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—Hey —Rose descendió frente a Julie, deteniendo a la alfa en seco. Ladeó la cabeza—, ¿adónde vas?

Julie respiró hondo y se lamió los labios.

—¿Podemos hablar?

Rose enarcó una ceja.

—¿Hablar? ¿Acaso es esto un milagro?

—Rose.

—Porque hasta donde sé, Julie, a ti no te gusta hablarme. Te gusta follar y marcharte.

Julie tragó.

—Rose-... No deberíamos haber empezado a tener sexo nuevamente.

—¿No deberíamos haberlo hecho?

—¿Podemos hablar o no? —Cuando la alfa no dijo nada, Julie se giró—. Esto fue estúpido. —Una mano alrededor de su muñeca la detuvo—. No quiero hablar sobre nosotras, Rose.

—Ve arriba, estaré allá en un minuto.

Julie pasó rápidamente junto a ella. Ignoraba las reverencia al ingresar. Subió dos escalones a la vez y trotó junto a un par de criados, que murmuraron un "hola". Julie entró inmediatamente a la habitación de Rose y cerró la puerta de golpe. Tomó una gran bocanada de aire, aspirando el olor de la alfa. Julie sabía que el aroma de Rose la calmaba.

Ella era su alfa... Una alfa que olía increíble.

Gruñó, apoyando la cabeza en la puerta antes de sacarse los zapatos. Se quitó la chaqueta, luego se sentó en la cama. La alfa observaba la gran ventana, que se abrió despacio. Se mordió el labio al tiempo que sus ojos, para nada tímidos, recorrían el alto cuerpo de Rose: cubierto de músculos, pero con claras curvas, tan marcadas en su uniforme negro.

Rose se desabotonó la chaqueta negra; llevaba un tank top negro bajo esta.

—Tengo una hora. —Usando la pared para equilibrarse, levantó una pierna para desatar los cordones de sus botas.

Sus ojos se encontraron cuando la segunda bota de Rose salió.

—Necesito un oído.

—Sí, igual yo —bufó Rose. Se estiró mientras Julie cruzó las piernas. Esta se lamía los labios ante la lisa piel oscura del estómago de Rose: tonificada y con un piercing en el ombligo—. ¿Qué pasa?

Julie carraspeó.

—Marcos.

Rose cruzó los brazos.

—No ha venido en dos días. Lo esperábamos después de su celo. ¿Se encuentra bien?

Se encogió de hombros.

—¿Eso creo...?

—¿Ocurre algo malo? ¿Está en peligro? ¿Debería estar en su casa ahora?

—No, no, está a salvo. —Julie profirió un quejido, sobándose la cara—. No puedo-... Mierda.

Rose resopló sonoramente y caminó hacia Julie, sus pantalones cargo le rozaban la rodilla.

—Julie, tengo una hora, no una semana.

—Lo sé. —Suspiró—. Agustin... Rose, por favor, prométeme que no se lo contarás a nadie, ¿prométemelo?

Rose se volvió.

—¿Ahora soy de fiar?

—Rose, solo quiero saber que no le contarás a nadie.

—Hablas pura mierda, me repugna.

—¿Sabes qué? —Julie golpeó la cama con ambas manos—. No debería haber venido. Eres... imposible.

—Oh, pero claro que lo soy. —Rose puso los ojos en blanco, abrió la puerta de su baño—. ¡Siempre soy la imposible!

ARIZELLA ; MARGUS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora