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Solo he tenido que estar atento y muerto de frío, haciendo como si podara y trillara la tierra, para descubrir en cuál de aquellas casas de una sola planta, construidas en la parte más civilizada de la base, habita mi capitán. Lo he visto entrar a medio día, hablando por teléfono, mientras juega con su gorra. Ahora lleva el cabello muy corto, pero se le ve igual de rubio.

Él ni me ha visto: un soldado de tantos haciendo un trabajo de tantos no es digno de reparar en él, pero yo he obtenido la información que necesitaba.

Hablo con mi compañero, con el novato, y le hago ver lo ventajoso que será para él encargarse de los otros y dejarme a mí aquel jardín, más grande, menos cuidado, con muchas más horas de requerimiento. He debido de ser muy convincente, porque me lo agradece casi con lágrimas en los ojos, a pesar de que una simple mirada le hubiera hecho ver que no es cierto, que trabajará dos veces más que yo.

Una vez que tengo el perímetro controlado, y esto lo aprendí en clases de estrategia, me dedico a inspeccionar al enemigo.

Así descubro que mi capitán está casado y tiene una hija de tres años. La pequeña es muy guapa y se parece a él. Su mujer también, una muñeca rubia, de cuidada melena y buena forma, que debe trabajar fuera de la base.

Podo los arbustos de la entrada, perfilo el contorno de los setos que delimitan el perímetro, y empiezo a cortar el césped, que no sé cómo es posible que crezca en un sitio tan frío.

Así, poco a poco, me voy convirtiendo en una figura habitual, que los vecinos no ven extraña ni los habitantes de la casa con sorpresa. Me entretengo más de la cuenta en la tuya que crece debajo de una ventana, la que da al salón. Desde aquí no puedo escucharlos, pero sí observarlos.

El capitán Min acaba de salir de una de las habitaciones y le dice a su mujer, colocando un dedo delante de los labios, que guarde silencio. Deduzco que viene del dormitorio de su hija y la ha dejado dormida. Ella va hacia él y lo besa. Yo hubiera hecho lo mismo, porque con

aquellos pantalones de camuflaje y la camiseta ajustada, está para comérselo.

Un tiritón de frío me recorre la espalda, y maldigo que ellos estén en una casa con calefacción y yo aquí fuera, helándome los huevos.

Cuando él la coge por las nalgas y se la sube a cuestas, tengo que tragar saliva, y limpiar con una mano el cristal empañado para no perderme nada. Continúan los besos, cada vez más calientes. La mano de mi capitán rebusca bajo la blusa de su esposa hasta dar con ella, y la acaricia despacio, mientras la otra indaga entre sus piernas.

Me toco la polla y me doy cuenta de que se está poniendo dura. El salón da a la fachada principal y, aunque esta zona no es de paso, sería difícil de explicar qué hace un soldado mirando a través de la ventana de su superior y tocándose el paquete.

Como si me hubieran oído, Yoongi mira hacia la habitación donde debe estar su hija, y después baja a su mujer y tira de ella, de la mano, para meterse tras otra de las puertas que dan al salón. Me maldigo porque han salido de mi vista, pero sé que todas las estancias tienen una ventana a la calle, así que rodeo la casa hasta dar con ella.

Se trata del dormitorio, y da a la parte trasera del jardín, un lugar umbrío, que se abre a la pared del garaje, y donde hay la intimidad necesaria.

Por suerte, también están descorridas las cortinas y tengo una espléndida visión de la cama, muy grande, que ocupa el centro de la estancia, y donde la mujer de mi capitán está tumbada, mientras él le tiene metida la cabeza entre las piernas. De rodillas, le está comiendo el coño, y eso me pone cafre. Me desato el cinturón, desabotono el pantalón y, tras mirar alrededor y cerciorarme de que nadie puede verme, me saco el nabo bajando la parte delantera de los calzoncillos.

Vuelvo a mirar hacia dentro. Una pierna de ella me impide verlo bien, pero los movimientos de su cabeza, arriba y abajo, y sus manos que le pellizcan los pezones por encima del sujetador, son tan gráficos del placer que debe estar sintiendo y recibiendo, que me escupo en la mano y comienzo a masturbarme.

La luz aquí fuera es muy tenue, lo que me da la seguridad de que soy invisible, a pesar de estar apenas a un par de metros de ellos, separados por un cristal que me lo enseña todo.

Por la forma en que ella se contorsiona, creo que ha llegado al orgasmo. Así que es un buen comedor de coños, ¿eh? Eso me gusta, quizá porque un buen amante lo es siempre.

Ella se incorpora justo cuando él también lo hace. Tiene el rostro sonrojado y se relame los labios.

Yo me aparto de inmediato, colocando la espalda sobre la pared, porque pueden verme y sería desastroso. Permanezco unos segundos tan quieto que creo que ni respiro, pero según pasa el tiempo comprendo que no hay peligro, porque de lo contrario mi capitán ya estaría aquí, amenazándome con un consejo de guerra.

Me río del aspecto que debo tener, con los pantalones en las rodillas, el nabo hasta los dientes, y la mano alrededor, pues ni siquiera me he atrevido a apartarla. El calentón me da fuerzas para mirar de nuevo, y lo hago con sumo cuidado, porque estoy siendo demasiado imprudente.

Lo que veo al otro lado provoca que me muerda el labio y un ramalazo de placer me recorra la espalda: su mujer le está haciendo una mamada y me ofrecen un perfil digno de la mejor página de porno. Mis ojos se van de inmediato a aquella polla que tantas veces he imaginado y que ahora atengo frente a mí, medio sumergida en la garganta de su mujer mientras él está de pie, con los ojos cerrados y las manos tras la nuca, como si tomara el sol.

Ella parece tener práctica, porque mantiene un buen movimiento de nuca y sus labios la absorben con fuerza. Pero yo podría hacerlo mejor, y tú también. Le falta saber mover la lengua, separarse, golpearse la mejilla, acariciarle los huevos... muchas cosas que convierten una mamada en una gran mamada.

Una de las veces que se la saca de la boca para respirar, al fin me deja verla en su totalidad. El cabrón gasta un buen rabo, porque no solo es largo, sino que se muestra deliciosamente gordo. Es de un tipo que me gusta, ligeramente más estrecho en la base, que crece y se ensancha hacia la punta, surcado de venas, para terminar en un glande ancho y libre de prepucio. Me pajeo más a fondo, porque la simple visión de lo que guarda mi capitán dentro de los pantalones me pone frenético.

Ella vuelve a la carga y de una manera casi mágica, el movimiento de su cabeza, subiendo y bajando, tragando y engullendo, se acompasa con el de mi mano, en una paja deliciosa, que no pierde detalles de lo que ocurre al otro lado de la habitación.

Cuando él se encoge, echando los hombros hacia delante y abriendo la boca, sé que le va a llegar. Ella también, porque se la saca de la boca y continúa masturbándolo, a una distancia prudente como para evitar que le salpique. Mi capitán mantiene los ojos cerrados, y yo no puedo apartar la mirada de su cuerpo, de su verga, gorda, jugosa, a punto de explotar.

El lefazo me llega antes a mí. Mi cuerpo no puede aguantar más y me derramo contra la tuya que bordea la ventana en una convulsión agónica, apretando los labios para no gritar, mientras una corriente eléctrica me recorre como si me atravesara un rayo de placer. Aún estoy convulsionando cuando mi capitán también se corre. El lechazo es portentoso, un caño abundante y espeso, lanzado lejos, que impacta sobre la mejilla y el cuello de su mujer, mientras él se echa hacia atrás para soportar tanto gozo.

Puedo asegurar que terminamos a la vez y, cuando él abre los ojos, yo me aparto y vuelvo a pegarme contra la pared, con una cara de satisfacción muy perra, pero que me gusta. Como si aquella mamada se la hubiera dado yo y aquella lefa estuviera ahora manchándome las mejillas.

Mientras intento recuperar la respiración descubro tres cosas.

La primera: que la nieve, que nunca he visto hasta ahora, debe quedar sobre los setos muy parecido a como muestran mis goterones de semen sobre el follaje bajo la ventana.

La segunda: que me tengo que comer esa polla como sea, porque es el rabo más delicioso que he visto, y cuento con una dilatada experiencia.

Y la tercera: que ya sé cómo voy a vengarme.

Capitán (YOONSEOK)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora