9

123 17 0
                                    

Queda mucho para que amanezca cuando nos despiertan.

Mi vikingo me besa apasionadamente.

—No te voy a perder de vista —me dice.

Yo le sonrío, pero no le contesto. Nos vestimos deprisa y nos tiramos fuera de la tienda.

Si no fuera por mi plan de venganza jamás hubiera accedido a esto: frío, madrugones y una cama incómoda. Bueno, lo del vikingo ha estado bien, de eso no me puedo quejar.

Formamos en la explanada, delante de los camiones, y el sargento nos explica lo que haremos. Nos dividiremos en diez parejas, que iremos en distintas direcciones. Debemos llegar al punto convenido, pasar la noche a la intemperie, y regresar antes del amanecer.

Tirito de frío, a pesar de llevar el grueso anorak, los guantes y el gorro encasquetado hasta las cejas.

Cuando el sargento va gritando quiénes formarán parte de cada pareja, mi vikingo me mira y me guiña un ojo. Sería bueno que tocáramos juntos porque al menos me aseguraría una noche caliente.

Cuando dice mi nombre, me quedo impactado, porque formo parte del que guiará el capitán.

Lo busco desde donde estoy parado. Se encuentra apoyado en el capó de uno de los camiones mientras terminamos de organizarnos, y me está mirando, con la cabeza gacha, seductor como un felino, y con un hambre que reconozco en mí, aunque cuando nuestros ojos se cruzan los aparta.

Noto cómo se me acelera el corazón y se me seca la boca. Voy a estar veinticuatro horas en medio de la nada con él.

—Has tenido suerte —me dice mi nueva amiga—. Con el capitán Min no te perderás.

Yo sonrío, porque sé que intentaré perderme, perderme entre sus piernas.

Mientras nos organizamos, mi vikingo se me acerca.

—Cuídate, quiero verte a la vuelta —y me da un puñetazo de colega en el hombro.

—Tú también —atino a decir, y me marcho en busca del capitán.

Cuando llego a su lado está ultimando los preparativos con el sargento.

—A sus órdenes, señor —me ofrezco.

Él no me presta atención hasta que termina y quedamos a solas. Cada pareja lleva un mapa, una brújula, y un mínimo kit de supervivencia.

—Durante esta travesía —me dice—, seremos Hoseok y Yoongi, ¿de acuerdo? Trazar vínculos es fundamental para la supervivencia.

Asiento porque apenas me quedan palabras y, sin más preámbulos, comienza a caminar por la nieve. Tardo en seguirlo, así de aturdido me encuentro, y cuando al fin me pongo en marcha, tengo que correr para alcanzarlo.

La jornada transcurre casi en silencio. Recorremos diez millas que me parecen mil por lo difícil que es caminar con el suelo helado. Él me advierte cuando hay placas resbaladizas, o un desnivel acusado. Me ayuda a franquear una vaguada, pero no me mira cuando me tiende la mano. Llega un momento en que creo que no ha tenido nada que ver en la elección de su pareja, que solo ha sido cuestión de suerte, y este presentimiento se acentúa

durante el almuerzo.

Paramos en un claro, cerca de un precipicio acusado, y nos sentamos en sendas piedras a comer cecina e hidratarnos con un líquido repugnante.

—¿Estarás mucho tiempo en esta base, Yoongi? —intento entablar una conversación.

—No lo creo.

—¿Eres de por aquí? —a pesar de que sé perfectamente en que ciudad ha nacido.

—No.

—¿Dónde aprendiste todo esto de la supervivencia?

—Si no te importa —se recuesta sobre un tronco—, voy a estudiar el mapa antes de ponernos en marcha.

La tarde no tiene mejor perspectiva y apenas cruzamos un par de palabras. En este momento tengo claro que mi plan es una puta mierda y no va a dar resultado.

—Este es el punto de destino —dice cuando estamos en medio de la nada, mientras lo marca en el mapa.

Yo no le contesto ni correspondo a su felicidad.

Enciende un fuego para calentarnos porque la temperatura se ha desplomado, y volvemos a comer unas tiras de carne seca mojadas en suero.

—¿Tienes frío?

Cuando alzo la vista veo que me está observando. Ya he perdido toda la esperanza de llamar su atención, así que me sorprende.

—Tengo los huevos helados.

Sonríe y aparta la mirada hacia el fuego.

—¿Y tú? —pregunto yo ahora.

—No me siento la polla.

También sonrío. Y me relajo.

—¿Ponemos alguna serie antes de acostarnos? —bromeo, y surte efecto, porque su sonrisa se ensancha y vuelve a mirarme.

—Será mejor que nos acostemos. Aquí hay poco que hacer.

Trago saliva y me lanzo.

—¿Podemos unir los sacos? —noto que se me ha acelerado la voz cuando lo pregunto—. El sargento nos dijo que para no perder calor...

—Sí —dice mientras empieza a descorrer la cremallera del suyo—, está en el manual.

Yo hago lo mismo, pero me tiritan los dedos, no sé si por el frío o porque voy a pasar la noche pegado a él. Me lo quita de las manos para unirlo al suyo, usando ambas cremalleras como una sola para construir un saco el doble de ancho, que ubica bajo un árbol de densas ramas que nos protejan del relente y de la supuesta ventisca que no ha hecho acto de

presencia.

Y sin más, y a pesar del frío glacial, se quita la ropa, se queda completamente desnudo, y entra en el saco.

Capitán (YOONSEOK)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora