco, para no correrse, para que dure, para que este placer que sé que siente se mantenga una eternidad.

Necesito besarlo más a fondo, y muevo mis caderas para sacármela. Él protesta, pero cuando me doy la vuelta y me tumbo encima, sonríe y me come la boca.

Nos besamos lentamente. Me gusta cómo saben sus labios, la textura, y cómo mueve la lengua, comiéndome la comisura, chupándome, devorándome con un hambre que me fascina.

Con dificultad, debido a lo ajustado del saco, consigo pegar mis rodillas a sus costados, tumbado y medio sentado a horcajadas sobre él, dejándole el trasero a su disposición.

Esta vez no necesita que yo lo guíe. Tiene el camino abierto y sabe cómo entrar.

Noto que su mano trastea, que aquella cabeza gorda y deliciosa encuentra, y que con un empujón se me encaja hasta los riñones.

Se me escapa un gemido de placer, que le da ganas de follarme de mil formas. Entrando y saliendo. Deprisa ahora, más despacio después. Hasta que yo le robo el ritmo y empiezo a moverme, a retorcer las caderas, a apretar las nalgas para que el encaje sea más ajustado y el placer que reciba, mayor.

Mientras, mi capitán se me derrite a gemidos entre mis labios, me acaricia la espalda, me golpea las nalgas y me pellizca los pezones, cuando yo solo puedo hacerme follar y comérmelo a besos, porque no recuerdo haber recibido nunca antes tanto placer.

Me corro primero, yo que jamás dejo que un tío que me folle lo haga después que yo, pero estoy tan excitado, tan tremendamente cachondo, que sin tocarme siquiera un chorreón de lefa (echo bastante, ¿y tú?), se descarga sobre el torso de mi capitán mientras lanzo un grito de placer.

Él sonríe, y no dice nada. Se detiene un momento e intenta salir, pero yo le indico que no: hay que terminar lo que se ha empezado.

Cuando, tras unos segundos, consigo recuperarme, continúo follándomelo, moviendo las caderas, entrando y saliendo, mientras con una mano recojo la lefa de su pecho y le lubrico bien el cipote.

Aquello parece que le encanta, porque con un gemido agónico, mientras me abraza con fuerza, se corre dentro de mí, inundándome de leche caliente.

Capitán (YOONSEOK)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora