18

128 20 1
                                    

Me despierta un rayo de sol que impacta sobre mis ojos.

Los excesos de anoche provocan que tarde unos segundos en recordar dónde me encuentro, pero el brazo velludo de Yoongi recogiéndome trae de golpe nuestra pasión de hace unas horas.

Nos hemos quedado dormidos abrazados y así despertamos.

Noto como si un peso enorme, como una montaña, hubiera desaparecido. Me vuelvo despacio, aún tumbado, reubicando el abrazo de mi capitán, para mirarlo de frente.

Tiene los ojos cerrados y una sonrisa en los labios.

—Estaba seguro de que te irías antes del amanecer —me dice, sin abrirlos.

Le beso la punta de la nariz y me acurruco un poco más.

—Tengo aún un rato hasta que el cabrón de mi capitán ordene tocar diana.

Sonríe.

—¿Es muy hijo de puta?

—Mucho —vuelvo a besarle la punta de la nariz—. Si no estuviera tan bueno le habría prendido fuego a su coche.

—Así que te gusta.

—Me vuelve loco, más bien.

Cuando abre los ojos, le brillan. Creo que nunca me han mirado así, o al menos yo no tengo constancia de haber sentido ese tipo de miradas que van más allá del deseo.

—Quizá tú también le gustas —me dice, mientras sus dedos acarician los vellos de mi vientre.

—No estoy seguro —contesto, haciéndome el interesante.

—¿Por qué?

—Necesito gustarle mucho para lo que le voy a proponer.

Su expresión cambia. Se llena de curiosidad, aunque quizá haya algo de miedo.

—¿Y qué es eso?

Podría decirte que lo he meditado toda la noche, pero sería mentira, la fácil mentira de un mentiroso. Es algo que se me acaba de ocurrir, pero es tan real, tan auténtico, que tengo la absoluta certeza de que nunca antes he estado tan seguro de algo.

—Lo he sabido desde siempre —ahora soy yo quien le acaricia—, pero únicamente esta noche me he dado cuenta de que llevo toda mi vida enamorado de ti.

—Eso me hace muy feliz.

Quiero ver en sus ojos el resultado de mis palabras.

—Vente conmigo.

Lo digo despacio, pronunciando con claridad cada sílaba, para que no quepan dudas de su significado.

Él parpadea un par de veces.

—Creo que no te he entendido.

Me siento sobre la alfombra. Yoongi parece confundido, pero hace lo mismo. Su hermoso cuerpo desnudo, el delicioso rabo apoyado sobre el muslo, ligeramente morcillón, la densidad de sus testículos sobre la lana de la alfombra.

—Te amo, y creo que tú a mí —me encojo de hombros—. ¿Qué más necesitamos?

Él parece perplejo. Se humedece los labios, que se han quedado secos.

—Acabo de descubrir que me gustan los hombres —me explica—, o al menos uno en concreto, y ya me pides que abandone a mi mujer y a mi hija y...

—Te pido que seas sincero —le corrijo sin acritud—. Si yo fuera la soldado Jung... ¿Lo harías?

Se pone de pie y pasea por el salón. Me descubro embobado por su perfecta anatomía desnuda, los glúteos poderosos, las robustas piernas, el vientre plano y marcado.

—Esto va demasiado rápido —me dice mientras se rasca la cabeza.

—Siete años no es para mí una velocidad de vértigo precisamente.

—Hoseok —se pone en cuclillas para estar a mi altura, y me encanta cómo le cuelgan los huevos—, aún tengo que asimilar cómo encajar esto en mi vida, cómo decírselo a mi mujer, a este mundo que me rodea. No puedo dar ese paso.

De nuevo te soy sincero, y para un mentiroso patológico como yo esto es algo sorprendente: Esta es la respuesta que esperaba. Casi la que necesitaba para poder cerrar algo que ya dura demasiado.

Me pongo de pie y le sonrío.

—Entonces creo que ha llegado la hora de que nos separemos.

—¿Así? ¿Sin más? —parece sorprendido, asustado—. Suena a ultimátum, ¿sabes?

Voy a por mi ropa, que no es otra que la que me prestó ayer.

—No lo es, te lo aseguro —le aclaro—. Pero si he pasado siete años de mi vida suspirando por ti, no quiero pasarme los próximos siete esperando.

Asiente.

También comprende que se lo estoy poniendo fácil. Sin escenas ni dramas, pero por una puta vez en mi vida voy a decir lo que siento de verdad.

—Podemos vernos, de vez en cuando... —me dice. ¿Le brillan los ojos? Nunca he visto a nadie tan desamparado, y menos a un tipo tan fuerte y viril.

Voy hacia él y le pongo una mano sobre la mejilla.

—Y sería incapaz de dejarte —me sincero una vez más—. Me gustas demasiado.

Se gira para besarme la palma y yo la retiro.

—Así que es el final.

—Pero es un final sano —sonrío—. Los dos estamos donde hemos elegido. Sin malos rollos.

Me pongo sus prendas y busco mi anorak, que sigue manchado de barro y semen. Ya mandaré al nuevo a por mi ropa, aduciendo cualquier excusa.

—Te veré todos los días y no te podré tocar ni besar —me dice cuando voy camino de la puerta.

—Voy a pedir un traslado —también se me acaba de ocurrir, pero no hay otra opción que esa.

Él viene hacia mí y me impide la salida. Tenerlo cerca, desnudo, y oliendo al sexo que ambos hemos practicado hace solo unas horas, me pone a prueba.

—¿Puedo besarte por última vez?

Pero consigo superarla.

—Si lo haces te diré que sí —le sonrío con ternura—, que seré tu amante, tu perro, tu mendigo y la alfombrilla del váter si con eso consigo estar a tu lado, así que es mejor que me marche.

Suspira y se aparta.

Yo lo agradezco porque con que solo hubiera insistido un poco más me hubiera tirado a su boca y rogado que me follara sobre la encimera de la cocina.

Cuando salgo tengo un aspecto absurdo, pero no siento el frío glacial que hace aquí fuera.

—Hoseok —me llama.

Cuando me vuelvo está en el umbral, y parece un dios desnudo, el dios de la pasión y el deseo.

—¿Sí? —apenas logro articular.

—Nos volveremos a ver.

No contesto. Soy incapaz de decir una sola palabra más que tenga sentido y que no sea «hazme el amor como un salvaje.»

Capitán (YOONSEOK)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora