CAPÍTULO III

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Edward

El general se despertó aquel día con una sonrisa en los labios. Una sonrisa que se forzó a desaparecer pronto. Solo iba a enseñar a defenderse a la princesa, no era para tanto.

"Pasarás más tiempo con ella..." —canturreaba en su cabeza esa voz a la que Edward se estaba acostumbrando.

Aún con la sonrisa, negó con la cabeza y se levantó de la cama, dispuesto a dejar a un lado aquellos pensamientos sobre la princesa y dispuesto a enfocarse en su otra misión personal: investigar el asesinato de su abuelo.

¿Pero por dónde empezar?

Estaba claro que no podía comenzar a interrogar personas sin levantar sospechas, así que decidió recopilar toda la información que pudiera de la forma más simple que conocía: leyendo. Suerte que el castillo contaba con una de las mejores bibliotecas del reino... Y así se puso en camino.

Caminando por el pasillo, se cruzó con uno de sus inferiores, el cual muy bromista le dijo a su general: —¿Va a la biblioteca, mi general? ¿acaso ha vuelto a perder a la princesa? —el soldado se rió con sorna, pero luego se fijó en la expresión de extrañeza que se leía en el rostro de Edward, por lo que rápidamente explicó el chiste. —la princesa suele pasearse por la biblioteca, señor. Por lo visto es una aficionada a la lectura.

A Edward se le abrieron los ojos, cosa que rápidamente trató de disimular.

Iba a la biblioteca a recabar información, pero si de paso se cruzaba con Gina... Solo necesitaba una excusa para ello. Tras meditar unos instantes, antes de que el soldado se marchase Edward ordenó:—Tráigame papel y pluma rápido, debo escribir una nota.

Y en un instante el soldado salió disparado a buscar lo que necesitaba su general, ya que todos sabían que hacerle esperar no era una buena idea.

Edward, apoyado en una mesilla del corredor que encontró sosteniendo un ostentoso jarrón, escribió una pequeña nota, también conocida como excusa para hablar con Gina, y felizmente entró a la biblioteca.

Abrió con cuidado las puertas, para tratar de no hacer demasiado ruido, y para su agrado, encontró a la princesa fácilmente.

Cómo no iba a hacerlo, si para Edward Gina brillaba.

Por mucho que el General pudiera querer negarlo, la princesa se veía preciosa. Estaba sentada en un silloncito ubicado en una luminosa esquina de la biblioteca, en el piso superior, y exhibía una cara de concentración que Edward encontró adorable. Pero un cambió en su expresión unos segundos más tarde indicó al general que la princesa había dejado de prestar atención a la lectura, por lo que rápidamente disimuló curioseando en su primera parada: la sección de poesía.

Para aquel entonces, Gina ya había descubierto al General en la biblioteca, y Edward sonrió al sentir la mirada de la princesa clavada en cada uno de sus movimientos, pero en cuanto encontró el libro que buscaba, ignoró todo.

Edward era un entusiasta de la poesía, de cómo unas simples palabras lograban transmitir tantísimo: alegría, nostalgia, amor... y últimamente, dolor. Aquella afición era algo que había heredado de su abuelo. Con ternura, deslizó sus dedos sobre la cubierta del libro que había escogido.

En letras doradas ya algo deslucidas, podía leerse a duras penas el nombre del poemario, un ejemplar muy similar al que Edward recordaba en la biblioteca del Conde, que contenía, entre otras, leyendas en verso.

Y qué leyenda podría darle más pistas, que la del reino con el que la Aurora mantenía una profunda y antigua enemistad: El Ocaso.

Pero Edward tenía claro que no podía basar todas sus investigaciones en un simple cuento, por lo que, aprovechando para despistar a Gina ya que desde que entró a la biblioteca no le había quitado ojo, se perdió entre estantes hacia la sección de Historia, donde esperaba poder obtener datos más precisos y fiables.

Dio una vuelta, pero no encontró demasiado. Se llevó algunos tomos para ojearlos, pero no estaba seguro de poder encontrar demasiado en ellos: el Reino de la Aurora había vetado al Ocaso de toda su historia reciente.

Investigar el por qué de los asesinatos iba a ser difícil.

El General caminaba inmerso en sus propios pensamientos. Aquella nota que se encontró junto al cuerpo de su abuelo dejaba claro que su muerte había sido de alguna forma una victoria para los Revolucionarios. Pero exactamente ¿quiénes eran? ¿y qué querían conseguir con aquella revolución?

Recolocando los libros que llevaba en el regazo, Edward recordó la nota que él mismo escribió para la princesa. No podía olvidarse de ella. Echó un vistazo al sillón donde se sentaba Gina, y se sorprendió al encontrarla incorporada sobre la barandilla, buscando algo... o a alguien.

Con una sonrisa pícara, causada por la agradable sensación de ser él a quien Gina estaba buscando, el General dejó los libros en una mesa. Ya los recuperaría cuando saliera de la biblioteca. Pero antes tenía que subir a ver a la princesa.

—¿Dónde se ha metido, general...? —escuchó Edward susurrar a Gina mientras, apoyada en la barandilla, se inclinaba hacia delante. Él había logrado subir al segundo piso sin hacer demasiado ruido, y se divirtió con la idea de sorprender a la princesa. Por lo que cuidadosamente, se aproximó a su espalda y sin previo aviso...

—¿Me buscaba, princesa?

La pregunta parecía haber tenido la reacción esperada, porque Gina, muy sobresaltada, se volvió de repente hacia Edward con las mejillas encendidas.

—¿Yo? —dijo ella, haciéndose la indignada —¿Espiarle a usted? ¿Por qué lo haría? Es más, no quiero saber nada de usted, creí habérselo dejado claro el primer día. Por lo tanto no insinúe que le observo como cualquier persona extraña haría, general, porque yo solo estaba aquí para leer tranquilamente un libro, nada más.

Y tras esas palabras, las cuales dijo bastante acelerada, volvió a sentarse en su sillón. A Edward le pareció tierna la expresión de alivio que se dibujó en el rostro de la princesa al lograr esconderse tras su libro, pero no se le pasó por alto la palabra que la propia Gina había usado, cosa que él no hizo: espiar.

—Vale, vale —dijo Edward sorprendido por la reacción de Gina, con las manos en alto y una sonrisa socarrona en el rostro. Después, se apoyó en la barandilla de las escaleras para volver al piso inferior, pero antes de bajar comentó: —La verdad princesa, solo le he preguntado si me estaba buscando. Pero si prefiere admitir usted misma que me espiaba...

Tras esto descendió, dando la espalda a la princesa para que ella no pudiera ver la enorme sonrisa que se instaló en su rostro, dispuesto a recoger los libros que dejó en el piso inferior, no sin antes dejar sobre un estante la nota que escribió:

"Empezaremos a entrenar mañana a las nueve, su sirvienta está avisada. No trasnoche demasiado, princesa"

¿La sirvienta estaba enterada de algo? No, es lo que tienen las decisiones apresuradas. Pero eso no le preocupaba a Edward, sabía que la sirvienta no podía negarle nada al General. Pero no ignoraba el hecho de que tenía una cita mañana con la princesa...

"No cita cita, claro está" —pensaba Edward para tratar de deshacerse de su sonrisa. —"solo vamos a luchar. Eso no es una cita"

Pero su sonrisa se mantuvo firme en mitad de su rostro.

...

Y con una sonrisa al igual que Edward, me despido de este sábado de subida. Volveré la semana que viene con un personaje nuevo, otro capítulo completo, y más dudas... La trama no ha hecho más que empezar.

Pero no desvelaré nada (salvo en mi insta). Por ahora nos quedamos tan emocionados como Edward. 

¡Van a tener una cita! Aunq no es una cita cita, claro está... ;)

Un abrazo, Carla <3

La corte de los traidoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora