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LUCY.

La mañana me recibe de la peor manera, los rayos del sol que entraban por la pequeña ventanita rectangular me dieron en la cara, mientras me removía sentí el culo entumecido, las piernas adormecidas y la espalda dura como si tuviera concreto en vez de un vestido, la peluca comenzaba a picarme, los pies me dolían por los zapatos apretados.

Lo que daría por un baño en una tina con agua helada y un almuerzo decente.

Miro de reojo la bandeja con comida que dejo el desgraciado animal junto a mí. A diferencia de lo que esperé que me tragiera, había vuelto con una bandeja repleta de comida, había una hamburguesa, papas fritas, agua, soda, un postre y una gelatina. ¿El problema?

¡SIGO ATADA!

Me está torturando de la peor manera, mostrándome la deliciosa comida que no puedo comer.

La puerta al final de las escaleras se abre y tomo aire para evitar empezar a insultarlo.

—¿Cómo amaneciste, Rapunzel? —se burla con la voz grave que sale del casco, pasando de mí y caminando hacia la mesa donde deja todas sus cosas.

—Aw, tan tierno —sonrío falsamente—. ¿Por dónde empezar? Tal vez por: tengo hambre, y terminar por: me duele el culo.

Suelta una corta risa y lleva las manos a los lados del casco antes de quitárselo, dándome la espalda.

—Acostúmbrate, princesa. —voltea a verme y se cruza de brazos.— No pienso darte lujos.

—Vaya, que caballeroso —suelto sarcástica—. La amabilidad no te mata, animal.

—Esta sí. —da unos pasos hacia mí, obligándome a elevar la cabeza para verlo directamente a los ojos.— ¿Crees que soy estúpido y te liberaré para que aproveches el momento de clavarme un cutter en el ojo?

¿Cómo carajos se dio cuenta?

—No sé de qué hablas.

Da unos pasos más y se detiene junto a mis piernas, me observa desde arriba con la oscuridad inundando su mirada, en completo silencio me recorre el cuerpo.

—Sé lo que hay, había y habrá en esta casa. —hace una mueca y su mirada se detiene en mi vestido, un escalofríos me recorre el cuerpo cuando lo veo acuclillarse junto a mí con esa expresión seria.— Agarraste el cutter del botiquín, ¿dónde lo dejaste?

—No sé de qué me estás hablando.

La mirada que me dirige grita que no me cree absolutamente nada.

Sus manos se mueven rápidamente hacia mi pierna izquierda y la agarra sin cuidado.

» ¡Hey, más cuidado, animal! —me quejo, aunque no me había lastimado, en realidad me había calentado la manera en la que apretó mi muslo con una mano para levantar mi pierna.

Su otra mano movió mi zapato esperando a que cayera el objeto, pero no salió absolutamente nada, así que hizo lo mismo con el otro zapato y tampoco. Dejó mis piernas pero no apartó esa mano de mi muslo izquierdo, lo que me desconcentraba por completo, que fuera jodidamente sexy y rudo me estaba excitando.

» Oye, aún no me dices tu nombre —acomodo mi espalda contra el tubo y saco pecho, algo que usaba muy a menudo en el club para llamar la atención de la presa a la que le sacaría algo—. Puedes llamarme Qu... —mis palabras se ahogan cuando su otra mano viaja a mi escote y lo baja—. ¡HEY! ¡Al menos avisa antes!

Buen día para usar brazier de encaje.

Tal vez si lo persuado con algo de acción podamos llegar a un acuerdo en el que me incluya saliendo por la puerta como un civil normal, y de paso me echo un buen polvo.

SIBILINO | JASON TODD [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora