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Una semana después tengo un cuadrante perfecto de las entradas y salidas de todos los miembros de la casa. Sé que su mujer es médica y trabaja en el hospital del condado. Ella es la primera que sale, por las mañanas, y se lleva a la pequeña consigo. Una hora después mi capitán abandona la casa camino de su oficina o de las tareas que le exijan los reclutas.

Ese tiempo a solas lo dedico a trabajar en el jardín, no demasiado porque entonces terminaría antes de lo que deseo. También a fumar algunos porros.

A mediodía llegan casi a la vez. Normalmente se adelanta ella, que regresa con la pequeña en el asiento de atrás, pero a los pocos minutos suele aparecer su marido, mi guapo capitán.

No han vuelto a follar, al menos de la manera en que lo hicieron aquella vez, de día y llevados por el placer. Lo que hagan de noche escapa a mis observaciones.

Los martes y los jueves son los únicos días en que mi capitán no vuelve a salir, pero ella sí. Debe hacer algunas visitas, o compras, porque se van las dos juntas y vuelven a la hora de la cena. Ese tiempo lo dedica Yoongi a leer, a trabajar con el ordenador, o a ver alguna película, cómodamente tumbado en el sofá.

Hoy es martes y mi última oportunidad ya que, por más que me demore, al jardín no le quedan más de un par de días de trabajo.

Espero con paciencia y algo nervioso a que su mujer se marche. Hoy se retrasa unos minutos y por un momento pienso que me he equivocado. Cuando sale se me escapa un suspiro de alivio, y me coloco bien la gruesa cazadora y los pantalones, me humedezco los labios, y miro mi reflejo en el cristal de la ventana. Decido quitarme el gorro de lana y bajarme la cremallera del anorak militar. Hace frío, pero así estoy más sexy, porque debajo solo llevo la camiseta ajustada, y eso es lo que cuenta.

Noto que me sudan las manos dentro de los guantes y, cuando llamo a la puerta, mi corazón martillea dentro de mi pecho como si fuera a cometer un delito. Aunque quizá en el código militar, lo que pretendo hacer, lo sea.

Tarda en abrir más de lo esperado, cuando lo hace veo que tiene las mejillas sonrosadas y una mueca incómoda en la cara. Va descalzo y lleva camiseta de tirantas blanca y unos boxes que muestran un generoso paquete... ¿Es posible que se la estuviera cascando? De ahí el rubor y el tiempo que ha tardado en abrir. De ahí el tamaño de ese bulto. Sí tengo

razón eso juega a mi favor, porque debe de estar bastante caliente.

—¿Se te ha perdido algo? —me pregunta de pésimo humor.

Yo permanezco firme, como un buen soldado, aunque lo estoy mirando a los ojos.

—Señor, hay que abonar aquellas parras y no queda abono en el almacén. Me preguntaba si usted tendría.

Me mira con la frente fruncida. No debe ser habitual que un soldado llame a su puerta para pedir algo así. Me observa de arriba abajo y a mí me entra un cosquilleo bajo los huevos. Me juego demasiado y solo tengo a mi favor que sé lo bueno que estoy y lo irresistible que suelo ser para muchos heteros.

—Pasa, hace frío —me ordena—. Miraré en la cocina.

Cierro tras de mí, por supuesto, y permanezco allí parado, mientras él se aleja y rebusca en una puerta baja del armario.

Verlo en cuclillas es una delicia porque le marca un culo potente y bien formado. Me abro un poco la chaqueta para mostrar, y me humedezco los labios, sin poder apartar los ojos de él.

—No sé si esto te servirá —viene hacia mí y me tiende una botella blanca con una etiqueta floreada.

Yo miro alrededor, y de nuevo siento cómo sus ojos recorren mi cuerpo.

Capitán (YOONSEOK)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora