Gina
Tendida sobre su colchón, Gina aún recordaba las últimas palabras que intercambió el día anterior con Edward con cierta perplejidad. ¿Aprender a luchar? No sabía cómo tomar aquello.
Por un lado, la idea de ser capaz de defenderse le resultaba intrigante, pero por otro, ¿era realmente necesario? Gina suspiró mientras seguía dando vueltas en la cama, recordando trazos del día anterior. Al entrar a Palacio junto a Edward, su padre había acudido rápidamente a verla, visiblemente aliviado.
—¿Tanto se preocupó por mí, padre? —trató de bromear la princesa para quitar hierro al asunto.
"¿Tanto se preocupó que ahora quiere que sepa luchar?" —es lo que en realidad quiso preguntar.
Edward notó la incertidumbre en la mirada de la princesa y cuando se quedaron solos, de camino a los aposentos de Gina, decidió aclarar un poco más su posición.
—No se preocupe, princesa. Las clases de lucha no significan que esté esperando que entre en una batalla a muerte. Pero en tiempos tan inestables, es importante que tenga al menos algunas habilidades para protegerse en situaciones complicadas. No quisiera que quedara completamente desamparada en caso de peligro.
A lo que Gina solo pudo asentir, comprendiendo la lógica detrás de sus palabras. Pero aún sentía una mezcla de incomodidad y resistencia ante la idea de aprender a luchar. Había vivido en un mundo protegido y aislado, y la idea de enfrentar el peligro le resultaba extraña y a la vez, aterradora.
Mientras caminaban por el corredor Edward continuó hablando, mostrándose sorprendentemente amable, tratando de hacer que Gina se sintiera más cómoda con la idea.
—No se preocupe, no será un entrenamiento excesivamente riguroso. Adaptaré el programa de entrenamiento a su nivel de comodidad y capacidad. Pienso que es importante que tenga un conocimiento básico de cómo protegerse. Puede que no sea una experta en la lucha, pero al menos sabrá cómo reaccionar en caso de peligro.
Gina asintió nuevamente, empezando a ver el sentido detrás de lo que Edward le estaba proponiendo. Aunque seguía sintiendo un poco de aprensión, empezó a considerar la idea de que tal vez aprender algunas técnicas de autodefensa no sería una habilidad completamente inútil.
Pero cuando estuvo a punto de convencerse a sí misma de los beneficios que le suponía el saber luchar, una sombra de preocupación cruzó el rostro de Gina. La conversación con Christian de esa mañana seguía resonando en su mente. ¿Cómo reaccionaría su prometido al saber que Edward se disponía a instruirla? en lucha, nada menos. Las dudas que había tenido sobre su relación se habían intensificado, pero para sorpresa de la princesa, con Edward a su lado se sentía en calma.
El camino que les quedaba juntos terminó en silencio, pero esta vez, la princesa no se sintió tan sola en sus pensamientos. Y pasó toda la noche en vela con aquella reconfortante sensación.
Arrebujada en su cama, cuando los primeros rayos del sol comenzaron a colarse por su ventana, una idea comenzó a burbujear en la cabeza de Gina. Ahora tenía a alguien en quien apoyarse, alguien que estaba dispuesto a protegerla y ayudarla a enfrentar las adversidades que estaban por venir. Y aunque el futuro seguía siendo incierto, por primera vez en mucho tiempo, Gina sintió un pequeño destello de esperanza.
Justo en ese momento, su sirvienta irrumpió en la habitación como hacía cada mañana, y se sorprendió al ver a Gina ya despierta, ya que era ella la que solía encargarse del "un ratito más" de la princesa.
—Mi princesa, ¿está ya despierta? ¡maravilloso! Seguro que se ha olido que traía algo para usted, a que sí... —tras una risita, la sirvienta arrastró el carrito que siempre llevaba consigo, solo que esta vez cargaba también con un enorme ramo de rosas. —me las dio su prometido. ¿No son fantásticas? Seguro que el duque es un buen hombre... —suspiró.
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La corte de los traidores
RomanceEn el reino de la Aurora, la vida de Gina parece una utopía: un inminente matrimonio con el amor de su vida, la adoración del pueblo y una felicidad aparentemente inquebrantable. Sin embargo, bajo la brillante superficie de su mundo perfecto se esco...