14

122 16 0
                                    

Me han pillado de muchas maneras comprometidas, pero que me coja un tío mientras me masturbo oliendo la mancha de su semen reseco en un trozo de tela, es una novedad.

Tardo en reaccionar, lo reconozco. Suelto el saco, que cae al suelo y se me enreda en los pies mientras me subo los slips, que apenas puedan abarcar una polla tan dilatada, y esbozo rostro de circunstancia, con los pantalones sin abrochar haciendo malabares en mis caderas.

—Mi capitán —hasta yo mismo me sueno ridículo.

Yoongi mira hacia fuera y cuando está seguro de que su mujer no se ha percatado de nada, encerrada con su videoconferencia al otro lado de la casa, entra en el trastero y cierra tras de sí.

—¿Qué mierda haces aquí?

Intento encontrar un argumento decisivo.

—Buscaba virutas de serrín.

¿Ves cómo la verdad no siempre suena convincente?

Él me mira de arriba abajo. Está lívido y parece tan incrédulo que hasta yo mismo dudo de si de verdad he sido capaz de machacármela en casa de un superior, así, sin más.

—¿Ese es mi saco de dormir?

Miro hacia abajo, donde sigue hecho un gurruño, con el manchurrón de lefa bien expuesto. Asiento.

Sus ojos aún más desorbitados.

—¿Te estabas...?

Pajeando, así es.

—Tiene una explicación. —Uso la frase típica que decimos cuando algo no hay manera de explicarlo.

Se pasa la mano por la rapada cabeza. Parece no dar crédito.

—Mi mujer está ahí fuera, y mi hija duerme en su cuarto. ¿Qué carajo te ha pasado por la cabeza para venir hasta aquí y...?

Pajearte. No es capaz de pronunciarlo, pero a mí me ha dado el tiempo necesario para armar un argumento.

—Te juro que solo he venido por la puta platanera —los mentirosos siempre juramos—. Si no se protege del frío no resistirá, y cuando he entrado aquí y he visto el saco de dormir, me he acordado de lo de anoche.

Yoongi se pasa la mano por la cara.

—No sé si puedo pasarte la mano en esto —está mortalmente serio—. Has ido demasiado lejos. Si mi mujer te llega a coger...

—Nunca le hubiera dicho lo nuestro.

Parpadea.

—No hay ningún nuestro.

Reconozco que me sienta tan mal como si me hubiera dado una patada en los huevos, pero intento que no se me note.

—Eso no fue lo que me dijiste ayer —intento parecer desvalido, pero mi aspecto y el estado de mi polla me desmienten—. Decías que te gustaba.

Él da un paso hacia mí, pero se detiene. Pienso si le ha pasado por la cabeza golpearme. Quizá sí.

—Te dije que por eso mismo debías mantenerte a distancia.

Lo miro fijamente y entonces veo la tormenta que hay detrás de sus ojos. Hasta este momento me ha pasado desapercibida y lo he confundido todo con un enfado monumental y obvio al encontrarse la escena que ha visto. Pero lo que observo allí, tras sus iris azules, es deseo, y confusión, y ganas, y ofuscación, y un poco de amor y de miedo.

Noto cómo se me seca la boca ante el descubrimiento, a la vez que la extraña sensación hormigueante me recorre el estómago.

—No puedo —contesto—. No puedo mantenerme a distancia de ti.

Capitán (YOONSEOK)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora