CAPÍTULO VII

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Gina

Gina sintió cómo alguien la zarandeaba suavemente y le susurraba palabras que no lograba entender con una dulce voz.

—...princesa... despertar...

Ella trató de revolverse entre sus sábanas, mientras hacía un mohín.

—Muy temprano... —logró suspirar Gina a duras penas.

—Ya sé que es temprano mi señora, pero el General la está esperando fuera.

Espera, ¿Edward?

Al oír aquello Gina despertó de golpe, ¡Tenía que contarle su sueño al general! ¡Así ella podría ser útil!

—Vísteme, ¡rápido! —ordenó felizmente la princesa mientras descubría que era Beatriz la que la estaba despertando. —Hoy va a ser un día productivo, querida. —concluyó alegremente antes de saltar fuera de la cama.

Entonces Emy se acercó a ambas en aquel momento, cargando con el vestido rosa que Gina rechazó la noche anterior. ¿Pretendía que se lo pusiera? Gina lo meditó unos instantes, y decidió acceder a llevarlo. Le gustó el vestido azul... pero Christian tenía razón; el rosa era la mejor opción para una princesa. Velozmente, para tratar de hacer esperar a Edward lo menos posible, puesto que llevaba ya un buen rato ahí fuera, las sirvientas terminaron de vestir, maquillar y peinar a Gina, la cual cuando estuvo lista abrió las puertas de su alcoba de par en par, con una radiante sonrisa.

—Ya sé quién es ese hombre.

—El rey no conocía a aquel hombre.

Declararon Edward y Gina al unísono.

Luego, se miraron el uno al otro, perplejos, y la sonrisa comenzó a borrarse de los labios de la princesa.

—¿...qué...? —preguntó ella, aturdida. —pero... pero sí le conoce. ¿De qué estás hablando?

Edward miró a su alrededor con preocupación, y luego distinguió a Emy detrás de Gina, mientras disimuladamente prestaba atención a la conversación de ellos dos. Entonces el general, agarró a Gina de la mano y la guió por el pasillo. ¿A dónde? Gina ni lo sabía ni le preocupaba, solo podía pensar en el contacto que Edward estaba haciendo con ella, cosa que le provocaba cosquilleos...

Pero tú estás prometida, ¿recuerdas?

Oh, cierto. La princesa soltó a Edward de la mano, arrepentida por sentir algo por un simple roce.

—¿Se puede saber a dónde me estás llevando? —preguntó ella enfurruñada.

—Lejos de oídos indiscretos... ¿cuánto confías en tus sirvientas? ¿y en tu padre? ¿y en...?

—¿Y ahora a qué viene este interrogatorio? —espetó Gina algo molesta.

—Vale, veamos... —Edward se tomó un momento para suspirar y reorganizar sus ideas, y prosiguió —¿Cómo conoces a ese hombre, Gina?

¿Y lo bien que sonó su nombre en labios de Edward...?

"No. Céntrate, Gina" —pensó la princesa. —"el ambiente ya está suficientemente tenso como para divagar de esa forma..."

—Conozco a ese hombre... —comenzó a explicar ella. —bueno, le recordé anoche. En un sueño.

—¿Un sueño? —preguntó él, dudoso.

—Sí. Calla y escucha. Sé que no suena convincente, pero anoche soñé con un recuerdo... creo. Yo era muy pequeña, pero podía entenderlo todo. Y entonces vi a ese hombre reunido, y mi padre estaba con él. Dijeron algo de... —Gina paró en seco y se encontró con la atenta mirada de Edward, y valoró el contarle todo lo que escuchó ¿cuánto confiaba en él? en él y sus ojos oscuros, que la atrapaban. O en su carisma tan magnético. O en sus labios entreabiertos...

La corte de los traidoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora