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Siempre había querido creer que era el hombre perfecto, a pesar de sus muchos y variados defectos. Se había entrenado literalmente en cuerpo y en alma para ser alguien en la vida, y a veces conseguía forjar en su cerebro la idea de que así era, todo un hombre de provecho, admirado por todo aquel que ansiaba parecerse a él.

Esa noche sin embargo no había podido dormir, ya que se había llevado la sorpresa más grande de toda su vida, y los cimientos sobre los que estaban asentados los últimos seis meses de su ajetreada existencia se habían movido peligrosamente, haciendo tambalear un presente que tanto se había empeñado en no dejar escapar. Estaba en su casa, a las afueras de la ciudad, en el norte, donde las casas son iguales y los vecinos buenas personas. Milagrosamente, había sobrevivido a ese día; había superado la prueba de fuego ya que conocer a sus suegros no había resultado nada fácil, en especial teniendo un nudo en la garganta durante todo el tiempo.

Echaba de menos tener cerca el cuerpo de Ning, abrigándole en esa noche tan fría como muchas otras. Ella se había quedado en la isla, en la que aún seguía siendo su casa pero no por mucho tiempo. Habían pasado el día allí, pero Jaemin se había marchando, excusándose de la peor de las maneras, con lo primero que le vino a la mente. Y es que no se encontraba bien, a decir verdad, se sentía a morir, peor que nunca. Cómo no estarlo cuando había sido golpeado por una infinita cantidad de recuerdos que tiempo atrás le habían partido en dos.

Todo había comenzado con una foto; una simple e insignificante imagen ensartada en un marco plateado. Sus ojos habían ido mucho más allá al examinar la instantánea. Creía que el tiempo se había parado tan sólo porque él acababa de hacerlo. Había sufrido un latigazo en su alma y lo había hecho en silencio, sin tan siquiera alterar a su suegro, presente en el momento justo. Después de esa increíble y aterradora revelación no podía pensar, y se había limitado a asentir con la cabeza todo el tiempo que le fue posible, manteniéndose en un segundo plano y aguantando las ganas de desaparecer. Su cuerpo había estado allí, junto con el de Ning, hablando con Jaehyun y Wendy sobre su futuro, pero su mente había viajado tiempo atrás, como una máquina del tiempo insertada en sus retinas, para volver a un pasado que habría jurado desintegrar. Pero ya no estaba seguro de eso. A decir verdad, ya no estaba seguro de nada.

Habrían podido trascurrir veinte o treinta años pero Jaemin jamás hubiera podido olvidar esas dos luces centelleantes de color verde. Esos ojos por los que habría sido capaz de entregar hasta lo más vital, y sin embargo todo había quedado reducido a las suposiciones que generaba su herida mente al imaginar qué hubiera pasado, si el transcurso de su amor no hubiese acabado de esa forma tan precipitada.

Era él, claro que lo era. ¿Acaso dos personas en el mundo y tan distanciadas entre sí podían ser exactamente iguales?

Sentía odio, pena y decepción. Un vacío casi imposible de llenar, porque la confusión se hacía cada vez más visible, convirtiéndose en su compañero de habitación mientras pensaba en la mala suerte con la que acababa de toparse. Tenía miedo de pronunciar su nombre, aunque de buena gana lo hubiera hecho para acabar con esa farsa, sobre todo cuando Ning le había apretado la mano con fuerza para hacerle saber que todo estaba bien, pero era mentira, porque en lo más profundo de su ser había algo que le incomodaba, porque en sus ojos azules vislumbraba sin querer un tono verdoso.

Habría podido jurar que ellos dos nada tenían que ver el uno con la otra. ¿Cómo había podido cruzarse en la vida de ambos únicamente separados por la vía temporal? No se parecían en nada, ni en físico ni en personalidad, y sin embargo había caído rendido a los pies de esos hermanos que, por otra parte, nunca mencionaron la existencia del otro así que, ¿cómo saber que eran de la misma sangre?

Ning era temperamental, orgullosa y con carácter, además de poseer una belleza aniñada casi imposible de superar. Sin embargo, Renjun... era todo lo opuesto. Sus rasgos eran penetrantes y muy atractivos, al igual que su interior; era dulzura pura, la delicadeza había tomado forma en él.

Quizás el azar hubiera sido el responsable de que conociera a Ning, pero ahora temía darse cuenta que había acabado con ella porque en lo más interno de su pensamiento algo le había mandado hacerlo, en un desesperado intento por recuperar a esa otra persona que había considerado totalmente imprescindible.

Los ángeles también lloran [ADAPTACIÓN JAEMREN - NCT]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora