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Renjun siempre había sabido mantener la calma incluso en las peores situaciones, sin embargo, aquella iba a ser la primera vez que se tambalease como un flan. Aún no tenía ni idea de cuál iba a ser su discurso, y mucho menos la postura que debía tomar. ¿Debía sentirse ofendida o actuar con un semblante de alguien que no entiende nada?

Lo más desagradable había sido la breve pero intensa conversación telefónica con Ningning.

Se había mentalizado durante horas para ser capaz de marcar su número y cuando por fin logró hacerlo, no pudo emitir ni un mísero sonido al percibir la voz furiosa de su hermana. Limitándose a hablar prácticamente con monosílabos durante la llamada, había conseguido darle la dirección del hotel en el que se encontraba, supuestamente para explicarle el motivo de su inexplicable marcha de la isla. Una mentira tras otra ya que, muy a su pesar, Renjun le debía una explicación que aún no había sido capaz de encontrar, porque no estaba dispuesto a confesarle abiertamente todo lo que se escondía detrás de su huida. Sería como una especie de suicidio por su parte, porque estaba seguro de no poder continuar con su vida normal si cometía semejante locura así que, de una forma u otra, tenía que trazar un plan en esa mente que nunca había sido retorcida y que, por causas del destino, ahora tenía que cambiar a marchas forzadas. Cada centímetro de piel temblaba ligeramente, y su cara no tenía el aspecto de una persona sana. Creía firmemente que por esa vez sus dotes interpretativas no podrían salvarlo del ataque de cólera de Ning. Y tenía razón; su hermana tenía todo el derecho a odiarlo, y bajo ninguna circunstancia podría contradecirla.

Si hubiera sido capaz de prever el futuro... No, claro que no. Una cosa así era totalmente imposible, y aunque así hubiera sido nada hubiera cambiado. ¿Acaso habría tenido agallas para plantarse delante de su hermana y decirle al oído que su prometido había estado con él durante siete largos años? ¿Hubiera sido valiente para confesar que su corazón había dejado de latir durante un segundo cuando le vio aparecer en la casa de sus padres? ¿Hubiera servido para algo admitir que cuando volvió a verle de nuevo sintió un cosquilleo en el estómago? Todo era absurdo. Ni él mismo sabía qué era lo que sentía, así que mucho menos debía confesarlo. ¿Confesar qué exactamente? ¿Qué había logrado olvidarle pero que no le quería cerca? ¿Confesar que aún se moría por él a pesar de ser algo ya titánicamente imposible?

Cada terminación nerviosa de su sistema se activó al mismo tiempo cuando escuchó dos golpes secos en la puerta. Además de resultar obvio quién era, tampoco hacía falta preguntárselo, ya que Ning siempre emitía los mismos movimientos en puertas diferentes, como un distintivo propio. Dos golpes rápidos, secos y directos.

Renjun se quedó paralizado durante un minuto al mismo tiempo que tragaba saliva. Se aproximó a la puerta con pies de plomo y agarró con fuerza el pomo, haciéndolo girar y encontrándose cara a cara con esa persona tan débil y fuerte a la vez.

El silencio cortó sus miradas; Renjun bajó la suya pero los ojos claros y furiosos de Ning seguían impasibles, emitiendo una especie de transmisión, un mensaje encriptado para que sólo pudiera ser revelado delante de su destinatario.

Renjun, todavía hecho un manojo de nervios, se apartó de la entrada.

 — Pasa.

De mala gana su hermana pequeña obedeció, ejecutando grandes pasos, situándose finalmente en el centro de la habitación, mirando cada esquina de ese antro intentando entender cómo su hermano había acabado en un lugar como ese.

—¿Quieres algo de beber? —susurró Renjun.

—No me hagas perder el tiempo —espetó Ning—. Ya sabes a qué he venido, así que no hagas como si no pasara nada. No quiero permanecer aquí ni un minuto más de lo necesario.

Por su expresión, debía de estar furiosa o tal vez, algo mucho peor.

—De acuerdo, sé por qué estás aquí, pero dame un minuto para pensar —suplicó Renjun.

—¿Pensar? Esto es el colmo. —Ning suspiró amargamente—. Has estado dos días enteros desaparecido, sin coger el teléfono ni nada que se le parezca. ¿Pretendes que me comporte de manera normal cuando tú no has sido capaz de hacerlo?

Renjun se sentía pequeño en todos los aspectos, sobre todo cuando las palabras se negaban a salir de su garganta, porque aún seguía con la mente en blanco y odiaba tener que improvisar una maldita excusa que estaba seguro de no ser suficiente para convencer a nadie y mucho menos a Ning.

Los ángeles también lloran [ADAPTACIÓN JAEMREN - NCT]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora