*Unas horas antes...
Desconocido
Él estaba tranquilamente sentado en el jardín, disfrutando de la puesta de sol y una taza de té, una costumbre con la que cargaba desde hacía ya bastante tiempo. Siempre hacía lo mismo, siempre de la misma forma... siempre solo. Él apreciaba aquella paz. Pero aquel día algo distinto se palpaba en el ambiente. Una especie de tensión no muy usual en aquel tranquilo remanso como era su jardín. Una tensión que hizo que él permaneciera menos tiempo del habitual disfrutando del exterior.
En cuanto decidió que ya había pasado suficiente tiempo allí fuera, dio un último sorbo a su té y se levantó de su asiento, se recolocó su chaqueta con aire nervioso, y comenzó su marcha hacia el palacete. Pero algo acechaba entre las sombras, y su respiración agitada lo intuía. Él, que aún no había perdido sus reflejos guerreros, se volvió hacia unos arbustos justo cuando salía de ellos un pequeño pájaro.
"No seas absurdo" se dijo, tratando de calmarse. "aquí no pasa nada desde hace años. No me encontrarán tan fácilmente..." Pero no lograba relajarse. ¿Por qué su corazón no desaceleraba? Inspiró, expiró, inspiró y expiro... hasta que un mareo por poco le hizo perder el sentido, seguido de un fuerte dolor de cabeza y de pronto, náuseas.
Él no entendía nada... Preocupado, miró a la mesilla donde acababa de dejar aquella inocente tacita de porcelana, temiéndose lo peor.
Pero por fin, su corazón comenzó a calmarse. Ante aquel cambio, él trató de sonreír, pero solo pudo forzarse a elaborar una mueca, cuando su visión comenzó a nublarse. Su corazón parecía latir demasiado pausado... Demasiado...
Sin poder pensar nada más, él cayó al suelo, convulsionando. Al cabo de unos pocos minutos más ya estaba muerto. Se había ahogado.
Y el asesino que se escondía tras aquel arbusto del que había escapado el pajarillo lo sabía perfectamente.
Esbozó una amarga sonrisa mientras se ajustaba unos guantes de cuero.
Aún le quedaba trabajo por hacer.
*Volviendo al presente...
Gina
Le bastó una mirada al pálido rostro de Edward para saber que aquel comentario no había sido una de sus bromas. Ella trató de acercarse al cuerpo para verlo, mientras ignoraba los escalofríos que recorrían su espalda. Pero Edward, al averiguar sus intenciones, se interpuso.
—Princesa, no puedo dejar que veas esto. —dijo con suavidad.
—¿Por qué no? —contestó ella mientras trataba de deshacerse de él. —Edward, tengo que verlo, tengo que saber quién es... Quizás sirva de ayuda.
—Tengo que protegerte...
—Ya soy mayorcita. Puedo lidiar con esto.
Edward seguía preocupado por el impacto que aquello pudiera tener en Gina, pero al ver la decisión en su mirada, la dejó hacer. Aunque él se mantuvo firme a su lado.
Gina avanzó lentamente, hasta estar cerca del cuerpo. Aquella visión fue horrible, y la princesa tuvo que reprimir una arcada. Pero debía ser fuerte. Los caballos no habían llegado a pisarlo, habían frenado unos metros antes. Pero igualmente el cadáver se encontraba en una extraña posición: Boca abajo, con las piernas, rígidas, no muy separadas, y los brazos desparramados por el camino de cualquier forma.
Parecía como si...
—Parece como si alguien hubiera arrastrado el cuerpo hasta aquí. —señaló Edward, como leyendo la mente de Gina. Él se adelantó a la princesa (cosa que ella en secreto agradeció) y con el pie, hizo fuerza para girar al cadáver, y así poder verle la cara, la cual estaba surcada de manchas violáceas que resaltaban sobre la piel rosada del cuerpo.
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La corte de los traidores
RomantizmEn el reino de la Aurora, la vida de Gina parece una utopía: un inminente matrimonio con el amor de su vida, la adoración del pueblo y una felicidad aparentemente inquebrantable. Sin embargo, bajo la brillante superficie de su mundo perfecto se esco...