*Nota: recomiendo releer los capítulos anteriores para no perder detalle*
Gina
Gina culpaba a su padre de pocas cosas. ¿Siempre estuvo ocupado como para poder jugar con su hija?, no pasa nada, siempre hubo algún sirviente dispuesto a hacerlo. ¿La princesa nunca abandonó el castillo?, tampoco importaba, su padre ordenaba traer a su hija los más exóticos perfumes, las más delicadas joyas, y en definitiva, tantas exquisiteces que Gina no tenía que salir de Palacio para conseguir nada que quisiera. Y como nunca se había relacionado con personas de fuera de aquellos muros, exceptuando los altos cargos y amigos de su padre, sólo pudo estarle agradecida al rey cuando le encontró un esposo. Además, uno tan magnífico como Christian.
Tenía el cabello dorado como el sol de primavera, y unos ojos acuosos de mirada tranquila. A Gina le gustaba que al sonreír se le formase un hoyuelo en la barbilla, y también que le regalase elaborados y maravillosos ramos de flores. A Chris le gustaba hablar mucho, y Gina estaba contenta con escucharle. Hablaba de caballos, del tiempo, de la caza, y de lo que él haría cuando fuese rey. Con convicción, afirmaba que el reino sería un lugar mejor, más seguro. Y pretendía lograr eso entrando en guerra con el Reino del Ocaso, y castigando a los rebeldes que simpatizaban con ellos. Y ante la insegura mirada de Gina, él aseguraba a la princesa que no tenía nada que temer estando de su lado, y que se consumía de impaciencia por esperar al día de su boda. Y después de su monólogo, solía terminar con un suave beso para su princesa y una radiante sonrisa.
Y así Gina era feliz. Se repetía cada noche que lo era. Pero tras afirmar eso la asaltaban las dudas, la mayoría causadas por esas veces en las que su prometido no se asemejaba tanto al príncipe encantador que Gina tenía en mente.
Y era eso la única cosa de la que la princesa podía culpar a su padre.
Esta vez, tras enterarse de que la princesa ahora tenía un guardaespaldas, Christian se puso furioso. Gina había tratado de calmarle, susurrándole dulcemente que no pasaría nada, que dentro de poco encontrarían al asesino y todo volvería a la normalidad, pero su prometido se había negado a escuchar, y se desprendió de ella de forma algo brusca para irse a resolver sus quehaceres, no sin despedirse antes de forma amenazadora.
—Cuando sea rey... —anunció su prometido, apuntándole con el dedo. —cuando sea rey ese guardaespaldas tuyo pagará caro su atrevimiento al haberse acercado a ti. No lo dudes.
Y tras esas palabras se marchó, dejando a Gina dolida, sola con sus pensamientos.
—Sabía que no debía tener a un guardaespaldas, padre... —susurró la princesa lamentándose de camino al lugar donde la recogería su carruaje.
¿Eran así todos los hombres? se preguntaba la princesa. ¿Eran así todos, o Gina no había tenido tanta suerte realmente al encontrar a Christian?. Esa obsesión con el tópico "cuando sea rey" tenía a la princesa de los nervios. ¿No podía disfrutar sencillamente del tiempo que pasaban juntos? o lo que Gina más temía: ¿Es que no estaba siendo ella suficiente para él?
La princesa caminaba, caminaba, caminaba. Había olvidado a dónde iba, sólo podía pensar en tan terribles ideas que la perseguían al cerrar los ojos. Si no era suficiente para su prometido ¿Qué sería de su reino? ¿podría ella mantener la paz, si no conseguía tenerla con Christian?
"Esos pensamientos podrían considerarse traición" —canturreó un eco al fondo de su mente.
¿Lo era? ¿Estaba traicionando a su reino y a su futuro rey por pensar así? ¿En qué convertían aquellas ideas a la princesa? ¿Por qué no podía parar?
...
Buenos días pececillos!
Bienvenidos de nuevo a mi sábado de subida. ¿Cómo va la idea de que ya es septiembre? seguro que mejor que cómo se ha tomado Gina el sentirse un fracaso... Pero bueno, para eso está Edward. Que por cierto, ¿cómo ha encontrado a Gina?
Mejor que publique ya la siguiente parte... Un abrazoo <3
ESTÁS LEYENDO
La corte de los traidores
Roman d'amourEn el reino de la Aurora, la vida de Gina parece una utopía: un inminente matrimonio con el amor de su vida, la adoración del pueblo y una felicidad aparentemente inquebrantable. Sin embargo, bajo la brillante superficie de su mundo perfecto se esco...